Rogatorias

Buscar...

Categorías

Archivo de noticias

16/3/14

"Señor, ¡qué bien estamos aquí!"

II DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Libro de Génesis 12,1-4a. // Salmo 33(32) // Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,8b-10 // Evangelio según San Mateo 17,1-9.

Las Lecturas de este Segundo Domingo del Tiempo de Cuaresma nos hablan de cómo debe ser nuestra respuesta a la llamada que Dios hace a cada uno de nosotros ... y cuál es nuestra meta, si respondemos la llamada del Señor.

En la Primera Lectura (Gn. 12, 1-4a) se nos habla de Abraham, nuestro padre en la fe. Y así consideramos a Abraham, pues su característica principal fue una fe indubitable, una fe inconmovible, una fe a toda prueba. Y esa fe lo llevaba a tener una confianza absoluta en los planes de Dios y una obediencia ciega a la Voluntad de Dios.

A Abraham, Dios comenzó pidiéndole que dejara todo: “Deja tu país, deja tus parientes y deja la casa de tu padre, para ir a la tierra que yo te mostraré”.

Y Abraham sale sin saber a dónde va. Ante la orden del Señor, Abraham cumple ciegamente. Va a una tierra que no sabe dónde queda y no sabe siquiera cómo se llama. Deja todo, renuncia a todo: patria, casa, familia, estabilidad, etc. Da un salto en el vacío en obediencia a Dios. Confía absolutamente en Dios y se deja guiar paso a paso por El. Abraham sabe que su vida la rige Dios, y no él mismo.

Dios le exigió mucho a Abraham, pero a la vez le promete que será bendecido y que será padre de un gran pueblo.

En la Segunda Lectura (2 Tim. 1, 8-10)leemos a San Pablo insistiendo en la llamada que Dios nos hace. Nos dice: “Dios nos ha llamado a que le consagremos nuestra vida”; es decir, a que le entreguemos a El todo lo que somos y lo que tenemos, pues todo nos viene de El. Y nos dice además San Pablo que Dios nos llama, no por nuestras buenas obras, sino porque El lo dispone así de gratis, sin merecerlo nosotros.

Si Abraham respondió con tanta confianza y tan cabalmente la llamada de Dios, un Dios desconocido para él -pues Abraham pertenecía a una tribu idólatra- ¡cómo no debemos responder nosotros que hemos conocido a Cristo!

El Evangelio (Mt. 17, 1-9) nos relata la Transfiguración del Señor ante Pedro, Santiago y Juan. Jesucristo se los lleva al Monte Tabor y allí les muestra algo del fulgor de su divinidad. Y quedan extasiados al ver “el rostro de Cristo resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve”.

Es de hacer notar que este evento tiene lugar unos pocos días después del anuncio que Cristo les había hecho de que tendría que morir y sufrir mucho antes de su muerte. Jesús quería que esta vivencia de su gloria fortaleciera la fe de los Apóstoles. Ellos habían quedado muy turbados al conocer que el Señor sería entregado a las autoridades y que sería condenado injustamente a una muerte terrible… Y que luego resucitaría.

Tanta relación tiene la Transfiguración de Jesucristo con su Pasión y Muerte, que en el relato que hace San Lucas de este evento, se ve a Moisés y Elías “resplandecientes, hablando con Jesús de su muerte que debía cumplirse en Jerusalén” (Lc. 9, 31).

Con esto Jesucristo quiere decirle a los Apóstoles que han tenido la gracia de verlo en el esplendor de su Divinidad, que ni El -ni ellos- podrán llegar a la gloria de la Transfiguración -a la gloria de la Resurrección- sin pasar por la entrega absoluta de su vida, sin pasar por el sufrimiento y el dolor. Así se los dijo en el anuncio previo a su Transfiguración sobre su Pasión y Muerte: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera asegurar su propia vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt. 16, 24-25).

Esa renuncia a uno mismo fue lo que Dios pidió a Abraham... y Abraham dejó todo y respondió sin titubeos y sin remilgos, sin contra-marchas y sin mirar a atrás. Esa renuncia a nosotros mismos es lo que nos pide hoy el Señor para poder llegar a la gloria de la Resurrección.

No hay resurrección sin muerte a uno mismo y tampoco sin la cruz de la entrega absoluta a la Voluntad de Dios. A eso se refiere el“perder la vida por mí”, que nos pide el Señor. Y recordemos lo que El mismo nos advierte: el que quiera asegurar lo que cree que es su propia vida, terminará por perderla, pero el que pierda por Mí eso que considera su propia vida, podrá entonces hallarla.

Recordemos, también, que la resurrección y la gloria del Cielo es la meta de todo cristiano. En efecto, así aprendimos en desde nuestra Primera Comunión: fuimos creados para conocer, amar y servir a Dios en esta vida, y luego gozar de El en la gloria del Cielo. Esa gloria nos la muestra Jesús con su Transfiguración.

Ahora bien ¿cómo puede ser esto de que Jesús a veces se veía como un hombre cualquiera y a veces mostraba su divinidad? Veamos la explicación teológica: el alma de Jesús, unida personalmente al Verbo -que es Dios (Jn. 1, 1)-,gozaba de la Visión Beatífica, lo cual tiene como efecto la glorificación del cuerpo.

Pero esa glorificación corporal no se manifestaba en Jesús corrientemente, porque Jesús quiso asemejarse a nosotros lo más posible. La Transfiguración fue, entonces, uno de esos pocos momentos privilegiados en que Jesús mostró parte de su gloria.

La gloria es el fruto de la Gracia. Y Jesús es la Gracia misma. Jesús posee la Gracia en forma infinita y eso se traduce en un gloria infinita. Esa gloria infinita transfigura totalmente la carne que recibió al hacerse ser humano, como nosotros.

¿Para qué este razonamiento teológico? ¿Tiene esta explicación algún sentido para nuestra vida espiritual, alguna aplicación práctica? Sí la tiene. Veamos ...

En nosotros sucede algo semejante. La Gracia nos transforma. Esto lo trata San Pablo (2 Cor. 3, 12-18) cuando nos habla del velo con que Moisés se cubría la cara después de estar en la presencia de Dios (Ex. 34, 35). Mientras la Gracia nos transfigura con la luz que le es propia, como sucedía a Moisés al estar delante de Dios, el pecado nos desfigura con la oscuridad y tinieblas, propias del pecado y del Demonio (Jn. 1, 5; 3, 19; Hech. 26, 18).

Y es audaz San Pablo al afirmar que él y los cristianos que habían recibido la Gracia no tenían que andar con el rostro cubierto como Moisés, sino que “reflejamos, como en un espejo, la Gloria del Señor, y nos vamos transformando en imagen suya, más y más resplandecientes, por la acción del Señor”. (2 Cor 3, 18)

Esa es la acción de la Gracia, es decir, de la vida de Dios en nosotros: luz, vida, resplandor, etc. Pero más que eso, la Gracia Divina nos va haciendo imagen de Cristo. De allí la importancia de vivir en Gracia, es decir, sin pecado mortal en nuestra alma. Además, huyendo del pecado y/o arrepintiéndonos en la Confesión Sacramental cada vez que caigamos. Una Confesión bien hecha, en la que descargamos nuestros pecados graves y no graves, restaura inmediatamente la Gracia. Y esa Gracia debe ir siempre en aumento: con la Eucaristía, la oración, las obras buenas, la práctica de las virtudes, etc.

La Gracia la recibimos inicialmente en el Bautismo y hemos de irla aumentando a lo largo de nuestra vida en la tierra, hasta el día en que disfrutemos ya de la Visión Beatífica de Dios en el Cielo y, en la contemplación de la gloria de Dios, seremos también trasfigurados, “seremos semejantes a El, porque lo veremos tal como es” (1 Jn. 3, 2). Para ese momento sí podremos verlo “cara a cara” (1 Cor. 13, 12).

Tomás Pajuelo romero. Párroco.

Leer más...

9/3/14

Aviso: Recogida de alimentos en la Parroquia

Desde este fin de semana, y hasta el domingo de Ramos, comenzamos una nueva campaña de recogida de alimentos en la Parroquia. Se nos ofrece la posibilidad de ejercer la caridad y la limosna, tan propia de la cuaresma, en estas semanas cuaresmales.

La Cuaresma: tiempo especial de conversión

I DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Génesis 2, 7-9; 3, 1-7 // Salmo 50
// Romanos 5, 12-19 // Mateo 4, 1-11.

Queridos hermanos y hermanas:

Ya hemos comenzado la Cuaresma, ese tiempo especial de conversión y penitencia que iniciamos con la Imposición de la Ceniza el pasado Miércoles. Hoy, Primer Domingo de Cuaresma, las Lecturas nos presentan la tentación y el pecado de nuestros primeros progenitores en el Paraíso Terrenal, así como las tentaciones y el triunfo de Jesús sobre ellas en el Desierto.

En la Primera Lectura (Gen. 2, 7-9; 3, 1-7), tomada del Libro del Génesis, en el cual se relata la creación, observamos que el ser humano acaba de salir de las manos de su Creador, puro e inocente, hecho a imagen y semejanza de Dios. Viven el hombre y la mujer en total amistad con Dios. Pero el Maligno, envidioso del bien del hombre, lo busca para hacerlo caer y le plantea una tentación contraria a las órdenes que Dios les había dado.
Dios les había dicho: “No comerán del árbol del conocimiento del bien y del mal, ni lo tocarán, porque de lo contrario habrán de morir”. El Demonio, como siempre, contradice a Dios con mentiras y le dice a la mujer: “No moriréis. Bien sabe Dios que el día que comáis de los frutos de ese árbol seréis como dioses, y conoceréis el bien y el mal”.

La primera parte de la tentación es de incredulidad en la palabra de Dios. La segunda parte es de orgullo y soberbia: “seréis como Dios”. Estas dos primeras fases de la tentación abren camino a la parte final, que fue de desobediencia a Dios. Y precisamente en esto consiste el pecado: en desobedecer a Dios.

El hombre y la mujer no resistieron la vana ilusión de estar por encima o a la par de Dios. Pero Dios sabe que el ser humano fue engañado. Por eso, aunque lo castiga, le promete un Salvador que lo liberará del pecado y de las consecuencias de ese pecado.

De ahí que en la Segunda Lectura (Rom 5, 12-19) San Pablo nos diga: “Si por el delito de un solo hombre todos fueron castigados con la muerte, por el don de un solo Hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos la abundancia de vida y de gracia de Dios ... Porque, ciertamente, la sentencia vino a causa de un solo pecado, pero el don de la gracia vino a causa de muchos pecados ... Y así como por la desobediencia de uno, todos fuimos hechos pecadores, por la obediencia de uno solo (Cristo), todos somos hechos justos”.

Quiere decir esto que por el pecado de Adán y Eva -y por todos los pecados nuestros- todos estaríamos condenados, pero por la obediencia de Cristo, todos podemos llegar a ser santos.

Es bueno enfatizar estas palabras de San Pablo, ya que podría existir la tentación de reclamar a Dios, por las consecuencias del pecado de Adán y Eva sobre cada uno de nosotros. Pero podemos preguntarnos: ¿Quién de nosotros podría lanzar la primera piedra? ¿Quién de nosotros no habría caído, igual que Adán y Eva? De allí que San Pablo resalte que es cierto que la sentencia vino a causa de un solo pecado (el de Adán y Eva), pero el don de la Gracia vino a causa de muchos pecados (todos los que hemos cometido cada uno de nosotros).

Ahora bien, ¿nos damos cuenta de todos los engaños que se nos presentan en nuestros días, tan parecidos a los del Paraíso Terrenal? ¿No seguimos los hombres y mujeres de hoy tratando de “ser como dioses”, al buscar una supuesta sabiduría y poderes ocultos a través del espiritismo, del control mental, de todas las formas de esoterismo oriental, de la adivinación, la astrología, la brujería, de la santería, y hasta del satanismo abierto y declarado?

El pecado nunca se nos presenta como lo que es: rebeldía y desobediencia a Dios, sino más bien como una afirmación de nuestra personalidad, o como el uso de la libertad a la que tenemos derecho, o también para llegar a alcanzar una “supuesta” sabiduría o auto-realización, etc.

Y ante las tentaciones -que siempre estarán presentes- nos quedan dos opciones: seguir nuestro propio camino ... o seguir en fe el camino que Dios nos presenta para nuestra vida.Y para seguir el camino de Dios hay que seguir lo que Dios quiere, como El lo quiere, cuando El lo quiere y porque El lo quiere. De lo contrario, estamos actuando como Adán y Eva. Y... ¿es eso lo que queremos, realmente?

Jesucristo nos muestra en el Evangelio (Mt. 4, 1-11) cómo actuar ante la tentación.

Es cierto que El es Dios, y en Dios no hay pecado, pero quiso someterse a la tentación, para compartir con nosotros todo, menos el pecado. Veamos qué nos muestra Jesucristo en esta lucha que tuvo con el Demonio al terminar su retiro de cuarenta días en el desierto.

Sabemos por la enseñanza de la Sagrada Escritura (cf. 1 Cor. 10, 13 y 2 Cor. 12, 7-10) que nunca seremos tentados por encima de nuestras fuerzas, lo que equivale a decir que ante cualquier tentación tenemos todas las gracias necesarias para vencerla.

Y si caemos, ¡qué gran consuelo el poder arrepentirnos y confesar nuestro pecado al Sacerdote! ¡Qué más podemos pedir! Es como un negocio o un juego en el cual nunca podemos perder, porque siempre, no importa cuán grave sea la falta, Dios nuestro Padre está dispuesto a perdonarnos y a acogernos como sus hijos que somos. ¿Qué más podemos pedir?

La Cuaresma nos invita a todos a aprender a vencer las tentaciones, como Jesucristo en el Desierto, con la ayuda de la gracia que Dios siempre nos da. Nos invita también a reconocernos pecadores, a arrepentirnos de nuestras faltas y a confesarlas cuando sea necesario.

La Cuaresma es tiempo especial de conversión y de Confesión, porque es tiempo de volvernos a Dios y de acercarnos más a Él.

Tomás Pajuelo romero. Párroco.

Leer más...

5/3/14

Miércoles de Cenizas 2014

Miércoles de Ceniza

Lecturas: Joel 2,12-18 // Salmo 51(50) // Carta II de San Pablo a los Corintios 5,20-21.6,1-2 // Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18

Con el Miércoles de Ceniza comienza la Cuaresma. Y las lecturas de este importante día nos llaman a la conversión, al arrepentimiento y a la humildad... todas cosas que hay que tener en cuenta en este tiempo especial que llamamos Cuaresma.

La Cuaresma es tiempo de preparación para la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor y la celebración de su Resurrección triunfante el Domingo de Pascua.

Conversión, arrepentimiento y humildad van entrelazadas entre sí para darnos un verdadero espíritu cuaresmal.

Por eso comenzamos hoy la Cuaresma en penitencia: hoy es día obligatorio de ayuno y abstinencia para todos los Católicos. Además, hoy es día de Imposición de la Ceniza, ritual por el que -en humildad- reconocemos lo que somos (nada ante Dios) y lo que debemos hacer (arrepentirnos y regresar a Dios o acercarnos más a El).

Y ¿qué es la ceniza? ¿Qué significado tiene el ritual de imposición de la ceniza?

La Ceniza no es un rito mágico, ni de protección especial -como muchos podrían considerarlo. La ceniza simboliza a la vez el pecado y la fragilidad del hombre.

Veamos lo que es la ceniza y el polvo en la Sagrada Escritura. Isaías habla del idólatra como “un hombre que se alimenta de cenizas” (Is. 44, 20).

La idolatría, el gran pecado de los tiempos antiguos, pero también de ahora, porque cada civilización se crea su propios ídolos, a los que el Libro de la Sabiduría denomina“invenciones engañosas de los hombres” (Sab. 15, 4).

Hoy en día tenemos también nuestros propios inventos, nuestros propios ídolos. Así que el término de idólatra también se refiere a nosotros hombres y mujeres del Tercer Milenio.

Y he aquí lo que nos dice el Señor sobre los idólatras:“Su corazón es cenizas, su esperanza es más vil que el polvo, su vida más miserable que la greda, porque desconoce al que lo formó y le infundió un alma capaz de actuar y un espíritu de vida” (Sab. 15, 10).

¿Qué significado tiene la ceniza? ¿De dónde nos viene ese rito de Imposición de la Ceniza?

El Profeta Ezequiel, anunciando la destrucción de la ciudad de Tiro, dice que sus habitantes no tenían en cuenta a Dios. Eran expertos en navegación y comercio, pero pecadores porque estaban imbuidos en su riqueza material. Por eso, “se cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en ceniza” (Ez. 27, 30).

Y el Señor, a través del mismo Profeta Ezequiel,nos hace ver que el resultado del pecado no puede ser sino la ceniza, cuando se refiere al Rey de Tiro: “Te he reducido a cenizas” (Ez. 28, 18).

Así que para reconocer ante los demás y para convencerse a sí mismos que realmente eran “polvo y ceniza”, algunos personajes de la Biblia se sentaron sobre ceniza o se cubrieron la cabeza de ceniza: Job (Job, 42, 6); el Rey de Nínive, ante la predicación de Jonás (Jonás 3, 6).

Jesús mismo menciona la costumbre de revestirse de ceniza al referirse a dos ciudades que no habían acogido su mensaje de salvación (Mt. 11, 20-24).

Al saber de los desmanes que Holofernes, jefe del ejército de Nabucodonosor, había hecho en los pueblos vecinos, los israelitas se asustan, por lo que “todos los habitantes de Jerusalén... se cubrieron la cabeza con cenizas” (Judit, 4, 11).

En Abraham, nuestro padre en la fe, modelo de humildad, docilidad y entrega a Dios, la ceniza tiene su verdadero sentido, cuando orando se reconoce nada ante el Creador: “Sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza” (Gn. 19, 27).

Cubrirse de cenizas significa, entonces, el realizar en forma tangible un reconocimiento público, por el cual nos declaramos frágiles, incapaces, pecadores, en busca de la misericordia de Dios.

Dios nos promete por boca del Profeta Isaías “una corona en vez de ceniza” (Is. 61, 3). ¿Cómo la obtenemos?

Esa corona la obtiene quien se reconoce y realmente cree que es nada, quien se sabe necesitado de la misericordia divina y de la salvación que nos trajo Jesucristo. El cambia la tristeza en alegría y la ceniza en corona.

El Ritual de la Imposición de la Ceniza nos lleva, entonces, a recordar nuestra nada. Las palabras de una de las fórmulas de imposición de la ceniza nos recuerdan lo que somos: “Polvo eres y al polvo volverás”. Es decir, nada somos ante Dios. Somos tan poca cosa como ese poquito de ceniza, ese polvillo, que se vuela con un soplido de brisa, o que desaparece con tan sólo tocarlo. Eso somos ante Dios: muy poca cosa... como es la ceniza. Y la ceniza es el resto que queda de ramos o palmas benditas quemados con anterioridad.

Y los hombres y mujeres de hoy necesitamos ¡tanto! darnos cuenta de nuestra realidad:

Nos creemos tan grandes... y somos ¡tan pequeños!

Nos creemos capaces de cualquier cosa... y somos ¡tan insuficientes!

Nos creemos capaces de valernos sin Dios o a espaldas de El ... y somos ¡tan dependientes de El!

El fruto más importante de un Miércoles de Ceniza bien comprendido es la conversión. Precisamente las palabras que posiblemente serán pronunciadas en el momento de la Imposición de la Ceniza son las siguientes: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Es importante tomar en cuenta estas palabras.

El Ritual de la Imposición de la Ceniza tiene por fin, entonces, llevarnos a la conversión. Y ¿qué es convertirse? Nos lo explica la Primera Lectura del Profeta Joel: “Volveos a Mi de todo corazón ...... Volveos al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”.

Convertirse es volverse a Dios: regresar a Dios o acercarse más a El. ¿Cuánto tiempo lleva convertirse? La conversión es un programa de toda la vida. Todos -sin excepción- necesitamos convertirnos: hasta el más santo puede ser todavía más santo.

Y la conversión debe ser verdadera, no aparente. Por eso nos dice Joel: “rasgad vuestros su corazones, no sus vestiduras”. Es decir: el cambio debe ser interior, en el corazón. El cambio no puede ser la ceniza en la frente sin un verdadero regreso (si es que estamos de espaldas a Dios) o un verdadero acercamiento (si es que estamos de frente a Dios pero alejados).

En esto consiste el verdadero arrepentimiento de las faltas, pecados, vicios, etc. Cada uno, en el interior de su corazón sabe cuál es aquella falta que el Señor desea que deje. Y la Cuaresma es el tiempo propicio para ese arrepentimiento. Y el arrepentimiento es una gracia que el Señor nos concede si realmente lo deseamos, si verdaderamente lo buscamos.

“Pues bien”, nos dice San Pablo en la Segunda Lectura, “ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación”. El Señor, que siempre está abierto a perdonar a quien desee arrepentirse, el Señor que siempre está dispuesto a ayudar a quien desee ser mejor, está especialmente pendiente en este día de penitencia en que nos humillamos reconociéndonos “polvo”, y también en este tiempo de gracia llamado Cuaresma, que hoy comenzamos.

Por eso decíamos al comienzo que el verdadero espíritu de la Cuaresma está en estas palabras: conversión, arrepentimiento y humildad.

¿Cómo llegar a este espíritu cuaresmal? Jesucristo nos indica en el Evangelio los medios especiales para ser humildes, para arrepentirnos y para convertirnos. Son la oración, la penitencia o el ayuno, y la limosna.

Durante estos cuarenta días que nos preparan para la Semana Santa, intensifiquemos nuestra oración.

¿No rezas nada? Comienza por rezar un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria. ¿Ya haces esto? Trata de rezar el Rosario, ven a hacer una visita a Jesús, que está presente en el Sagrario.

¿No vas a Misa los Domingos? Ven, a partir de hoy, todos los Domingos a Misa. ¿Ya haces esto? ¿Por qué no venir algún día o varios días durante la Semana, a Misa y a comulgar?

¿Necesitas confesarte para aliviar esa culpabilidad que pesa y que molesta y que, además, ofende al Señor? ¿Qué mejor tiempo que éste, que es tiempo de arrepentimiento y conversión?

El ayuno, que puede ser más estricto o menos estricto, según se pueda, es un ingrediente importante dentro del espíritu cuaresmal y es un sacrificio agradable a Dios. Negarse algo que a uno le gusta es un buen ejercicio espiritual.

Puede ayunarse no sólo de alimentos y de bebidas. Puede ayunarse de cigarrillo. Puede ayunarse de televisión y de internet, por ejemplo. ¡Qué bien nos haría personalmente y qué bien haríamos dedicando parte del tiempo que pasamos ante el televisor o en internet, orando en familia, en leer o estudiar la Biblia o en hacer alguna obra buena en favor de alguien necesitado de una enseñanza, de un consejo o de una ayuda cualquiera!

La limosna a los necesitados se refiere a todas las obras de misericordia, tanto materiales como espirituales: dar de comer al hambriento de pan ... o al hambriento de conocimiento de Dios. La práctica de las obras de misericordia, cuando se realiza con recta intención, es decir, con el sincero deseo de agradar a Dios y de ayudar, es fuente de muchas gracias.

Pero recordemos: oración, penitencia y obras de caridad, realizadas siempre en humildad, como muy expresamente nos pide el Señor en el Evangelio. Quien haga estas cosas para ser reconocido o alabado, no sólo se pierde de sus frutos y de practicar un verdadero espíritu cuaresmal, sino que comete ese pecado escondido de falta de rectitud de intención, de impureza de corazón.

La oración y la penitencia son medios para regresar a Dios y para acercarnos más a El. Las obras de caridad son el fruto de esa conversión. De eso se trata la Imposición de la Ceniza, de eso se trata la Cuaresma que hoy iniciamos.

Tomás Pajuelo. Párroco


Leer más...

2/3/14

Cuaresma en la Parroquia del Beato Álvaro

El próximo miércoles, 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, se celebrarán misas con imposición de la ceniza a las 18'00 h. y a las 20'00 h.

Todos los Viernes de Cuaresma se celebrará el sacramento de la Penitencia de 10'00 h. a 12'00 h.

Todos los Domingos de Cuaresma habrá Exposición del Santísimo a las 19'00 h.

El sábado 22 de marzo se celebrará un Retiro de Cuaresma parroquial en el desierto del Bañuelo a partir de las 10'00 h.