SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Lecturas: Deuteronomio 4,32-34.39-40 // Salmo 33(32) // Romanos 8,14-17 // Mateo 28,16-20
Queridos hermanos y hermanas en este domingo celebra la Iglesia la Solemnidad de la Santisima Trinidad.
El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas, misterio grande pues se refiere a la esencia misma de Dios, y grande también por lo imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar, pues es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.
Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.
¿Por qué es esto así? Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe. Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!
El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!
Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión. Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para tí meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció.
Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio.
Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario.
Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura ... incompleta. Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.
En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas. Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14, 23).
La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.
Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1,2).
Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer. El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. Nos dice así el Evangelio: “Una vez bautizado Jesús salió del río. De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre El. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17).
Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18). Es la escena que nos trae el Evangelio de hoy.
Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.
Es así como el Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, lo primero que hace es darnos a conocer a Jesús como Hijo de Dios, pues “nadie puede decir que Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 1-3). Luego nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo.
Posteriormente el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a El. Así nos dice Jesús: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).
Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y vivirlo, es vivir en la Santísima Trinidad. ¿Cómo? ¿Vivir en la Santísima Trinidad? ¡Imposible! No. ¡Sí es posible! pues para Dios no hay nada imposible, siempre y cuando nosotros nos dispongamos a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.
Que al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la segunda Carta a los Corintios, que es esa frase trinitaria importantísima que se repite al comienzo de cada Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros” (2 Cor. 13, 14).
Porque el único camino para profundizar en el misterio de la Trinidad es la oración, la Meditación y la Contemplación, la Iglesia en España recuerda y ora hoy por los religiosos y religiosas de vida contemplativa. Por los monjes y monjas de clausura que en el silencio de sus claustros oran por todos nosotros y están uniendose cada día más a Dios. Pidamos que Dios les bendiga con santas vocaciones. Que cada día crezca el número de jóvenes que quieran seguir a Dios en el silencio, el sacrificio y la oración de la Vida Contemplativa.
Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une. Que Dios os bendiga a todos y os conceda un feliz día del Señor.
Tomás Pajuelo. Párroco.
El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio: un solo Dios en tres Personas, misterio grande pues se refiere a la esencia misma de Dios, y grande también por lo imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar, pues es una verdad que sobrepasa infinitamente las capacidades intelectuales del ser humano.
Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.
¿Por qué es esto así? Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe. Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!
El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están muy ... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!
Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión. Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para tí meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció.
Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio.
Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario.
Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura ... incompleta. Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.
En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas. Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14, 23).
La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.
Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1,2).
Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer. El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. Nos dice así el Evangelio: “Una vez bautizado Jesús salió del río. De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre El. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17).
Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18). Es la escena que nos trae el Evangelio de hoy.
Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.
Es así como el Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, lo primero que hace es darnos a conocer a Jesús como Hijo de Dios, pues “nadie puede decir que Jesús es el Señor, sino guiado por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12, 1-3). Luego nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo.
Posteriormente el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a El. Así nos dice Jesús: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).
Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y vivirlo, es vivir en la Santísima Trinidad. ¿Cómo? ¿Vivir en la Santísima Trinidad? ¡Imposible! No. ¡Sí es posible! pues para Dios no hay nada imposible, siempre y cuando nosotros nos dispongamos a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.
Que al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la segunda Carta a los Corintios, que es esa frase trinitaria importantísima que se repite al comienzo de cada Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros” (2 Cor. 13, 14).
Porque el único camino para profundizar en el misterio de la Trinidad es la oración, la Meditación y la Contemplación, la Iglesia en España recuerda y ora hoy por los religiosos y religiosas de vida contemplativa. Por los monjes y monjas de clausura que en el silencio de sus claustros oran por todos nosotros y están uniendose cada día más a Dios. Pidamos que Dios les bendiga con santas vocaciones. Que cada día crezca el número de jóvenes que quieran seguir a Dios en el silencio, el sacrificio y la oración de la Vida Contemplativa.
Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une. Que Dios os bendiga a todos y os conceda un feliz día del Señor.
Tomás Pajuelo. Párroco.
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