A partir del próximo día 1 de Septiembre el horario de misas en nuestra parroquia será el siguiente:
- De Lunes a Sábado: 20'00 h.
- Domingos: 10'00, 12'00 y 20'00 h.
26/8/13
Cambio en el Horario de Misas
25/8/13
Esforzaos por entrar por la Puerta Estrecha
XXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Isa. 66,18-21/Salmo 117(116)/Heb. 12,5-7.11-13/Luc. 13,22-30
Primero: que hay que esforzarse por llegar al Cielo. Nos dice así: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Lo segundo que vemos es que la puerta del Cielo es “angosta”. Además nos dice que “muchos tratarán de entrar (al Cielo) y no podrán”. Con razón nos dice el Señor que necesitamos esforzarnos. Y ... ¿en qué consiste ese esfuerzo? El esfuerzo consiste en buscar y en hacer solamente la Voluntad de Dios. Y esto que se dice tan fácilmente, no es tan fácil. Y no es tan fácil, porque nos gusta siempre hacer nuestra propia voluntad y no la de Dios.
Hacer la Voluntad de Dios es no tener voluntad propia. Es entregarnos enteramente a Dios y a sus planes y designios para nuestra vida. Es aún más: hacer la Voluntad de Dios es ceñirnos a los criterios de Dios ... y no a los nuestros. Es decirle al Señor, no cuáles son nuestros planes para que El nos ayude a realizarlos, sino más bien preguntarle: “Señor ¿qué quieres tú de mí”. Es más bien decirle: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu Voluntad. Haz conmigo lo que Tú quieras”.
Y ... ¿oramos así al Señor? Si oramos así y si actuamos así, estamos realizando ese esfuerzo que nos pide el Señor para poder entrar por la“puerta estrecha” del Cielo. Pero si no buscamos la Voluntad de Dios, si no cumplimos con sus Mandamientos, si lo que hacemos es tratar de satisfacer los deseos propios y la propia voluntad, podemos estar yéndonos por el camino fácil y ancho que no lleva al Cielo, sino al otro sitio.
Y ... ¿cómo es ese otro sitio? Aunque en este texto del Evangelio que hemos leído hoy, Jesús no nombra directamente ese otro sitio con el nombre de “Infierno”, sí nos da a entender cómo será. Además, es bueno saber que Jesucristo lo nombra de muchas maneras, en muchas otras ocasiones.
Y es bueno saber que el Infierno es una de las verdades de nuestra Fe Católica que está apoyada por el mayor número de citas bíblicas. A veces el Señor lo llama fuego, a veces fuego eterno o abismo, oscuridad, tinieblas, etc.
En el caso del Evangelio de hoy, lo describe simplemente como “ser echado fuera”. Y describe, además, cómo será el rechazo de Dios hacia los que “han hecho el mal”. Dirá así el Señor a los que han obrado mal: “Yo les aseguro que no sé quiénes son ustedes. Apártense de mí todos ustedes, los que han hecho el mal”. Y concluye diciendo cómo será la reacción de los malos: “Entonces llorarán ustedes y se desesperarán”.
En la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo la semana pasada, recordábamos el misterio de nuestra futura inmortalidad y de lo que nos espera en la otra Vida. Este Evangelio de hoy nos lleva a lo mismo: nos lleva a reflexionar sobre nuestro destino final para la eternidad. Los seres humanos nacemos, crecemos y morimos. De hecho, nacemos a esta vida terrena para morir; es decir, para pasar de esta vida a la Vida Eterna. Así que la muerte no es el fin de la vida, sino el paso a la Vida Eterna, el comienzo de la Verdadera Vida … si transitamos “el camino estrecho” de que nos habla el Señor en el Evangelio.
Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios, en lo que se denomina el Juicio Particular.
Y ¿qué es el Juicio Particular? El Juicio Particular que sucede simultáneamente con nuestra muerte, consiste en una iluminación instantánea que el alma recibe de Dios, mediante la cual ésta sabe su destino para la eternidad, según sus buenas y malas obras. El día de nuestro nacimiento nacemos a la vida terrena ... y llegar al Cielo es nacer a la gloria eterna. Nuestra alma al presentarse al Cielo tiene un solo pensar, un solo sentimiento: el Amor de Dios. Y como el Amor de Dios es Infinito, es entonces, el amor más grande que podamos sentir. Y ese Amor Infinito de Dios nos atrae de una manera tan intensa que sólo eso deseamos. En efecto, en el Cielo amaremos a Dios con todas nuestras fuerzas y El nos amará con su Amor que no tiene límites. El Amor de Dios es el Amor más intenso y más agradable que podamos sentir. Es muchísimo más que todo lo que nuestro corazón ha anhelado siempre. En el Cielo ya no desearemos, ni necesitaremos nada más, pues el Cielo es la satisfacción perfecta de nuestro anhelo de felicidad. Sin embargo, el Cielo es realmente indescriptible, inimaginable, inexplicable. Es infinitamente más de todo lo que tratemos de imaginarnos o intentemos describir. Por eso San Pablo, quien según sus escritos pudo vislumbrar el Cielo, sólo puede decir que “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman”(1 Cor. 2, 9).
La Primera Lectura (Is. 66, 18-21) nos habla de Dios que ha llamado a hombres de todas las naciones, de todas las razas, de todas las lenguas. No hay excepción. De lejos y de cerca, de todas partes. La salvación es una llamada universal, no sólo para los judíos. Esto conecta con el final del Evangelio: “Vendrán muchos de oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios”. Todos están llamados: unos aceptan a Dios, otros no. Unos serán primeros y otros serán últimos.
Nosotros somos llamados por Dios a vivir la Eternidad del Cielo tomando el camino de la puerta estrecha, del cumplimiento de la voluntad de Dios, de sus mandamientos. Vivir el Evangelio, los sacramentos y la comunión será el mejor pasaporte a la eternidad.
Que Dios os bendiga a todos y os conceda un feliz domingo, feliz día del Señor.
Tomás.
18/8/13
No he venido a traer la paz, sino la división
XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Jer 38, 4-6.8-10 / Salmo 40(39) / Heb 12, 1-4 / Lc 12, 49-53
La Palabra de Dios en este domingo, 18 de agosto, domingo XX del tiempo ordinario nos presenta unas lecturas que a primera vista pueden parecer desconcertantes. Las Lecturas de hoy nos hablan de dos temas conflictivos, por ser desagradables: la persecución y la división. Y por más que queramos soslayarlos, no nos es posible. Son una realidad que están inscritas en lo profundo del SER cristianos.
Tampoco podemos disimular una grave afirmación de Jesús, acerca de la división en la familia, que nos trae el Evangelio de hoy:
“No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc. 12, 49-53).
¿Cómo puede ser esto? ¿No dijeron los Ángeles que anunciaron el Nacimiento del Salvador: “Paz a los hombres” (Lc. 2, 14)? ¿No nos habló varias veces Jesús de llevar la Paz, de ser pacíficos, etc.? ¿No nos dijo: “Mi Paz les dejo; mi Paz les doy” (Jn. 14, 27)? Ciertamente. Así nos dijo. Pero, enseguida explicó: “La Paz que Yo les doy no es como la que da el mundo” (Mt. 14, 27).
La Paz de Jesús no es como la del mundo. La paz que nos ofrece el mundo es una paz ficticia, incompleta, equívoca, engañosa ... Porque en el mundo las cosas no son como las de Dios. La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del mundo. Muy distinta. Cristo vino a traer la salvación. Y la salvación puede trastornar la paz según el mundo, porque hay unos que buscan a Cristo y su causa -la salvación de la humanidad-, y hay otros que no. Ahí radica la división a la que se refiere Jesús en este Evangelio: los que están con El y su causa, y los que no están con El y con su causa.
Y esa división puede darse en una nación, entre amigos ... o en una familia. Es verdad que la Fe puede ser factor de unión, pero cuando hay algunos que no la acogen puede ser también factor de división. Muchas veces cuando alguno o algunos responden a la llamada de Cristo a seguirlo de verdad, sincera y profundamente como Cristo nos pide, pueden esos seguidores convertirse en “signo de contradicción” para los demás ... incluso para los más cercanos.
“¡Eres muy fanático!” “¡Has perdido objetividad!” “¡Ya no hablas sino de Dios!” Son las frases que escuchamos a nuestro alrededor cuando intentamos vivir coherentemente nuestra fe. En cuanto cualquiera de nosotros rezamos, defendemos a la iglesia, vivimos los sacramentos, confesamos y comulgamos, incluso algunos colaboran en la Parroquia como catequista, en cáritas, en la visita a los enfermos, en las reuniones de formación, etc... los que nos rodean nos dicen esas frases que he mencionado anteriormente. Incluso los más cercanos a nosotros, nuestra familia más próxima, se sienten denunciados por nuestro interés por ser mejores cristianos, por formarnos, por vivir la comunión, por practicar nuestra religión. Eso les lleva a meterse con nosotros. Y termina por darse el distanciamiento, la separación, la división.
Ahora bien, ¿quién es el que se está separando? ¿Quién está causando la división? ¿El que sigue a Cristo o el que no?
El que se divide es aquél que no sigue a Cristo. De allí que el seguidor de Cristo se siente apartado de los que no lo están siguiendo. Y pueden ser amigos, parientes o de la propia familia. Y esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo que hay que hacer, pues le están siguiendo a El, Camino, Verdad y Vida.
Entonces ... ¿nos quedamos sin familia? ¿Nos quedamos sin padres, ni hermanos, ni hijos? La respuesta es otra sorpresa del Señor:
“‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ E indicando con la mano a sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos’. Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt. 12, 48-49).
Por otra parte, la división es inevitable. Toda división trae sufrimiento y ese sufrimiento purifica a quien pretende seguir a Cristo y ve que los suyos no hacen lo mismo. Sufre porque los suyos no están en el Camino que es Cristo. Sufre porque no puede compartir con ellos la Verdad que es Cristo. Sufre porque los suyos no viven la Vida que es Cristo.
De allí que el Señor nos diga antes de hablarnos de esta dolorosa división, en el comienzo del Evangelio de hoy: “Vine a traer fuego a la tierra. Y cómo quisiera que estuviera ya ardiendo” (Lc. 12, 49). Es el fuego purificador de su Palabra. Es el fuego purificador de la acción del Espíritu Santo en el mundo y en cada uno de nosotros. Es el fuego purificador del sufrimiento, cualquiera que sea, pero muy especialmente del causado por seguirlo a El. Que nuestros corazones se abrasen en ese fuego del Amor divino para que así superemos toda división por la fuerza de una entrega amorosa a dios y a los hermanos, especialmente a los que nos persiguen, a los que nos "ridiculizan" por vivir la fe.
Que la Bendición de Dios, la vida sacramental, la dirección espiritual y la oración nos ayuden a todos a mantenernos firmes en nuestra opción por Cristo y su Evangelio.
Feliz Domingo a todos. Que Dios os bendiga.
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.“No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc. 12, 49-53).
¿Cómo puede ser esto? ¿No dijeron los Ángeles que anunciaron el Nacimiento del Salvador: “Paz a los hombres” (Lc. 2, 14)? ¿No nos habló varias veces Jesús de llevar la Paz, de ser pacíficos, etc.? ¿No nos dijo: “Mi Paz les dejo; mi Paz les doy” (Jn. 14, 27)? Ciertamente. Así nos dijo. Pero, enseguida explicó: “La Paz que Yo les doy no es como la que da el mundo” (Mt. 14, 27).
La Paz de Jesús no es como la del mundo. La paz que nos ofrece el mundo es una paz ficticia, incompleta, equívoca, engañosa ... Porque en el mundo las cosas no son como las de Dios. La Paz que Cristo nos vino a traer es muy distinta a la del mundo. Muy distinta. Cristo vino a traer la salvación. Y la salvación puede trastornar la paz según el mundo, porque hay unos que buscan a Cristo y su causa -la salvación de la humanidad-, y hay otros que no. Ahí radica la división a la que se refiere Jesús en este Evangelio: los que están con El y su causa, y los que no están con El y con su causa.
Y esa división puede darse en una nación, entre amigos ... o en una familia. Es verdad que la Fe puede ser factor de unión, pero cuando hay algunos que no la acogen puede ser también factor de división. Muchas veces cuando alguno o algunos responden a la llamada de Cristo a seguirlo de verdad, sincera y profundamente como Cristo nos pide, pueden esos seguidores convertirse en “signo de contradicción” para los demás ... incluso para los más cercanos.
“¡Eres muy fanático!” “¡Has perdido objetividad!” “¡Ya no hablas sino de Dios!” Son las frases que escuchamos a nuestro alrededor cuando intentamos vivir coherentemente nuestra fe. En cuanto cualquiera de nosotros rezamos, defendemos a la iglesia, vivimos los sacramentos, confesamos y comulgamos, incluso algunos colaboran en la Parroquia como catequista, en cáritas, en la visita a los enfermos, en las reuniones de formación, etc... los que nos rodean nos dicen esas frases que he mencionado anteriormente. Incluso los más cercanos a nosotros, nuestra familia más próxima, se sienten denunciados por nuestro interés por ser mejores cristianos, por formarnos, por vivir la comunión, por practicar nuestra religión. Eso les lleva a meterse con nosotros. Y termina por darse el distanciamiento, la separación, la división.
Ahora bien, ¿quién es el que se está separando? ¿Quién está causando la división? ¿El que sigue a Cristo o el que no?
El que se divide es aquél que no sigue a Cristo. De allí que el seguidor de Cristo se siente apartado de los que no lo están siguiendo. Y pueden ser amigos, parientes o de la propia familia. Y esa división significa que alguno o algunos están haciendo lo que hay que hacer, pues le están siguiendo a El, Camino, Verdad y Vida.
Entonces ... ¿nos quedamos sin familia? ¿Nos quedamos sin padres, ni hermanos, ni hijos? La respuesta es otra sorpresa del Señor:
“‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ E indicando con la mano a sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos’. Porque todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt. 12, 48-49).
Por otra parte, la división es inevitable. Toda división trae sufrimiento y ese sufrimiento purifica a quien pretende seguir a Cristo y ve que los suyos no hacen lo mismo. Sufre porque los suyos no están en el Camino que es Cristo. Sufre porque no puede compartir con ellos la Verdad que es Cristo. Sufre porque los suyos no viven la Vida que es Cristo.
De allí que el Señor nos diga antes de hablarnos de esta dolorosa división, en el comienzo del Evangelio de hoy: “Vine a traer fuego a la tierra. Y cómo quisiera que estuviera ya ardiendo” (Lc. 12, 49). Es el fuego purificador de su Palabra. Es el fuego purificador de la acción del Espíritu Santo en el mundo y en cada uno de nosotros. Es el fuego purificador del sufrimiento, cualquiera que sea, pero muy especialmente del causado por seguirlo a El. Que nuestros corazones se abrasen en ese fuego del Amor divino para que así superemos toda división por la fuerza de una entrega amorosa a dios y a los hermanos, especialmente a los que nos persiguen, a los que nos "ridiculizan" por vivir la fe.
Que la Bendición de Dios, la vida sacramental, la dirección espiritual y la oración nos ayuden a todos a mantenernos firmes en nuestra opción por Cristo y su Evangelio.
Feliz Domingo a todos. Que Dios os bendiga.
11/8/13
«Estad preparados y tened encendidas vuestras lámparas»
XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Sabiduría 18, 6-9 // Salmo 33 // Hebreos 11, 1-2.8-19 // Lucas 12, 32-40.
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas de este domingo diecinueve del tiempo ordinario nos hablan de dos virtudes esenciales en un cristiano: la FE y la ESPERANZA. Sabemos que la Fe es un regalo de Dios. Y eso significa que tenemos toda su ayuda para que creamos en lo que esperamos y para que nuestra Fe no desfallezca nunca, aún en medio de las más complicadas situaciones. Pero la fe debemos buscarla, pedirla, mimarla. Os pongo un ejemplo: cualquiera de los dones que tenemos humanamente son un regalo de Dios. Pero esos dones si no los potenciamos, si no los trabajamos y los ponemos a rendir se quedan sin dar frutos, como si fuese inexistentes. Con la fe pasa lo mismo, la hemos recibido en el bautismo, pero eso no basta, debemos hacerla crecer, debemos mimarla, debemos alimentarla con los sacramentos y la oración. La fe está viva en nosotros, Dios ha dispuesto todos los medios necesarios para que esa fe crezca, sea robusta, fuerte, alegre, gozosa, etc...pero nosotros debemos usar esos medios para consolidar nuestra fe. Cuando vienen los momentos duros de la vida, la fe es cuestionada, y entonces nos toca imitar la Fe de la Santísima Virgen María que tuvo Fe en el momento increíble, pero gozoso, de la Anunciación. Y esa Fe suya no desfalleció jamás, ni siquiera en los momentos más dolorosos del sufrimiento de su Hijo, ni en el momento de su ausencia cuando lo colocó en el sepulcro.
Nuestra Fe tiene que ser como la de la Virgen. La Fe no puede ser una actitud momentánea o de algunos momentos. La Fe no puede ir en marcha y marcha atrás. La Fe tiene que ir acompañada de la perseverancia ... hasta el final. Bien lo dice Jesucristo en el Evangelio de hoy: “Estén listos con la túnica puesta y las lámparas encendidas ... También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre” (Lc. 12, 32-48).
Es seria esta advertencia del Señor: a la hora que menos pensemos vendrá Jesucristo, bien porque nos llegue el día de nuestra muerte, bien porque El mismo venga en gloria a juzgar a vivos y muertos. Y tenemos que estar preparados. Tenemos que vivir cada día de nuestra vida en la tierra como si fuera el último día de nuestra vida. Es la recomendación de ese gran Santo de la Iglesia, San Francisco de Sales.
En el Evangelio, además de las advertencias mencionadas, el Señor nos propone una parábola relativa a ese requerimiento de perseverancia y de preparación constante que debemos tener. Nos habla de dos administradores: uno honesto y diligente, y otro descuidado y desleal. Nos dice que será dichoso aquél a quien el jefe lo encuentre cumpliendo su deber. Pero el otro, el incumplidor, juerguista e irresponsable, “recibirá muchos azotes”, porque, conociendo la voluntad de su amo, no la cumplió. Ante esta posibilidad de conocer la voluntad de Dios y no cumplirla, mucha gente no practicante, alega que su desconocimiento de las cosas de Dios, de las normas de la Iglesia, del Evangelio, etc...pues que les impiden hacer crecer en la fe. Incluso muchos cristianos de buena voluntad se cuestionan sobre la Salvación de tanta buena gente que viven totalmente apartada de Dios por desconocimiento. No podemos ser ingenuos. Es posible que en una tribu remota del Amazonas se dé esa posibilidad de la existencia de un grupo de personas que nunca han oido la predicación del Evangelio, que nadie les ha hablado de Cristo, de la Iglesia. Puede ser que esas personas se salven, porque no son culpables de su ignorancia en la fe. Dios en su infinita misericordia tendrá piedad de ellos, si son buenas personas y viven entregados al servicio de su tribu. Pero a mi me surge una pregunta ¿Creéis de verdad que en Córdoba, en agosto de 2013, existen personas que no sepan quién es Cristo, qué es la Iglesia, quién es Dios? Yo ciertamente creo que NO. Existen muchísimas personas que "pasan de la Fe", que viven al margen de Dios, que ciertamente conocen muy poco del Evangelio, de la doctrina cristiana, de los mandamientos...pero ¿qué exista alguien que, como en el amazonas, NO sepa quien es Jesús? Eso es imposible, Hasta los practicantes de otras religiones, .los ateos, los agnósticos, etc...saben quien es Jesús y los rudimentos básicos de la fe católica y de su Iglesia. No podemos usar como justificación para nuestra falta de fe, de vida cristiana, de entrega a Cristo...el DESCONOCIMIENTO. No, eso es una falacia. Todos sabemos muy bien lo que tenemos que hacer para alimentar nuestra fe. El problema es que no lo hacemos, además como es la gran mayoría la que no practica la fe, intentamos justificarlos. Recordad que Cristo fue muy claro en el Evangelio, y al criado que sabe lo que tiene que hacer y no lo hace, lo castigará.
Queridos hermanos y hermanas, aprovechemos este tiempo de descanso y vacaciones para cultivar nuestra fe. En el tiempo de descanso procuremos leer la Palabra de Dios, alguna vida de santos, algún libro que nos instruya en nuestra vida cristiana. Hacer más oración. Ahora que tenemos más tiempo hagamos la oración que durante el año, por el ajetreo laboral y académico, no podemos hacer...y por encima de todo, participemos en la Eucaristía de cada Domingo, al Señor no se le dan vacaciones. El Señor sigue esperándonos cada domingo. Si estáis fuera de la parroquia, buscad en vuestro lugar de vacaciones una parroquia donde celebrar el domingo. Dios os lo premiará, estoy seguro que os colmará con sus bendiciones y su Gracia.
Feliz domingo a todos y que Dios os bendiga. Tomás Pajuelo Romero. Párroco.
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