I DOMINGO DE CUARESMA
Lecturas: Génesis 9, 8-15 // Salmo 24 // 1ª Pedro 3, 18-22 // Marcos 1, 12-15.
La Cuaresma ha comenzado. El pasado Miércoles fue el de cenizas. Con este rito La Iglesia nos enseña cual es nuestra condición frente a la Grandeza Todopoderosa de Dios Omnipotente. Somos cenizas ante la Gloria de la VIDA que es Cristo. Nos queda tanto por crecer, por avanzar... Somos finitos, nuestra vida tiene un principio y un final. Al contemplar las cenizas sobre nuestras cabezas debemos tomar conciencia que antes o después, seremos cenizas. Nuestra esperanza cristiana nos abre a la vida porque sabemos que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha dado la Vida Eterna con su Resurrección. La Cuaresma es camino hasta la Pascua, camino en el que con el ayuno, la oración y la limosna alimentamos y fortalecemos nuestra vida interior.
Este primer domingo de Cuaresma escuchamos en el Evangelio como Jesús se retira al desierto, durante cuarenta días, inaugurando así la primera cuaresma, cuarenta días de desierto interior y exterior para encontrarnos con nosotros mismos a la luz del Evangelio y de la Gracia.
No podemos pretender, entonces, no tener tentaciones. Ni siquiera podemos pretender nunca pecar, pues aun los santos han pecado y nos dice la Sagrada Escritura que el santo peca siete veces (cfr. Prov. 24, 16).
Sin embargo, la clave del comportamiento ante las tentaciones nos la da esta cita de los Proverbios: “el justo, aunque peca siete veces, se levanta, mientras que los pecadores se hunden en su maldad”. La diferencia entre el que trata de ser santo y el pecador empecinado no consiste en que el santo no peque nunca, sino que cuando cae se levanta, pero el pecador continúa sin arrepentirse y cometiendo nuevos pecados.
Nadie puede eludir el combate espiritual del que nos habla San Pablo: “Póneos la armadura de la fe, para poder resistir las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra fuerzas humanas ... Nos enfrentamos con los espíritus y las fuerzas sobrenaturales del mal” (Ef. 6, 11-12).
Nadie, entonces, puede pretender estar libre de tentaciones. Es más, Dios ha querido que la lucha contra las tentaciones tenga como premio la vida eterna: “Feliz el hombre que soporta la tentación, porque después de probado recibirá la corona de vida que el Señor prometió a los que le aman” (Stgo. 1, 12).
Las tentaciones de Jesús en el desierto nos enseñan cómo comportarnos ante la tentación. Debemos saber, ante todo, que el demonio busca llevarnos a cada uno de los seres humanos a la condenación eterna. De allí que San Pedro, el primer Papa, nos diga lo siguiente: “Sed sobrios y estad atentos, porque el enemigo, el diablo, ronda como león rugiente buscando a quién devorar” (1 Pe. 5, 8).
Queridos hermanos, debemos tener plena confianza en Dios. Cuando Dios permite una tentación para nosotros, no deja que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Tenemos que saber y estar realmente convencidos que, junto con la tentación, vienen muchas, muchísimas gracias para vencerla. “Dios no permitirá que seais tentados por encima de vuestras fuerzas. El os dará, al mismo tiempo que la tentación, los medios para resistir” (1 Cor. 10 ,12).
¿Cómo luchar contra las tentaciones? La oración es el principal medio en la lucha contra las tentaciones y la mejor forma de vigilar. “Vigilad y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). “El que ora se salva y el que no ora se condena”, enseñaba San Alfonso María de Ligorio.
¿Qué hacer ante la tentación? Rechazar la tentación de inmediato. ¿Cómo? También orando, pidiendo al Señor la fuerza para no caer. Nos dice el Catecismo: “Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración” (#2849).
“No nos dejes caer en tentación”, nos enseñó Jesús a orar en el Padre Nuestro. La oración impide que el demonio tome más fuerza y termina por despacharlo. Sabemos que tenemos todas las gracias para ganar la batalla. Porque ... “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31).
Y después de la tentación ¿qué? Si hemos vencido, atribuir el triunfo a Quien lo tiene: Dios, que no nos deja caer en la tentación. Agradecerle y pedirle su auxilio para futuras tentaciones. Si hemos caído, saber que Dios nos perdona cuántas veces hayamos pecado y, arrepentidos y con deseo de no pecar más, volvamos a El a través del Sacramento de la Confesión.
Está claro que sufrir la tentación NO es lo mismo que pecar. Podemos sufrir la tentación y con ayuda de la oración y de la Gracia, rechazarla y hacer el bien. Transformando así una tentación en una obra buena. Podemos, en cambio, sufrir la tentación, dejarnos llevar y caer en el pecado. De esta manera nos apartamos de Dios y necesitamos confesar.
Aprovechemos la Cuaresma para hacer desierto en nuestras vidas, orar, reflexionar, ver lo que tenemos que cambiar y ofrecerle al Señor.
Junto a la homilía aparece un simpático cartel que nos explica sencillamente el camino de Cuaresma; Todos en ese coche, usando como gasolina la oración, el ayuno y la limosna y así alimentados llegar al final del Camino donde nos espera la ¡¡¡RESURRECCION DE CRISTO, LA PASCUA!!!
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.