V DOMINGO DE PASCUA
Lecturas: Hechos 14, 21-27 // Salmo 145 // Apocalipsis 21, 1-5 // Juan 13, 31-35
Queridos hermanos y hermanas, en este domingo de Pascua la lectura del Libro del Apocalipsis nos recuerda la imágen de la Jerusalén Celestial, la Gloria Eterna a la que estamos convocados todos.
Es algo impresionante, llamados a ser habitantes de esa Gloria Celestial. Cristo ha resucitado, ese es el centro de nuestra fe, es la esencia del cristianismo. Jesús ha vencido a la muerte y nos ha ganado la Resurrección. El apóstol Pablo nos recordaba que si no creemos en la Resurrección de Jesucristo entonces nuestra fe es absurda. Si sólo creemos en la humanidad de Jesús, en su corporeidad histórica, estaremos creyendo en un hombre más de la humanidad, en hombre vencido por la muerte. La fe Católica es la proclamación gozosa de la Divinidad de Jesús, Él es verdadero Dios y verdadero hombre, por tanto nosotros podemos hoy seguir experimentando su presencia, su consuelo, su fortaleza, su ayuda, su alegría... porque está vivo en la Gloria y se "encarna" cada vez que se consagran el Pan y el Vino, haciéndose realmente presente con Su Cuerpo y con Su Sangre. Verdadero alimento de Vida Eterna.
Esa visión de la Gloria que nos presenta el libro del Apocalipsis, es la meta para todo cristiano, poder llegar un día a gozar plenamente de la presencia eterna de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Unirnos a los Ángeles, a los Santos y Santas, a los Mártires. Unirnos a esa multitud ingente de personas que hanvivido recta y cavalmente su condición de cristianos. Han sido coherente hasta las últimas consecuencias en su vida de fe.
Convocados a participar de la Vida Eterna pero ¿Qué tenemos qué hacer? A esta pregunta nos responde hoy muy claramente el Señor: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado". Se puede decir más alto pero no más claro, si queremos vivir la Vida Eterna, tenemos que vivir aqui y ahora el mandato de Jesús, el Amor. Además vivirlo en grado heróico, como Él nos ha amado. Él nos amó hasta entregar la vida por nosotros. Esa es la medida del Amor Cristiano.
Muy sencillo de enunciar el mandamiento del Señor pero tan difícil de cumplir, nos cuesta tanto salir de nosotros mismos para vivir la Gracia del Amor de Dios. Nos empeñamos en querernos mucho y bien a nosotros mismos y luego ponemos un montón de excusas y pretextos para justificar nuestra falta de amor al prójimo. San Juan de la Cruz nos decía: "Al atardecer de la vida te examinaran del Amor."
Cuando nos presentemos ante Dios Nuestro Padre, nos va a examinar de las obras de amor que hemos hecho y de las faltas de amor que hayamos cometido en nuestra vida. Es del amor de lo que tendremos que dar cuentas ante Dios. San Juan nos decía que las tres virtudes esenciales son la Fe, la Esperanza y la Caridad (Amor). Que de las tres, al final de los tiempos la fe desaparecerá porque ya conoceremos cara a cara a Dios, ya no tendremos fe en Dios tendremos conocimiento cierto de El. La Esperanza también desaparecerá, porque lo que ahora esperamos gozar en ese momento lo estaremos gozando. La unica que perdurará toda la eternida es el Amor, porque viviremos en la plenitud eterna de Amor con Dios y los hermanos. Por eso debemos anticipar esa vida gloriosa de amor haciendo que el amor reine en medio de nuestras vidas, haciendo que sea una realidad el Reino de Amor predicado y vivido por Jesucristo.
La tarea es muy muy ilusionante, muy gratificante, aunque muy complicada. Necesitamos estar muy cerca de Cristo en nuestras vidas para que el nos inunde de su Amor. Llenarnos del Amor de Cristo en los sacramentos, en especial la Eucaristía. Llenarnos del perdón de Dios en la confesión, llenarnos de su Gracia santificante en la oración. Cuanto más sinceramente vivamos la Eucaristía y la Confesión más fácilmente viviremos el Amor. Si vivimos con fe, con gozo y con verdadera entrega la Eucaristía y la Confesión viviremos más sencillamente el amor. Si verdaderamente dejamos que Jesús nos llene con su amor en la Eucaristía y en la Confesión ese amor seremos capaces de vivirlo con los demás.
Hagamos nuestro el mandamiento del Señor y saquemos sobresaliente en el examen de amor del final de nuestras vidas.
Tomás Pajuelo. Párroco
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