Este próximo sábado, 4 de diciembre, a partir de las 17'00 h. se llevará a cabo en nuestra parroquia un tiempo de retiro en el que se podrá rezar, meditar y confesar para así, buscando una verdadera conversión, preparar nuestro espíritu para una mejor vivencia del tiempo de Navidad.
29/11/10
Retiro de Adviento 2010
28/11/10
«Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor»
I DOMINGO DE ADVIENTO
Lecturas: Isaías 2, 1-5 // Salmo 121 // Romanos 13, 11-14 // Lucas 24, 37-44

El Adviento tiene algunas características litúrgicas especiales: el color morado, signo de austeridad y preparación interior, “la corona de adviento” como camino de preparación a la Navidad, no se canta el aleluya, nos fijamos en dos figuras importantes: La Virgen María y San Juan Bautista. La actitud fundamental del Adviento es la ESPERANZA.
Para la Iglesia, este tiempo es un tiempo de Gracia, es una oportunidad para convertir nuestras vidas y abrir nuestros corazones a la presencia santificadora de Dios. Dios, hace 2010 años nació en Belén, preparó el corazón de la Virgen María, preservándola del pecado original, haciéndola Inmaculada en su Concepción, para que fuese la digna Madre de su Hijo, Jesús. De igual modo, Dios quiere que nosotros eliminemos todo pecado de nuestros corazones para poder habitar en ellos. El Adviento supone limpiar nuestro interior para convertirlo en el “portal de Belén” para que Dios nazca en él. Sencillo, humilde, pero limpio.
Esperar al Señor que viene, pero esperar con ilusión, esperar activamente, haciendo todo lo posible para erradicar el pecado de nuestras vidas. Es la espera de María, que sabe que en pocos días va a dar a luz. Las madres entenderéis perfectamente esta espera. Llena de alegría, a la vez preocupación. Llena de gozo e ilusión y a la vez temor por el parto. En definitiva, sentimientos encontrados pero deseados.
Esta debería ser nuestra actitud en el adviento, gozo porque el Señor quiere nacer en nuestros corazones, preocupación por no saber si seremos capaces de cambiar nuestras vidas. Alegría e ilusión por la Navidad y a la vez temor de volver a caer en la misma rutina de nuestro pecado y no ofrecer a Dios el corazón limpio y ordenado que se merece.
Quiero, este domingo, pedirle de una manera especial a la Virgen María, que inunde nuestras vidas con el deseo y la actitud que ella vivió entregándose a Dios completamente. Que este tiempo de adviento y la posterior celebración de la Navidad no se quede un año más, en lo externo, en la juerga, en las comidas, en los regalos…, todo eso tiene sentido en cuanto que sea expresión de la alegría que supone vivir a Cristo, recordar a Cristo, celebrar al Señor.
21/11/10
Jesucristo, Rey del Universo
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Lecturas: Daniel 7, 13-14// Salmo 92 // Apocalipsis 1, 5-8 // Juan 18, 33-37

Celebramos en este domingo la fiesta de Cristo Rey del Universo. Con esta fiesta concluimos el año litúrgico. Celebramos en esta fiesta que Cristo es el centro y el sentido de la historia. Él es Rey y su reino son los corazones de los hombres, las personas en su totalidad. Es Rey, pero su reino no es de este mundo. Es rey desde la cruz, como vemos en el evangelio: “Este es el rey de los judíos”; desde la cruz promete el paraíso al ladrón que le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino.
“Para que ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana”.
En la cruz Jesucristo nos redime, nos salva, paga por nosotros a Dios Padre la deuda que la humanidad entera había contraído por el pecado. A este propósito dice la segunda lectura: “Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.
Jesucristo nos redime en la cruz, nos salva, y consigue para nosotros la reconciliación con Dios: “Y por él – sigue diciendo la segunda lectura – quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
Continúa diciendo el prefacio:
“Para que entregara a su majestad infinita un reino eterno y universal; el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”.
El reino de Cristo es los corazones de los hombres y él reina no porque entronicemos al sagrado corazón de Jesús, sino porque vivamos los valores del evangelio, los valores del reino: la justicia, la paz, la vida y el amor.
Un reino eterno y universal. Dios existe desde siempre, también su reino; pero, al darnos la responsabilidad de colaborar con él en hacer reino nuestro mundo, la obra de sus manos, nos deja un matiz fundamental: es un reino para todos y para todo: universal, católico… Todo es redimido y presentado al Padre.
El reino de la verdad. La verdad del ser humano, por ejemplo, es lo que Dios ha pensado para él. La verdad es que somos hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, miembros de una misma familia, destinados a la vida eterna. Esta es la verdad que hemos de aceptar y seremos libres.
El Reino de la vida. Ningún mal aflige tanto al hombre como la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando los profetas divisan los tiempos mesiánicos, ve en ellos la desaparición de las lágrimas, la prolongación de la vida, la aniquilación de la muerte. Se refiere principalmente a la vida eterna, pero incluyen también la vida temporal. Jesús quiere para todos la vida plena.
El reino de la santidad y de la gracia. Estamos acostumbrados a sopesar todo lo que hacemos nosotros en relación con Dios y los demás; pero no solemos caer en la cuenta de todo lo que se nos ha dado gratuitamente y todo lo que Dios nos ayuda diariamente. Sin Dios estaríamos perdidos. Sin nuestra libertad y esfuerzo, que consiste en gran parte en dejar obrar a Dios, no hay santidad.
El reino del amor. El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias.
El reino de la paz. Las espadas se convertirán en rejas para el arado y del hierro de las lanzas se harán hoces y podaderas. Es un modo poético de anunciar la gran reconciliación que pretende hacer Dios: entre él y los hombres, y entre unos hombres y otros.
El reino de Dios, desde el que Cristo reina, está creciendo entre nosotros, por todos aquellos que viven los valores del evangelio. Que nuestra vida sea una ayuda valiosa en la construcción del reino de Dios. Que Dios reine en nuestra vida.
Que todos nosotros vivamos nuestras vidas como verdaderos súbditos del Reino de Cristo. Que Dios os bendiga. Feliz domingo.
19/11/10
«Las personas no cambian»
"Vivir es cambiar, y ha vivido mucho quien haya sido capaz de cambiar mucho."
citado por Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVII,
refiriéndose a cambiar para ser más fiel a Dios y a la Iglesia,
en el libro: Una Conversación Con Peter Seewald Joseph Ratzinger Benedicto XVI,
una serie de preguntas y respuestas sobre la Iglesia y la Fe Católica ante el mundo actual
16/11/10
Confirmaciones en nuestra Parroquia - 2010
El pasado sábado día 13 de Noviembre en la Parroquia del Beato Álvaro de Córdoba, un grupo de 18 jóvenes y adultos de la comunidad parroquial recibieron el sacramento de la Confirmación.
Don Manuel Hinojosa Petit, Vicario de la Ciudad, presidió la celebración, concelebrada por el párroco y el vicario parroquial. D. Manuel insistió en su homilía en la necesidad de vincularnos a la Parroquia para llevar a cabo los compromisos de evangelización, de vida de fe y de oración adquiridos por los confirmados en ese día tan importante para ellos.
14/11/10
«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»
XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Malaquías 3, 19-20, 2 // Salmo 97 // 2ª Tesalonicenses 3, 7-12 // Lucas 21, 5-19

En consonancia con las lecturas de estos últimos domingos, la Palabra de Dios en este día nos vuelve a recordar el final de la vida presente y la vida del mundo futuro. Cuando rezamos el credo cada domingo decimos:
Creo en el Espíritu Santo,
la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos,
el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
Es una verdad de fe inmutable el final de la vida terrena y la existencia de la eternidad. Muchas veces vivimos como si no tuviésemos que dar cuentas de nuestras obras al final de nuestras vidas para vivir la Vida de Dios. Muchas veces actuamos como si la muerte es el final, que tenemos que vivir esta vida a tope porque no hay después nada. Esta forma de pensar en la más anticristiana del mundo. Nuestra fe nos abre expresamente a la vida eterna. Cristo está vivo, está con nosotros, y nos promete esa vida eterna para nosotros.
Somos ciudadanos del cielo, estamos convocados al banquete eterno de la Gloria. Pero está vida puede no ser para nosotros, existe la posibilidad de la condenación eterna. Sé que decir esto no está de moda. Que en la actualidad existe una corriente entre los no practicantes, de pensar que todos nos vamos a salvar y que Dios es tan bueno que todo el mundo irá al cielo. Esto es falso, la Palabra de Dios es muy clara en esto. Existe la posibilidad de la condenación: pensad en el rico Epulón, en el ladrón malo en la cruz, en los que escandalizan a los pequeños, las vírgenes necias, etc… Son muchos los textos evangélicos en los que Jesús nos habla claramente de la condenación eterna. Es verdad que todos confiamos en la bondad misericordiosa de Dios, confiamos los que intentamos vivir según los criterios del Reino de Dios. Pero no es menos cierto que hay personas entre nosotros que hacen el mal voluntariamente, que no sienten arrepentimiento de ello, es más se jactan de vivir el mal. Evidentemente el Señor tendrá que respetar su decisión libre de vivir de espaldas a Él y hacerles vivir eternamente de una manera consecuente con sus vidas.
La lectura del profeta Malaquías que escuchamos hoy nos lo ha recordado claramente. El evangelio también nos recuerda el final de los tiempos, son las palabras del mismo Jesús, las que nos hablan del juicio final. San Pablo en su carta a los Tesalonicenses, también les recuerda a los cristianos de Tesalónica que trabajen en serio por su Salvación, que algunos están muy ocupados en no hacer nada, y el tiempo pasa inexorablemente. Al leer este texto paulino, uno reconoce en nuestros días esta misma dejadez por el trabajo serio de nuestra santidad. Parece que no es necesario, que da lo mismo hacer las cosas bien que mal. Es una idea de nuestro mundo, que confunde el bien con el mal, la verdad con la mentira, el compromiso con la dejadez, y nosotros como cristianos nos dejamos llevar de estas corrientes modernas.
Tenemos que tomar con empeño nuestro trabajo por la vida en Cristo, por la vida evangélica. Debemos esforzarnos en vivir, en conseguir ser verdaderos hijos de Dios. Es coger la cruz y seguir a Cristo. Eso cuesta, eso es duro y por eso escurrimos el bulto.
Pido a Dios que nos conceda la sabiduría necesaria para saber valorar lo verdaderamente importante para nuestra vida. Lo que de verdad merece nuestro esfuerzo y lo que es inútil que nos esforcemos. Pido la Gracia para vivir la Santidad todos los que formamos esta comunidad del Beato Álvaro de Córdoba.
Feliz Domingo a todos y que Dios os bendiga.
12/11/10
La resurrección de la carne
«En ningún punto la fe cristiana encuentra más grande contradicción que en la resurrección de la carne». Esta afirmación posiblemente la podríamos asumir o haber asumido todos los cristianos en algún momento de nuestro crecimiento espiritual. No en vano fue hecha por San Agustín ya en el siglo IV (cf. Salm. 88,2,5).
Cuesta trabajo, como seres humanos mortales que vivimos sometidos a la corrupción inevitable de la carne y de todo lo material, confiar por la fe plenamente en la resurrección de esa misma carne, pero esa es la fe de la Iglesia, tal como se afirma en el Credo católico y se expresa en el nº 997 del Catecismo: «En la muerte, separación del alma y cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús».
«Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?» (cf 996 del Catecismo)
Desde el principio, la fe de la Iglesia ha afirmado que «cuando venga el Señor, todos los hombres resucitarán con sus cuerpos». Adviértase el realismo enfático de estas antiguas declaraciones: «Creemos que hemos de ser resucitados por El en el último día en esta carne en que ahora vivimos». Los hombres han de resucitar «con el propio cuerpo que ahora tienen».
Y esta fe en nada se ve impedida por el hecho de que las mismas partículas puedan, con el tiempo, pertenecer a cuerpos u organismos diversos, pues también el cuerpo terreno guarda su identidad y permanece siempre el mismo, a pesar del continuo recambio metabólico.
En el momento de la muerte se nos juzgará y si somos dignos de la vida eterna nuestra alma irá a la gloria. Después, en el día del juicio universal cuando todos los muertos resuciten, el poder de Cristo unirá nuestra alma incorruptible, que ya ha estado gozando del Cielo, a un cuerpo transfigurado en cuerpo glorioso como el Suyo (Flp. 3, 21), un cuerpo espiritual (1Co. 15, 44).
Será, por el valor salvífico de la Resurrección de Cristo, que volverán a juntarse los restos de nuestro cuerpo destrozado por cualquier efecto, o dispersado por el polvo de los años o perdido en el horno crematorio. Será como una nueva creación, y así en efecto los primeros cristianos la llamaban “paleo génesis”, que significa precisamente eso: nueva creación.
En definitiva, con esta entrada queremos aportar algo de la luz del Magisterio de la Iglesia a un misterio no siempre reconocido con claridad, y a una afirmación de fe no siempre expresada con rotundidad, la resurrección de la carne en cuerpo glorioso en el fin de los tiempos.
Para (in)formarse más detalladamente, se puede recurrir por ejemplo a las siguientes referencias:
11/11/10
9/11/10
Operación "Potito"

Esperamos tu colaboración.
7/11/10
«No es Dios de muertos, sino de vivos»
XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: 2º Macabeos 7, 1-2. 9-14 // Salmo 16 // 2ª Tesalonicenses 2, 16--3, 5 // Lucas 20, 27-38

Sucedió que unos saduceos (grupo religioso de los tiempos de Cristo que no creía en la resurrección de los muertos), tratando de dejar en ridículo al Señor, le pusieron una de esas “preguntas trampas”, de las cuales el Maestro se salía con divina sagacidad.
Le presentaron el caso de una mujer (debe haber sido un caso hipotético, pues esta dama supuestamente sobrevivió a ¡siete! hermanos con los cuales se había casado consecutivamente a medida que iba enviudando de cada uno). La pregunta era que después de morir la viuda, cuando llegara la resurrección “¿de cuál de ellos sería esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”.
De esta amplia respuesta podemos sacar enseñanzas muy importantes sobre nuestra futura resurrección.
1. Hay una vida futura. Sí la hay. La verdadera Vida comienza después de la muerte. Esta vida es sólo una preparación para esa otra Vida. Por eso rezamos en el Credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.
2. Todos estamos llamados a esa Vida del mundo futuro, en el que viviremos “resucitados”, en una vida distinta a la del mundo presente. Pero no todos llegaremos a esa Vida: sólo “los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos”. La voluntad de Dios es que todos los hombres y mujeres nos salvemos y lleguemos a esa Vida del mundo futuro. Pero como nos advierte el mismo Jesús sobre el momento de la resurrección de los muertos: “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 28-29). Todos resucitaremos, pero unos resucitarán para la Vida y otros para la condenación.
3. En el Cielo no habrá matrimonios: “en la vida futura no se casarán”. Es cierto que estaremos junto con los demás salvados, incluyendo nuestro seres queridos, pero lo importante en el Cielo será vivir en la plenitud de Dios.
4. Llegaremos a ser inmortales: “no podrán ya morir y serán semejantes a los Ángeles”. La vida en el mundo futuro no significa que volveremos, a esta vida terrenal. Resucitar no significa que volveremos a esta vida como Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo, a quienes Cristo volvió a esta vida, los cuales en algún momento tuvieron que volver a morir. Tampoco significa que vamos a re-encarnar; es decir, volver a nacer en otro cuerpo que no es el nuestro. La re-encarnación, además de ser imposible, es un mito negado en la Biblia y herético para los cristianos. Más bien seremos como los Ángeles, que son bellos, inmortales, refulgentes, etc. Lo que sucederá cuando resucitemos será ¡una maravilla!, pues tendrá lugar la reunificación de nuestra alma inmortal con nuestro cuerpo mortal, pero éste glorificado en ese mismo momento ... como el de Cristo después de resucitar, como el de la Santísima Virgen, asunta al Cielo en cuerpo y alma.
5. Seremos verdaderamente “hijos de Dios, pues El nos habrá resucitado”. Y ¿es que no somos ya hijos de Dios? Sí lo somos, pero seremos entonces plenamente hijos de Dios, pues seremos como El, a partir del momento de nuestra resurrección, ya que estaremos purificados totalmente del pecado y de todas sus consecuencias. A esto se refiere San Juan cuando nos habla de nuestra nueva condición: “Amados: desde ya somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que seremos al fin ... seremos semejantes a El, porque lo veremos tal como es” (1 Jn. 3, 2).
Adicionalmente, para demostrar a los Saduceos que la resurrección es verdad, Jesús utiliza palabras de Moisés, a quien los Saduceos sí aceptaban. Le dice así: “Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para El todos viven”.
En la Segunda Lectura (2 Tes. 2, 16-3, 5) queda implícita nuestra futura resurrección: “Dios nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza ... esperen pacientemente la venida de Cristo”.
Importante notar que la firme esperanza de nuestra resurrección es gratuita, no la merecemos, es un regalo de Dios. Para eso nos creó, para gozar de esa felicidad eterna para siempre con El y en El.
La creencia en la resurrección es muy antigua. En efecto, en la Primera Lectura del Libro 2 de los Macabeos (2Mac. 7, 1-2 y 9-14) vemos como aquellos hermanos que estaban siendo torturados, descuartizados y muertos delante de su madre, se sentían consolados y fortalecidos en la seguridad de su futura resurrección, diciendo: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”.
Este pasaje impresionante, nos muestra una cosa importante para efectos de comprender la resurrección. ¿Qué sucede con los cuerpos que han sido mutilados o que han desaparecido volatilizados en gases o que han sido consumidos por un animal? Lo responde uno de los hermanos: “De Dios recibí estos miembros y de El espero recobrarlos”.
Así será la resurrección: recuperaremos todos los miembros perdidos de nuestro cuerpo... pero con la ventaja que ya no será un cuerpo decadente, mortal, que se enferma y se envejece, como el que ahora tenemos, sino que será un “cuerpo espiritual”. Como dice el Evangelio: ya los seres humanos no nos casaremos, ni moriremos, sino que seremos como los Ángeles, pues Dios nos habrá resucitado.
También queda expuesto desde este libro del Antiguo Testamento lo que San Juan nos dice posteriormente: unos resucitarán para la Vida y otros no: “El Rey del universo nos resucitará a una Vida Eterna ... Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.
El relato del libro de los Macabeos nos cuenta la historia de una familia, madre y siete hijos, que convencidos de la Resurrección, no les importa entregar su vida antes que renegar de su fe. Están convencidos que la muerte no es el final, que todos los hombres y mujeres estamos convocados por Cristo a la Resurrección y la Vida. Esa Vida eterna será la verdadera vida, será la que nos merezca la pena vivir. La vida actual es fugaz y pasajera, tiene un fin y se acabará. Los jóvenes del relato de libro de los Macabeos entendieron perfectamente el carácter transitorio de la vida presente y la importancia real y verdadera de la vida eterna.
Estamos en estos días de noviembre recordando a nuestros difuntos, sólo una fe robusta y convencida de la resurrección puede vivir con esperanza, con sosiego y consuelo la muerte de nuestros seres queridos. Una fe pobre, que no afirma la resurrección, que se ate a esta vida vivirá la muerte con desesperación, angustia, desasosiego.
La esencia de nuestra vida cristiana es la Resurrección, somos ciudadanos del Cielo. Somos Hijos de Dios llamados a vivir su divinidad.
Los mártires, los santos, entendieron que la vida verdaderamente importante es la de la Gloria y vivieron como de paso por esta para llegar a vivir la eterna.
Nosotros, por desgracia, estamos aferrados a esta vida, hemos perdido la perspectiva de la vida eterna y eso hace que vivamos trágicamente nuestra separación del mundo. La cultura moderna nos hace vivir tan metidos en la fugacidad que cuando la vida desaparece los que nos rodean pierden el sentido de su existencia. El corazón de un cristiano tiene que estar lleno a rebosar de ESPERANZA de VIDA ETERNA. Nos duele la muerte de nuestros seres queridos, de cualquier hermano. Pero no caemos en la desesperación porque nuestro corazón sabe que volveremos a vernos en el cielo. Los mártires no despreciaban la vida, regalo de Dios, pero tampoco la absolutizaban, fueron capaces de entregarla por AMOR a Dios.
¡Cuánto nos falta por crecer!
Pidamos a Dios que llene nuestros corazones de Esperanza y fe para vivir alegres nuestra entrega a Él y a los hermanos.
Que Dios os bendiga, feliz domingo.
2/11/10
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré»
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Lecturas: Job 19, 1.23-27a // Salmo 114 // 1ª Corintios 15, 20-24a.25-28 // Mateo 11, 25-30

En este mes de noviembre son muchas las fiestas importantes y los días que nos pueden ayudar a vivir nuestra fe de una manera más intensa: los Santos, los Difuntos, Cristo Rey, Adviento…
Quiero aprovechar esta homilía para explicar de una manera clara y sencilla, la doctrina de la Iglesia Católica sobre los “novísimos”, término teológico que significa la vida del mundo futuro.
Para todo cristiano la esencia de la fe es la MUERTE Y RESURRECCIÓN DE CRISTO. Es el anuncio de los apóstoles: “Aquel a quien vosotros matásteis colgándolo de un madero, Dios lo ha resucitado para hacerlo juez de vivos y muertos”. Son las palabras del apóstol San Pedro, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, anunciando la resurrección de Cristo. Para todo cristiano la Salvación nos viene por la entrega del Señor en la Cruz y por su gloriosa Resurrección. Por tanto estamos seguros que todo cristiano que viva el evangelio, tendrá parte en la Resurrección que Cristo nos ha prometido. Estamos llamados a participar con él en su Resurrección.
La Eucaristía, el mayor regalo que Dios nos ha concedido, manifiesta esta fe de una manera clara: toda ella se dirige al Padre, por medio de su Hijo Jesucristo y bajo la acción del Espíritu Santo. La Eucaristía la celebra la Iglesia entera, unidos a toda la Iglesia: la que peregrina en la tierra (nosotros), la que está participando de la Gloria eterna (La Iglesia triunfante, los Santos) y la que espera la Resurrección y la vida al final de los tiempos (La Iglesia Purgante). Si os fijáis bien, en la Eucaristía ofrecemos a Dios el sacrificio de Cristo pidiendo por la Iglesia extendida por toda la tierra, por los santos y por nuestros hermanos difuntos para que puedan participar de la Resurrección.
El mejor bien que podemos hacer como cristianos a nuestros seres queridos que ya han fallecido es ofrecer la Eucaristía por ellos, pidiendo su eterno descanso. Es verdad que podemos rezar individualmente por ellos en casa, en el cementerio… Pero la oración que más bien les hará es ofrecer la Eucaristía por ellos, es ofrecer a Cristo por su eterno descano el memorial de nuestra Salvación. Como Párroco, me duele en el alma, como muchos de nuestros difuntos, se quedan sin que nadie les ofrezca la Eucaristía por ellos.
Que después del funeral y de los nueve días, nadie se acuerda de ofrecer la Eucaristía por sus difuntos. Es el mayor bien espiritual que podemos ofrecer por aquellos que participan de la muerte de Cristo, para que Él, en su infinita misericordia, les haga participar de su Gloriosa Resurrección.
Queridos hermanos aprovechemos este mes de noviembre para pedir por nuestros difuntos, para ofrecer la Eucaristía y nuestras oraciones, por ellos. Recemos especialmente por aquellos por los que nadie rezará, siendo nosotros el alma orante de la Iglesia que reza por los que no tienen voz y nadie se acuerda de ellos.
Que la Esperanza firme en la Resurrección crezca en nosotros al contemplar y adorar a Cristo Vivo y Resucitado en la Sagrada Eucaristía.
Que Dios os bendiga.
1/11/10
Horario de Misas en el día de los Fieles Difuntos
El día 2 de Noviembre, con motivo de la celebración del día de los Fieles Difuntos se celebrará la Santa Misa en nuestra parroquia a las 18'00 h. y a las 20'00 h.
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Lecturas: Apocalípsis 7, 2-4.9-14 // Salmo 24 // 1ª Juan 3, 1-3 // Mateo 5, 1-12a

Este es el recuerdo de la fiesta de Todos los Santos. Que TANTOS HOMBRES Y MUJERES, DE TANTOS TIEMPOS Y LUGARES, HAN QUERIDO CAMINAR COMO SIERVOS DE DIOS. Tantos hombres y mujeres que han creído que, SIEMPRE, EL AMOR ERA MAS VALIOSO QUE CUALQUIER OTRA COSA. Tantos hombres y mujeres que han sabido mantener la llama del destello de bondad que Dios, el Padre, ha encendido en el corazón de todo aquel que nace en este mundo. Tantos hombres y mujeres que han descubierto que poner la vida al servicio de todos era la clave de toda alegría y toda ilusión. Tantos hombres y mujeres que, en definitiva, han querido caminar como caminó Jesús.
San Juan, en la segunda lectura que hemos escuchado, nos decía dónde se halla la FUENTE QUE HA ALIMENTADO a toda esa muchedumbre a lo largo de su camino: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". El Padre nos ha amado, y nos ha reconocido como hijos suyos. Y este reconocimiento, este ser hijos de Dios, es el motor que nos hace andar. Porque ser hijos de Dios significa LLEVAR DENTRO EL MISMO ESPÍRITU DE Jesucristo, esta llama que llena el mundo y lo conduce hacia el Reino.
Porque este Espíritu, la llama que Dios ha encendido en el corazón de cada hombre, NUNCA DEJA DE ARDER, y no permite que nos quedemos parados, y nos infunde al ansia de aprender cada vez más a amar y a vivir. Y, como ha encendido el alma de esta muchedumbre inmensa que hoy recordamos y la ha conducido hacia la fiesta eterna del Reino, también a nosotros nos conduce, para que vivamos cada vez más como verdaderos hijos de Dios, para que vivamos cada vez más como aquellos a quienes Jesús ha prometido su Reino.
Lo hemos escuchado en el evangelio. Son aquellas claras palabras, la proclamación de la gozosa noticia que Jesús trae al mundo, la llamada a la esperanza de todos aquellos que quizás creían que les quedaba poco que esperar: DICHOSOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS. Porque, hermanos, esta muchedumbre inmensa, está FORMADA POR TODOS AQUELLOS QUE HAN PODIDO MANTENER EL CORAZÓN ABIERTO A LA ESPERANZA, porque su vida no estaba cubierta por la indiferencia, o el egoísmo, o el ansia de figurar, o el creerse las personas más importantes del mundo. Esta muchedumbre inmensa la forman los pobres, los limpios de corazón, los que anhelaban la justicia, los que han trabajado por la paz, los perseguidos, los que han tenido que sufrir tantas y tantas cosas. Porque han sido ellos los destinatarios de la palabra de Jesús. Y, como ellos, si somos como ellos, también a nosotros se dirigirá esta palabra.
Hermanos: En la fiesta de Todos los Santos, SINTAMOS LA ALEGRÍA DE QUERER CAMINAR POR EL LARGO CAMINO POR EL QUE TANTOS OTROS HAN PASADO. Sintamos la alegría de pertenecer a esta muchedumbre inmensa de hombres y mujeres que han querido ser pobres, que han querido amar, que han querido mantener encendida la llama del Espíritu de Dios, SINTAMOS LA ALEGRÍA DE SER LLAMADOS POR EL PADRE, NOSOTROS TAMBIÉN, PARA SER SUS HIJOS.
Y ahora, en el recuerdo de la fiesta de Todos los Santos, celebremos la Eucaristía. La presencia entre nosotros de Jesucristo, EL QUE ENCABEZA LA LARGA MARCHA, el que ha llegado al término y desde allí nos ha llamado a todos. Hagamos, hermanos, nuestra acción de gracias al Padre.