XXI DOMINGO del TIEMPO ORDINARIO A
Lecturas: Isaías 22,19-23 // Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6.8bc // Romanos 11,33-36 // Mateo 16,13-20
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos viviendo unos días maravillosos, estamos viviendo las Jornadas Mundiales de la Juventud, estamos viviendo el ejemplo de millones de jóvenes que están demostrando que para ser felices no hace falta la droga, el alcohol, el consumismo, el pansexualismo de nuestros días,etc... Nos han demostrado que hay una gran mayoria de la juventud que es sana, que es feliz, que tiene valores, que AMAN a Cristo, que rezan y que a pesar del calor, de la dureza de estos días han estado inamovibles en Madrid, en el Viacrucis, en las Misas, en las calles, en cuatro vientos. ¿Quién dice que la juventud es mala? Es verdad que hay una parte de la juventud que no cree, que no ama, que vive... Pero la Gran mayoria de los jóvenes, de nuestros jóvenes, de nuestros hijos e hijas, son maravillosos. Viven la fe, viven su amor a Cristo y su obediencia y respeto a la Iglesia manifestado en su amor al Papa. Que este ejemplo nos impulse a confiar, a creer en el futuro de nuestra Iglesia. Aprendamos de ellos hoy a "pringarnos" en nuestra vida cristiana, no tengamos miedo a demostrar nuestra fe. Que no nos avergüence ser cristiano, El Papa Benedicto XVI nos ha dicho en Madrid:"no tengáis miedo de vivir el Evangelio", "No os avergoncéis de ser cristianos".
¿Que podemos pedir más?¿Quién puede seguir diciendo que la Iglesia no tiene futuro? Toda esa panda de indocumentados que afirman que los jóvenes no aman a la Iglesia, no tienen fe, no practican la religión... ¿Son ellos capaces de movilizar dos millones de jóvenes a cualquiera de sus actos? NO somos unos cuantos trasnochados, o unas reliquias del pasado... La Iglesia está viva, está joven, esta en la raiz del pueblo...está en lo más profundo del corazón de muchos jóvenes, mayores, familias, sacerdotes, religiosos, misioneros, etc...
El Evangelio de hoy nos habla de San Pedro, el primer Papa, precisamente en el momento en que Jesús le anunció la función que tendría dentro de la Iglesia. Además nos informa de cómo Cristo gobernaría esa Iglesia fundada por El, a través de San Pedro y de todos los Papas que le sucederan. Precisamente cuando el Papa está en medio de nosotros, esta en nuestro pais, está en medio de los jóvenes.
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, fueron las palabras de Jesús al que antes se llamaba Simón y que ahora llama “piedra” -o más bien “roca”. El Apóstol San Pedro es, entonces, la “roca” sobre la cual Cristo funda su Iglesia.
¿Cómo fue este nombramiento? Sucedió que un día Jesús interroga sus discípulos sobre quién creía la gente que era El, pero más que todo le interesaba saber quién creían ellos que era El. Enseguida, Simón (Pedro) salta -de primero, como siempre- y sin titubeos, ni disimulos, responde con claridad: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 13-20).
Si nos ubicamos en el momento, nos podremos percatar de la significación de esta declaración de San Pedro. Jesús había comenzado a manifestar su gran poder a través de milagros que los Apóstoles habían presenciado: agua cambiada en vino, muchas curaciones, multiplicación de panes y peces, calma de tempestades, etc. Sin embargo, en ningún momento Jesús se les había identificado. Tampoco había sucedido la Transfiguración. Y ahora les pide que sean ellos quienes lo identifiquen. De allí la importancia de la declaración de Pedro.
Por eso el Señor se apresura a decirle: “Dichoso tú, Simón, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los Cielos”. Los sabios de Israel no captaron lo que San Pedro y los Apóstoles sí pudieron captar. Ellos no eran de los sabios y racionales, sino de los sencillos y humildes, a quienes el Padre revela sus misterios. Por eso les enseña Quién es su Hijo. Es la mayor muestra de esa oración de Jesús al Padre Celestial: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los sencillos”. (Mt. 11, 25)
Podemos razonar, pero teniendo como intención la búsqueda sincera de la Verdad. Los razonamientos estériles no llevan a ningún lado: más bien pueden cegar y ser obstáculos para llegar a la Verdad. Hace falta la sencillez, la humildad, la niñez espiritual, para conocer los secretos de Dios y para darnos cuenta de dónde está Dios.
Una fe viva, fervorosa, perseverante, inconmovible sólo viene de Dios y sólo la reciben los que se abren a este don. Y la llave que abre nuestro corazón y nuestra mente a las cosas de Dios es la humildad.
Fijémonos que Jesús les da “las llaves del Reino de los Cielos”. ¿Podemos imaginarnos lo que es esto? La siguiente promesa del Señor nos da un indicio: “Lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo”, que equivale a decir: lo que decidas en la tierra, será decidido así en el Cielo. Las decisiones que tomes, serán ratificadas por Mí.
A San Pedro y a todos los Papas que han venido después de él se les dan las llaves, no de un reino terreno, sino del Reino de los Cielos, que es el Reino que Jesús ha venido a establecer con su Iglesia. Y en ésta Pedro tiene el poder de decidir aquí lo que Dios ratificará allá.
Aprobación previa de parte de Dios en el Cielo a lo que decidan los Papas en la tierra sobre la Iglesia de Cristo.
¡Qué estilo de gerencia es la gerencia divina! No podía ser de otra manera: tal peso sobre Pedro y sobre todos los Papas después de él, tenía que contar con una asistencia especial.
Así ha querido Jesús edificar su Iglesia: con la presencia constante hasta el final de su Espíritu Santo, y dándole a Pedro -y a todos sus sucesores, los Papas- el inmenso poder de decidir aquí en la tierra lo que Dios decidirá en el Cielo.
En un mundo tan racional como el nuestro, esto puede parecer bien difícil de comprender y de aceptar. Pero así es. Cristo fundó su Iglesia y la puso a funcionar de esa manera. Y prometió estar con ella hasta el final. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta que se termine este mundo” (Mt. 28, 20).
Así son los designios de Dios: misteriosos, incomprensibles para los que no nos vemos en nuestra verdadera dimensión: que nada somos ante Dios. Pero... si todo nos viene de Dios a él le debemos nuestra adoración.
Reafirmemos hoy nuestra adhesión al Santo Padre, digamosle hoy: «Santo Padre la Parroquia Beato Álvaro de Córdoba está con usted, le presta su adhesión, obediencia y amor como hijos de la Iglesia y le prometemos nuestra humilde oración por usted y por su infatigable ministerio.»
El Santo Padre nos ha bendecido con su presencia entre nosotros por eso la bendición de hoy es la suya que la da en Cuatro Vientos, la bendición Urbe et Orbi, que nos llega también a todos nosotros. Queridos hermanos y hermanas: ¡ Viva el Papa! ¡Viva Cristo Vivo!
Tomás Pajuelo. Párroco.
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