Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este Domingo 2º de Pascua, Fiesta de la Divina Misericordia, nos relata una de las apariciones de Jesús a los Apóstoles, después de su Resurrección. Sucedió que se encontraba ausente Tomás, uno de los doce (cf. Jn. 20, 19-31). Y conocemos la historia. Tomás no creyó. Le faltaba fe y tuvo la audacia de exigir -para poder creer- meter su dedo en los orificios que dejaron los clavos en las manos del Señor y la mano en la llaga de su costado. Tomás tiene la osadía de poner condiciones al Señor para creer en Él. Cuado escucho a tanta gente decir: "yo creería si.." me doy cuenta de la soberbia de la mente humana que pretende condicionar a Dios. Es Dios quien pone las condiciones, un corazón abierto a su trascendencia.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Fe es una gracia de Dios y es también un acto humano”. En efecto, la Fe es una virtud sobrenatural infundida por Dios en nosotros. Pero para creer también es indispensable nuestra respuesta a la gracia divina; es decir, también se requiere un acto de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad, por el que aceptamos creer.
En una oportunidad cuando los Apóstoles le pidieron al Señor que les aumentara la Fe, El les hace un requerimiento: tener un poquito de Fe, tan pequeña como el diminuto grano de mostaza (cf. Lc. 17, 5-6). Significa que para tener Fe, el Señor nos pide nuestro aporte: un pequeño granito como el de la mostaza, es decir, nuestro deseo y nuestra voluntad de creer.
Esa Fe, entonces, que es a la vez gracia de Dios y respuesta nuestra, nos lleva a creer todo lo que Dios nos ha revelado y, además, todo lo que Dios, a través de su Iglesia, nos propone para creer.
Por eso se dice que las verdades de nuestra Fe están contenidas en la Sagrada Escritura y en la enseñanza de la Iglesia Católica. Y esas verdades no son necesariamente comprobables o comprensibles con nuestra limitada inteligencia humana. Son verdades que creemos por la autoridad de Dios, no por comprobación humana.
Por eso dice el Catecismo: “La Fe es más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios ... Y Dios no puede mentir”.
Ahora bien, la primera consecuencia de la Fe es la confianza, pues creer en Dios es también confiar en El. No basta decir: “yo sé que Dios existe”, sino también “yo confío en Dios, yo confío en El y estoy en Sus Manos”. En esto consiste la verdadera Fe. Y confiar en Dios significa dejarnos guiar por El, por Sus designios, por Su Voluntad. Pero ... ¿no es nuestra tendencia más bien tratar de que Dios se amolde a nuestros planes y que -incluso- colabore con ellos?
Pero el Señor nos dice así: “Vuestros proyectos no son los míos y mis caminos no son vuestros caminos. Así como el cielo está muy alto por encima de la tierra, así también mis caminos se elevan por encima de vuestros caminos, y mis proyectos son muy superiores a los vuestros” (Is. 55,8-9).
Por eso decimos: “Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo” cada vez que rezamos el Padre Nuestro, la oración que el mismo Jesucristo nos enseñó. No se trata, pues, de que sea mi voluntad la que se cumpla, ni mi deseo, ni mi proyecto, ni mi plan. Se trata de buscar la Voluntad de Dios, para irla cumpliendo y para ir siguiendo los planes de Dios para mi existencia. En esto consiste la verdadera Fe y la confianza en Dios.
Las apariciones de Jesús Resucitado a sus Apóstoles antes de su Ascensión al Cielo, fueron varias. Pero ésta de hoy parece muy importante. No sólo el episodio de Santo Tomás la hace destacar, sino también que en esa misma ocasión el Señor instituyó el Sacramento del Perdón o de la Penitencia o Confesión. “Reciban el Espíritu Santo. A lo que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
¿Será por el recuerdo de la institución del Sacramento del Perdón de los pecados que hoy celebra la Iglesia la Fiesta de la Divina Misericordia? ¿Será por ello que en el Salmo -el mismo del Domingo de Resurrección- cantamos “La misericordia del Señor es eterna” (Sal. 117).
En efecto, este Domingo que sigue al Domingo de Resurrección es la “Fiesta de la Divina Misericordia”. La Teología nos dice que Dios posee todos sus atributos o cualidades en forma infinita. Así es, infinitamente Misericordioso, pero también infinitamente Justo. Su Justicia y su Misericordia van a la par. Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por los momentos, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia.
No nos castiga como merecemos por nuestros pecados, ni castiga al mundo como merecen los pecados del mundo, sino que nos ofrece el abismo inmenso de su Misericordia infinita. Pero si no nos abrimos a su Misericordia, tendremos que atenernos a su Justicia. ¡Graves palabras del Señor! Por lo demás, coinciden con su Palabra contenida en el Evangelio ... Y llegará el momento de su Justicia ... Llegará ...
¿Cómo podemos acogernos a su Misericordia? Veamos qué nos ha dicho el Señor sobre la Fiesta de hoy: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores ... Ese día derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas ... Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata”
Con este ofrecimiento del Señor para el día de hoy, quien arrepentido se confiese y también comulgue, acogiéndose a este llamado de la Divina Misericordia, queda como si se acabara de bautizar: totalmente purificado de toda culpa, como si no hubiera cometido nunca ningún pecado. Es el abismo insondable de la Misericordia Infinita de Dios, que no desea la muerte de nosotros, pecadores, sino que nos convirtamos y vivamos para la Vida Eterna, la que nos espera después de esta vida terrenal que ahora vivimos.
Como si fuera poco, aparte de quedar totalmente preparados para el Cielo, purificados de toda culpa, si aprovechamos las gracias que la Misericordia Divina nos tiene para este día, tenemos la promesa del Señor de que recibiremos lo que pidamos en este día de la Fiesta de la Divina Misericordia, siempre que lo que solicitemos esté acorde con la Voluntad de Dios.
Para recibir las gracias otorgadas este Día de la Divina Misericordia, es necesario recibir la Eucaristía y haberse confesado, condición para recibir el perdón total de las culpas y de las penas, que son consecuencia de nuestros pecados. Aprovechemos este momento de Gracía. Vivamos la misericordia divina en nuestras vidas.
La imagen de la Infinita Misericordia de Dios derramada por Cristo a su Iglesia es la que aparece en el cuadro que preside la pared del fondo, la de la puerta principal de la Parroquia.
Cristo aparece derramando, en una especie de rayos que salen de sus manos, la Infinita Misericordia de Dios que brota de su Sagrado Corazón.
Que la Misericordia de Dios descienda sobre nosotros y la derrochemos en los demás.
Que Dios os bendiga a todos. Feliz domingo!!
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.