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31/7/11

Nada Puede Apartarnos del Amor de Dios

XVIII DOMINGO del TIEMPO ORDINARIO A

Lecturas: Libro de Isaías 55,1-3, Carta de San Pablo a los Romanos 8,35.37-39, Evangelio según San Mateo 14,13-21.

Queridos hermanos y hermanas:

En este último domingo de Julio, cuando la mayoría de la gente está disfrutando del merecido descanso, la Palabra de Dios que escuchamos nos introduce de nuevo en la necesidad de Dios. El tema de la Liturgia de hoy es el de la Providencia Divina y la confianza que debe tener el cristiano de que Dios, que es Padre... y Padre infinitamente Misericordioso, se ocupa de todas nuestras necesidades: tanto espirituales, como materiales.

Para los bienes materiales, El nos da la posibilidad de encontrarlos poniendo nosotros lo que podemos, que es el trabajo cotidiano. Para los espirituales nuestra aportación consiste en nuestra respuesta a la Gracia Divina, es decir, nuestro “sí” a la Voluntad de Dios. Recordemos esto cada vez que recemos el Padre Nuestro, pues “el Pan nuestro de cada día” que pedimos en esa oración con que Jesús nos enseñó invocar a Su Padre, nuestro Padre, se refiere al alimento material y también al alimento espiritual.

Dentro de esa confianza que debe tener el cristiano de que Dios todo lo provee y de que Dios no permite nada que no sea conveniente para nuestra salvación, está la Segunda Lectura del Apóstol San Pablo a los Romanos (Rm. 8, 35, 37-39).

Nada -absolutamente nada- puede apartarnos del amor que sabemos que Dios nos tiene: ni las tribulaciones, ni las angustias, ni la persecución, ni el hambre, ni el peligro, ni la guerra ... Nada ... Ni la muerte, ni la vida, ni los demonios, ni el presente, ni el futuro ... En todo confiamos en Dios y no dudamos de su Amor. Así es la seguridad del cristiano que confía en su Padre, Dios. ¡¡ Con qué facilidad nos olvidamos de este texto de la Palabra de Dios!! ¡¡Que facilmente olvidamos al Señor, su amor, su providencia infinita!! En cuanto nos viene algo malo en la vida, en cuanto se tuercen nuestras espectativas, en seguida la culpa a Dios. ¿Por qué me haces esto?¿Por qué Dios mio? La mayoria de las veces agobios y problemas fruto de nuestra irresponsabilidad o nuestro pecado... pero, claro, lo más fácil echarle la culpa a Dios. Cuando uno lee detenidamente este texto de San Pablo, se da cuenta que el apóstol AMABA a Dios con todas sus fuerzas, su mente y su vida. Él tiene claro que las cosas de este mundo nunca le van a impedir que Dios le ame y el se sienta profundamente amado por Dios. Podemos pasarlo mal, pero incluso ahí nos está amando profundamente el Señor.

Cuando una familia se ama de verdad, aunque vengan los problemas, juntos los superan con ánimo, porque se aman y nada material va a impedir ese amor. Pensad en nuestros mayores, muchos de nuestros padres y abuelos, se casaron sin nada, con menos de lo estrictamente imprescindible...pero queriéndose de verdad y fijaros lo que nos han dado, lo que han procurado para nosotros. No tenian cosas materiales pero su amor les ayudo a vencer todo para darnos lo mejor. Hoy tenemos de todo y nos falta lo más importante: EL AMOR.

El evangelio de hoy nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces:

Jesús se acaba de enterar de la muerte de su primo, su Precursor, San Juan Bautista. Nos dice el Evangelista que “al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar solitario”. Pero en cuanto ve a la muchedumbre que le busca, se pone a enseñarles. Nos damos cuenta que Jesús se olvida de lo que inicialmente iba a hacer, se olvida de su retiro en soledad, se olvida de su duelo, de su dolor, y se somete a la solicitud de una muchedumbre hambrienta de pan material y de pan espiritual.

Y nosotros, que debemos ser imitadores de Cristo, ¿es así como actuamos con relación a las necesidades de los demás? ¿Qué necesidades ponemos primero: las nuestras o las de los demás? ¿Cómo atendemos a quien nos necesita para que le demos una palabra de aliento, una atención porque está enfermo o simplemente porque necesita un trozo de pan? ¿Hacemos como Jesús? ¿Nos olvidamos de nuestra tristeza o preocupación personal para atender a otros, aún desde nuestra propia tristeza o preocupación? ... ¿O buscamos ser nosotros atendidos, olvidando a los demás? ¿Buscamos ser consolados en vez de consolar? ¿Ser comprendidos en vez de comprender? ¿Ser amados en vez de amar? ... ¿Cómo actuamos? ¿Cómo somos? ...

Hoy el Señor sigue viendo a la muchedumbre necesitada, nos pide que nos sentemos y con un poco de PAN y con un poco de VINO, hace el milagro de multiplicar su PRESENCIA en el altar. Hace que en todas las partes del mundo, en cada iglesia en la que se celebre la Eucaristía está el realmente presente para ser nuestro alimento de vida eterna.

Vivamos hoy el domingo con alegría, con gratitud.

Que Dios os bendiga a todos. Feliz domingo.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco

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25/7/11

Solemnidad de Santiago Apostol, patrono de España - año 2011

SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APOSTOL, PATRONO DE ESPAÑA - AÑO 2011

Lecturas: Carta II de San Pablo a los Corintios 4,7-15 // Salmo 126(125) // Evangelio según San Mateo 20,20-28

Queridos hermanos y hermanas:

En mitad del verano, en este mes de julio, celebramos la Solemnidad del Apóstol Santiago, patrono de España. Es una fiesta que ha sido civilmente quitada en el calendario laboral pero que para la Iglesia sigue siendo Solemnidad. ¿Cómo nace la tradición del Apóstol Santiago en España? Intento explicarlo:

Según la tradición, a España, provincia del Imperio, viene Santiago el Mayor, uno de los hijos del Zebedeo, el hermano de Juan. De carácter fuerte y ambicioso, arrebatado, Hijo del Trueno, y predilecto del Señor. Hispania, culturizada por Roma, se había enriquecido con un cruce de colonizaciones y civilizaciones. Desde la Hesperia de los griegos y la Iberia de los cartagineses hasta de nuevo la Hispania romana, de vuelta al nombre de los fenicios, seguidores de los reyes del mito, Gerión, Gárgoris y Habidis, su hijo incestuoso, amamantado por las ciervas del monte, como Rómulo y Remo por la loba de Roma, los iberos de Africa, antes de Argantonio, ya habían dado a nuestra patria el nombre primigenio de Iberia, como hija del padre Ebro, máximo exponente de la tierra. Del centro y del norte de Europa, llegaron después los celtas, hombres rubios y algo más refinados, en contraste con los africanos, que eran morenos y fuertes. Del mestizaje de los dos pueblos nacerán los celtíberos, que darán el nombre a Celtiberia. Los griegos también colonizan a Iberia, antes de que vengan los romanos e integren la península como Hispania, constituida ya colonia romana. Este cruce de invasiones dio lugar a un enjambre de paganismo y de religiones, necesitadas de evangelio y difíciles para recibirlo.

A este campo duro de siembra llega Santiago, y aquí, lejos de Oriente, en el "finis terrae" y confín del "mare tenebrosum", donde acaba la tierra, sembró las primeras semillas de las que brotaron los siete varones apostólicos, todos ungidos obispos de las primeras comunidades cristianas de España, que prepararán la gran gesta y la mayor evangelización de los nuevos pueblos de América, donde después de 1.500 años, España dejará la fe, la lengua, las costumbres y hasta el nombre de algunas ciudades, como Santiago de los Caballeros en la República Dominicana, Santiago en Cuba, en Brasil, en Panamá, en Costa Rica, en Paraguay, en Perú y en Chile.

Sudor y zozobra. Angustia y desamparo. Tanto sufría Santiago que María, la madre del Señor, compadecida de la soledad del Apóstol y, seguramente con la recomendación de su hermano Juan, y su “hijo”, vino en carne mortal a Zaragoza, la Cesaraugusta de nombre imperial, situada en la orilla del Ebro, a confortar su espíritu, según mantiene la vieja y arraigada tradición. María fortaleció su corazón solitario, su siembra al parecer estéril, la tortura del Reino que no cuajaba. No hay soledad mayor que la del que habla un lenguaje que no es comprendido, ni él mismo comprende el lenguaje y la vida de aquellos a quienes trae la Vida, porque se expresan en códigos diferentes. Su siembra dolorosa fue fecunda: Santiago introdujo a María en España y España introducirá a María igualmente en América y con ella la fe, hoy tan firme y floreciente. Vuelto a Jerusalén, "el rey Herodes lo hizo decapitar para complacer a los judíos". A los que seguimos sembrando nos fortalece el pensar y ver que es verdad que el grano sembrado en tierra da mucho fruto, viendo la cosecha de la predicación del Apóstol, que parecía inútil.

Según el Codex Calixtinus del siglo XII, y la Leyenda aurea del siglo XIII, los discípulos del santo transportaron su cuerpo por mar hasta Galicia, y lo depositaron cerca de la ciudad romana Iria Flavia. Otra tradición hace protagonistas a los monjes andaluces que, huyendo de la invasión musulmana, subieron hacia arriba, llevando consigo los huesos de Santiago. Pero el hecho de la evangelización de España por Santiago consta ya en el Breviarium Apostolorum del siglo VII. Su sepulcro, como el de Jesús en Jerusalén, en las Cruzadas, y el de Pedro y Pablo en Roma, en las romerías, se convirtió en lugar de peregrinación, para conseguir el perdón atravesando el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo. Allí nació Europa, y allí tiene sus raíces. A recobrar esas raices de su evangelización convocó Juan Pablo II a Europa, en el año 1982: "Europa, se tú misma". Venían de Europa los peregrinos, trasvasando fe, cultura y fraternidad. Con las multitudes vinieron también personajes como Carlomando y el Poverello de Asís. Desde Somport a Roncesvalles, llegando hasta Puente la Reina en Navarra, la tierra riojana, y la castellana hasta arribar por fin en Galicia, a Santiago, Campo de estrellas. Decían los alemanes: Grande fue nuestra devoción en Roma ante San Pedro y San Pablo, pero la mayor la sentimos ante el sepulcro de Santiago en Compostela. “Señor Santiago, Divino Santiago, adelante, arriba, Dios nos ayude”.

Bien puede decir Santiago con Pablo que "el tesoro de la fe lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros". Por eso aunque "nos aprietan por todos lados, no nos aplastan". Y si "nos entregan a la muerte por causa de Jesús, es para que la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal" 2 Corintios 4,7. Como a él lo entregaron a la muerte, también a nosotros. Por tres veces fue corregido por Jesús: En Samaría, cuando quería hacer llover fuego de destrucción. Cuando interpuso la mediación de su madre pidiendo el puesto más apetecible a su entender. Cuando en Getsemaní, se durmió mientras Jesús agonizaba: “¿No habéis podido velar una hora conmigo?”.

Con el martirio de Santiago se cumple la palabra profética de Jesús: "Beberéis mi cáliz". Se lo dijo cuando estaba lejos de desear la muerte, sino un cargo sobresaliente en el reino de Jesús, concebido a la manera humana, en competencia con Pedro, quien, con su hermano Juan, eran los tres predilectos de Jesús: Les había elegido para que vieran la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración y su oración en el Huerto. Les había elegido como amigos intimos suyo para predicar el Reino. Ellos no sabían cuál sería su futuro, pero si sabían cual era su obligación: llevar el evangelio a todo el mundo.

Santiago, en la debilidad porque no ve fruto a su labor predicadora, acude a la Virgen María y ella se le aparece como Pilar de la Fe. Aprendamos de los Apóstoles, cuando se nos haga cuesta arriba vivir la fe, vivir el Evangelio, acudamos a la Virgen María. Ella siempre estará ahí para darnos su apoyo y su amor maternal.

No dudemos nunca que Jesús estará con nosotros hasta el final de los tiempos. No dudemos que Jesús es el verdadero Tesoro, cómo decíamos este domingo, que puede cambiar nuestra existencia. Procuremos que la fe Católica, que desde tantos siglos se vive en España, no desaparezca. Es nuestra responsabilidad mantener viva la fe, la verdad, en nuestra sociedad. Hemos recibido una tradición que debemos transmitir con responsabilidad y alegría. Que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo. Párroco


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24/7/11

Contrastemos nuestra vida y nuestra fe

XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Lecturas: Exodo 34,29-35 // Salmo 99(98) // Mateo 13,44-46

Queridos hermanos y hermanas, la Palabra de Dios que escuchamos hoy, en este domingo, nos pone ante la responsabilidad de contrastar nuestra vida y nuestra fe. El Señor, nos predica tres parábolas del Reino: el tesoro, la perla y la red de peces.

El Tesoro escondido: Es una parábola muy corta pero muy significativa. El Señor nos hace caer en la cuenta que cuando descubrimos algo en el terreno material que nos interese, hacemos lo que haga falta para conseguirlo. Aquel hombre descubrió un tesoro, una fortuna, pero aquel campo no era suyo, así que lo volvió a esconder, lo enterró y se fue a su casa y vendió todo lo que tenía para comprar aquel campo. Aquel campo, seguramente no tendría mucho valor, seguro que los vecinos le dirían que estaba loco por vender su casa, sus posesiones para comprar un campo. Pero el sí sabia el secreto: en el campo había un tesoro que le iba a cambiar la vida!

El Señor nos dice que vivir el evangelio, vivir el Reino, es un verdadero tesoro, es una felicidad inmensa. Que hace falta "vender" nuestras posesiones para comprar, para estar libres, para vivir el Reino de Dios. Pero antes es necesario encontrar el tesoro, descubrir el valor de la Salvación en nuestra vida. Mientras no descubramos que el evangelio, la fe, la oracion, los sacramentos,etc... "ES UN TESORO" dificilmente pondremos todo nuestro empeño en vivir cristianamente. He sido testigo en muchas ocasiones de la conversión de muchas personas que han descubierto que la fe en Cristo Jesús es un verdadero tesoro por el que merece la pena dejarlo todo y vivir la fe. Pero soy testigo, la mayoria de las veces, de muchísimas personas que oyen la Palabra, oyen la predicación, ven la vida cristiana de sus semejantes, ven la salvación en muchos de los que están a su lado...pero para ellos no es un tesoro por el que merezca la pena entregarse. Consideran que con acercarse a verlo cada domingo, a intuirlo cada domingo ya es bastante pero no lo experimentan como la unica forma de cambiar y vivir su existencia verdaderamente felices.

Hermanos, salgamos de nuestra comodidad, hay que implicarse, somos demasiado cómodos, no salimos ni tan siquiera a buscar el tesoro. Preferimos seguir gozando de nuestra pobreza, de lo poco que tenemos, de nuestras penas, de nuestras miserias, de nuestros pecados... y en cambio el Señor nos pide que salgamos, que dejemos todo eso, que acudamos a EL que es el tesoro de nuestras vidas, que puede llenarnos de amor y felicidad.

En estos días he peregrinado a Roma, y he podido constatar como el esfuerzo, las grandes caminatas, el calor, no era problema alguno ante la maravilla de vida, de Iglesia, de fe, que supone estar a los pies del Vicario de Cristo.

Yo os animo a que os pongáis en camino, que aprovechemos este tiempo de verano para sacar un tiempo de oración, de hacer un buen examen de conciencia y hacer una buena confesión. En las vacaciones procuramos quitarnos todo el estrés del año para venir renovados a nuestras ocupaciones. Pues aprovechemos también para quitarnos todo el "estrés del pecado" haciendo una buena confesión y volver como nuevos a nuestra comunidad, a nuestra vida cristiana.

La Perla: con esta parábola insiste en la misma idea, cuando algo interesa de verdad ponemos TODO nuestro empeño en conseguirlo.

La parábola de la red y los peces nos recuerda que en la comunidad, en la Iglesia, tiene que haber peces buenos y malos, pero que no podemos olvidar que al final, el Señor pondrá en un canasto los buenos y tirará los malos. No perdamos el tiempo y la vida quejándonos de lo malo que son los demás y vamos a ponernos a ser buenos nosotros. Al final iras a un cesto o al otro por tus obras no por lo que te hayas quejado de lo malo que es el prójimo. Allí no habrá más remedio que dar cuenta de lo que cada uno es de verdad y no valdrá decir ¡es que tal cura! ¡es que fulanito!¡es que mi catequista! Te dirá el Señor ¡es que te lo dije tantas veces y no me escuchaste!

Cristo es el tesoro por el que vale entregar la vida, os lo aseguro, el que le sigue tiene el ciento por uno aqui y la eternidad en su Reino.

Que Dios os bendiga a todos y feliz día del Señor.

Tomás Pajuelo. Párroco


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20/7/11

Juan Pablo II y los Jóvenes (VI)


"Si el Señor os llama a servirlo más de cerca en el sacerdocio o en un estado de consagración especial, seguidlo con generosidad."


Beato Juan Pablo II
5 de Abril de 2001

18/7/11

Precepto por la Solemnidad de Santiago Apostol, Patrón de España - Año 2011

El 25 de julio del presente año, fiesta de precepto en el calendario católico, es laborable en Andalucía; por lo que el Obispado de Córdoba ha establecido el mantenimiento del precepto, con obligación de participar en la celebración de la Eucaristía, a la vez que se dispensa la obligación de descanso a quienes por motivos laborales no puedan realizarlo.

En nuestra parroquia, la misa del domingo 24 de julio a las 21:30 corresponderá a la solemnidad de Santiago Apostol.

Para saber más sobre Santiago Apostol, patrón de España.

17/7/11

No busquemos excusas para amar a Jesús

XVI Domingo del Tiempo Ordinario

Lecturas: Libro de la Sabiduría 12,13.16-19 // Salmo 86(85) // Romanos 8,26-27 // Mateo 13,24-43

En el Evangelio de este domingo, continúa el Evangelista San Mateo exponiéndonos otras parábolas de Jesús. Recordemos que el domingo pasado tuvimos la del Sembrador. Este domingo nos presenta tres parábolas: la del grano de mostaza, la de la levadura en la masa y la del trigo y la cizaña. A esta última el Evangelista le da más espacio y más importancia, ya que nos relata la explicación que el Señor da sobre el trigo y la cizaña.

Nos dice que el Reino de los Cielos se parece a una semilla de mostaza, que es muy pequeña, es como la cabeza de un alfiler, pero que cuando germina en el suelo, crece una planta que llega a ser más grande que las hortalizas, pues se convierte en un arbusto en cuyas ramas los pájaros hacen nidos.

Esta imagen que nos presenta el Señor se refiere a lo que puede llegar a ser un alma que crece impulsada por la Gracia Divina, alimentada con la Eucaristía y fortalecida con la oración: crece tanto la Vida de Dios en ella, que puede así servir de apoyo espiritual a otros. Cualquiera de nosotros puede pensar que en tema de fe su vida es pequeña. Creemos que no seremos capaces nunca de llegar a ser como los grandes santos que iluminan la vida de la Iglesia. Tenemos la concepción de nuestra vida de tal manera pequeña que parece que nuestros frutos serán siempre pequeños. Al escuchar hoy esta parábola, debemos caer en la cuenta que el fruto de nuestra vida no va a depender de lo pequeña o grande que sea nuestra fe al comienzo, va a depender de como mimamos esa fe, de como la alimentamos, de como la trabajamos, hasta que sea un árbol frondoso donde aniden los pájaros. El fruto depende del alimento y el cuidado. Esta imagen del árbol de mostaza puede referirse también a la Iglesia, en la que las almas se apoyan y allí hacen su nido.

Respecto de la Parábola de la levadura en la masa, se refiere a algo similar: la levadura escondida en la masa, fermenta y hace crecer la masa. Para ser levadura, el alma del católico debe alimentarse con la Eucaristía y fortalecerse con la oración. Entonces, la Vida de Dios que lleva dentro de sí es levadura en el mundo, pues con su presencia, con su trabajo, con su entrega a Dios, esa persona contribuye a que la Vida de Dios crezca en medio del mundo. Esta imagen de la levadura es muy gráfica, porque cuando hacemos pan, la cantidad de levadura que se mete en la masa es muy pequeña en proporción a toda la masa. Esa cantidad hace que TODA la masa fermente, se puje, y tengamos un maravilloso pan. Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos cómo está el mundo, cómo está nuestra sociedad, la falta de amor, de caridad, de fraternidad... solemos decir ¿yo solo que puedo hacer? Evidentemente no podremos cambiar todo, pero seamos levadura, empecemos por vivir los valores evangélicos entre los nuestros, con los más cercanos. Empecemos a vivir coherentemente nuestra fe entre los que forman nuestro círculo vital. Esa vida, si es sincera y está llena de la Gracia de Dios, irá fermentando la masa. El que no es panadero no puede imaginarse que con tan poca levadura haga tanto pan. El que no es "cristiano" no puede imaginarse como transforma el Señor nuestras vidas. Es más cómodo creer que no podemos, justificarnos con la imposibilidad de la pequeñez de nuestras obras...¡Excusas! lo que nos falta es fe, confianza en Dios, entregarnos en sus manos, nos falta salir de nuestra comodidad, de nuestros placeres y ponernos de una vez a trababjar en el Reino de Dios.

La primera parábola expuesta por San Mateo: la del trigo y la cizaña. ¿Qué es la cizaña? La cizaña es una “mala hierba” -así también la denomina el Evangelio- que crece en los sembrados de trigo y de avena. Cuando crece se confunde con el trigo, pues también produce granos que, por cierto, son tóxicos si se ingieren.

En el campo de la vida estamos todos juntos, el trigo y la cizaña, así lo quiere el Señor. Es más, cuando en la parábola dicen los jornaleros de ir a cortar la cizaña les dice que no, que podrían dañar el trigo. Que al final, en la cosecha se tirará al fuego la cizaña y se recogerá el trigo. No podemos estar siempre quejándonos de la cizaña que hay a nuestro alrededor, tenemos que crecer como trigo bueno y dar abundante grano. Si todo el tiempo que perdemos en quejarnos de lo mal que lo hace fulanito, de los pecados que tiene menganito, de lo malo que este cura o este Papa, de lo que hace este o aquel... lo dedicásemos a ser santos, a trabajar en serio en nuestra vida cristiana y a dejarnos de "chismes", nuestra Iglesia brillaria como un campo de trigo dorado por el Sol a punto de ser segado. ¡Que bien nos vienen como excusa para no hacer nada los pecados de los otros! Con estar pendiente de los pecados de los demás, de la cizaña, justificamos que nosotros seamos igual o peores. No olvidemos que al final de la siega, la cizaña se quemará y el trigo se almacenará en los graneros celestiales. ¡Y que al final, seremos cizaña o trigo, no hay más!

Vamos a pedirle de corazón a Jesús que no busquemos excusas para amarle, para seguirle, para vivirlo en nuestras vidas. Que nos entreguemos a Él sin medida y de todo corazón. Que el Señor os conceda a todos un feliz domingo. Que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo. Párroco


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13/7/11

Juan Pablo II y los Jóvenes (V)


"Estad atentos a lo que os proponen. Cuando os presenten palabras y estilos de vida antievangélicos, tened la fuerza de decir no.

No temáis asumir vuestra responsabilidad misionera, que deriva de vuestro bautismo y de vuestra confirmación."


Beato Juan Pablo II
5 de Abril de 2001

10/7/11

Nombramientos de Sacerdotes en Nuestra Diócesis

El pasado sábado 8 de julio, nuestro obispo D. Demetrio Fernández realizó diversos nombramientos con efectos en nuestra parroquia y en pastores que están o han pasado por ella. En concreto, designó:

  • a D. Emiliano Nguema, Párroco Ntra. Sra. de la Expectación de Encinas Reales y encargado de la Aldea de Vadofresno.
  • a D. Juan Carlos Valsera Cuevas: Vicario parroquial del Beato Álvaro de Córdoba y Capellán del Convento de Santa Ana y del Hospital Universitario “Reina Sofía”.
  • a D. Francisco de Asís Roldán Alba: Párroco de Santiago Apóstol de Lucena.
En estos momentos de próximos cambios, que sin lugar a dudas acogemos como voluntad de Dios para los fieles de esta parroquia y de la diocesis, damos gracias a Dios por todos nuestros pastores, comenzando sin duda por nuestro querido párroco, D. Tomás Pajuelo, abrazamos y damos una ilusionada bienvenida a nuestro próximo vicario parroquial D. Juan Carlos Valsera y con nuestra mayor alegría, agradecemos a D. Emiliano Nguema su labor, a la vez que junto con D. Francisco Roldán, les felicitamos a ambos por su nombramiento como párrocos. A todo ellos, les trasladamos nuestro sincero ofrecimiento para todo aquello que esté en nuestras manos.

«...porque no quieren convertirse ni que Yo los salve»

XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Isaías 55, 10-11 // Salmo 64 // Romanos 8, 18-23 // Mateo 13, 1-23

En la Liturgia de la Palabra de hoy tenemos un Evangelio en el que Jesucristo presenta una parábola: la Parábola del Sembrador. Este domingo es el propio Jesús el que nos explica la parábola, por eso mi reflexión quiero dirigirla a nuestra actitud ante la Palabra de Dios y ante la Gracia de Dios en nuestras vidas.

La primera lectura del profeta Isaias, nos habla con un lenguaje sencillo de la importancia de recibir, de dejarnos empapar por la Gracia de Dios. El agricultor pone todo su empeño en preparar el campo: lo ara, lo limpia, lo abona, quita las malas hierbas, está durante todo el año cuidando y preparando la tierra para que la semilla que ha sembrado dé fruto. Pero todo agricultor sabe, que a pesar del tremendo esfuerzo diario, esfuerzo por otra parte imprescindible, si falta la lluvia que empape los campos, si falta el sol que los madure, no tendrá cosecha. Si llevamos esta comparación a nuestra vida espiritual, las consecuencias son muy claras: debemos esforzarnos por preparar la tierra, nuestros corazones para que den fruto. Por desgracia nos hemos acostumbrado a que lo haga todo el Señor. Pretendemos que el Señor nos convierta, que el Señor nos santifique, que el Señor nos escuche, que el Señor nos transforme, que el Señor... ¿Y nosotros que hacemos? El agricultor, aunque sabe que al final el fruto va a depender de la meteorologia, se esfuerza en preparar el terreno porque tiene claro que aunque haya una lluvia magnifica, un sol radiante, no haya heladas... si no prepara el campo, no sale fruto ninguno.

Mirad el Señor nos da la lluvia de su Gracia, nos quita las malas hierbas del corazón en el sacramento de la confesión, nos abona con el alimento de su Cuerpo y de su Sangre cada día, nos da la fortaleza del Espíritu Santo, todo, todo lo necesario para que nuestro fruto sea bueno y abundante pero si nosotros no preparamos nuestras vidas, no trabajámos nuestros corazones acudiendo a la oración, leyendo la Palabra, estudiando nuestra doctrina, asistiendo a la formación, sacrificando nuestros placeres, abrazando nuestra cruz, etc... será IMPOSIBLE que demos buenos frutos, aunque el Señor nos de TODA su Gracia y todo su Amor. El terreno bueno no existe por naturaleza, hay que trabajarlo. Nuestro corazón tiene adheridas demasiadas cosas de este mundo, zarzas, espinos, malas hierbas, que le impiden dar frutos de buenas obras. Es imprescindible y necesario urgentemente que nos remanguemos, cojamos la azada y nos pongamos a cavar y a labrar la tierra dura de nuestro corazón para que se convierta en tierra buena que empape la Gracia, que empape el Amor. Recordemos que los discípulos le preguntan al Señor por qué habla a la gente en parábolas. Y el Señor les da el por qué. Y es muy interesante ver los motivos que da el Señor. Pero más que interesante debiera resultarnos “preocupante” -debiera más bien ser motivo de preocupación- el percatarnos de la razón que da Jesús.

Oigamos sus palabras: “Les hablo en parábolas porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”. Y pasa Jesús a recordar que ya esto estaba dicho, pues había sido anunciado por boca del Profeta Isaías. Así continúa el Señor: “En ellos se cumple aquella profecía de Isaías: ‘Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos ... porque no quieren convertirse ni que Yo los salve.’”

Cuando Jesús terminó de exponer la Parábola del Sembrador, cerró con esta frase: “El que tenga oídos que oiga”. ... ¿qué significa oír a Dios? ¿Quiénes son los que oyen a Dios? Lo dice muy claramente Jesús con las palabras del Profeta Isaías que El mismo cita. ¿Quiénes son los que oyen? ... Pues si los que no oyen son los que no quieren convertirse, ni ser salvados por El... los que sí oyen tienen que ser los que están abiertos a la conversión y los que se sienten necesitados de ser salvados por Jesucristo.

¿Quiénes somos los que realmente pensamos que tenemos una necesidad vital de ser redimidos por Jesucristo? ... ¿Quiénes? ... ¡Qué lejos estamos de la realidad, qué lejos estamos de la verdad, con nuestra forma de pensar!

Por ahora, nos dice San Pablo, toda la creación -incluyéndonos a nosotros- gime, sufre, como con dolores de parto. Pero estamos esperando nuestra liberación definitiva cuando también nuestro cuerpo sea glorificado en la resurrección final.

Volvamos, entonces, a la Parábola del Sembrador, la cual es muy clara. Como dijimos, el Señor mismo nos la explica. Y ¿qué nos dice el Señor? ... Que debemos ser “tierra buena” para recibirlo a El. Lo más importante a considerar en esta parábola son nuestras actitudes, nuestros criterios, nuestras maneras de ver las cosas. Jesucristo es el Sembrador que siembra su Palabra, siembra su Gracia, siembra su Amor. ¿Y nosotros... cómo recibimos todo esto? ¿Qué terreno somos para la siembra de la Palabra del Señor?

¿Somos de los que no la entienden porque dejan que “llegue el diablo y le arrebata lo sembrado en el corazón”?

¿O seremos tal vez de los “pedregosos o poco constantes”, que se entusiasman inicialmente -es decir, dejan germinar la semilla- pero enseguida ponen obstáculos o dudas que hacen que la semilla del Señor no pueda echar raíces, y entonces la siembra se pierde?

¿O más bien somos de los “espinosos”, que oyen la palabra, pero la ahogan con las preocupaciones de la vida, con la importancia excesiva que le dan a lo material, con el atractivo que tienen hacia lo mundano, con el apego que tienen al racionalismo y el orgullo intelectual, etc., etc. etc. ... que ahogan la Palabra de Dios con ¡tantas otras cosas! que terminan por hacer que la siembra no dé sus frutos?

Queridos hermanos y hermanas pido a Dios cada día que retomemos con ilusión nuestra vida espiritual. Que de una vez por todas nos dejemos de darle vueltas a las mismas excusas y que nos pongamos en firme a convertir nuestra tierra dura y mala en una tierra fertil, buena, esponjosa, que pueda empaparse de la Gracia de Dios, que pueda llenarse del Amor de Dios, que pueda dar fruto del ciento por uno. Que sea una tierra buena que llene de felicidad nuestras vidas y la del Padre.

Que Dios os bendiga a todos. Feliz día del Señor.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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9/7/11

Hagan Esto en Conmemoración Mía

Carta Pastoral de Mons. Alberto Sanguinetti Montero, Obispo de Canelones (Uruguay), en la Solemnidad de Corpus Christi, el 26 de junio de 2011.

"A toda la Iglesia de Dios que peregrina en Canelones, abundancia de luz del Espíritu de la verdad, que nos lleva la verdad plena.

En este Año Jubilar Diocesano, que vamos transitando, me veo urgido por la caridad de Cristo a invitar a todos para que dirijamos nuestra mirada, nuestra mente, nuestros afectos y nuestro propio cuerpo a lo que constituye la realidad más maravillosa de la Iglesia: la Santísima Eucaristía, la Santa Misa.

Me parece oportuno recordar algunos puntos que puedan ayudar a nuestra Iglesia canaria, a las diferentes comunidades y a cada uno en particular, a ahondar en la fe católica respecto a la Santa Misa, para celebrarla y vivirla con una participación más consciente y piadosa, para que nos acerquemos más al fin de la Iglesia, de su Liturgia y especialmente de la Santa Misa: que Dios sea glorificado y que nosotros seamos santificados.

1. La Eucaristía: obra y acción de Jesucristo vivo y presente

Antes que nada es bueno que pensemos en la Eucaristía como don de Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo instituyó el memorial de su pasión en la noche de su entrega, como sacrificio perpetuo, y lo dio a la Iglesia como don y como mandato: Hagan esto en conmemoración mía. Así, pues, recibimos a la Santa Misa, como el don, el regalo supremo de Cristo, que recibimos con amor y gratitud y también como orden suya que la Iglesia cuida y obedece.

Para captar la grandeza de la Santa Misa, debemos renovar nuestra fe firme en que la Eucaristía es ahora, cada vez que se celebra, una acción del mismo Jesucristo, Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, que ascendió a los cielos y está vivo glorioso junto al Padre. Él intercede continuamente por nosotros. Él se ofrece como víctima por nuestros pecados en el santuario del cielo. Él, en el Santo Sacrificio de la Misa, une a la Iglesia con su propio sacrificio.

Cristo, que está glorioso junto al Padre, se hace presente y actúa de diversas formas en la Santa Misa (cf. SC.7). Él está presente cuando se proclama la Palabra de Dios, porque es él mismo quien habla. Él está presente en la Iglesia que Él mismo reúne como su cuerpo, su pueblo, su Esposa, que por él suplica y canta salmos, alaba y adora a Dios.

Está presente en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”.

En los signos del pan y del vino, sobre los que se dice la Plegaria Eucarística, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera real y substancial, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad.

La Eucaristía es Cristo, presente de forma sacramental. Así, pues, la Santa Misa es la máxima presencia y la acción más propia de Jesucristo en este mundo. Por esta realidad de ser don, mandato y acción de Jesús, la participación en la Santa Misa es antes que nada creer en esa presencia y acción y dejarse unir a ella, por la misma liturgia.

2. La Misa es obra del Espíritu Santo

Jesús, por su pasión y cruz, resucitado y glorificado es mediador de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

Toda la Misa es obra del Espíritu Santo en la Iglesia. El Espíritu de la Verdad nos enseña y guía por la escucha de la palabra que Él inspiró. El Espíritu da testimonio en nuestros corazones, de tal forma que nosotros hacemos memoria, es decir reconocemos la presencia de Cristo y su acción en la Misa. Oramos movidos por el Espíritu, en la unidad del Espíritu Santo.

En la Misa pedimos al Padre que envíe el Espíritu para que el pan y el vino, se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo. A su vez, pedimos que gracias al sacrificio de Cristo, se nos dé el Espíritu Santo para que nos haga uno en la unidad de la Santa Iglesia. Así, pues, la Iglesia celebra la Santa Misa en la unidad del Espíritu, movida por él, y recibiendo su presencia y acción para que la santifique, la consagre, la una a Cristo y la vuelva más y más ofrenda agradable al Padre.


3. La Eucaristía don del Padre, ante el Padre y hacia el Padre

En la Santa Misa se hace presente el amor y don del Padre en la entrega de su propio Hijo. La Misa hace presente toda la obra de Dios Padre. De él recibimos el don de Cristo en su Iglesia.
En la Palabra divina el Padre sale al encuentro de sus hijos y con ellos conversa (cf. DV 21).


En la Misa estamos todos vueltos hacia el Padre, hacia quien tenemos levantado el corazón, ya que por Cristo en la Iglesia todos tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu (Ef.2,18). Por eso, en la Misa nos dirigimos siempre a Dios Padre, por Jesucristo, en la unidad del Espíritu.

Unidos con Cristo le ofrecemos al Padre, el sacrificio de acción de gracias, a Él le pedimos, y a Él le damos todo honor, gloria y adoración. Toda la Santa Misa es recibir el don del Padre, unirnos por la obediencia con Cristo y llegar a la meta de glorificar al Padre y entregarnos a Él.

4. Cristo une consigo a la Iglesia en la Misa, sacrificio suyo y de la Iglesia

Jesús encomendó la Santa Misa a la Iglesia. Cristo presente y actuante en la Santa Misa asocia consigo a su amadísima esposa la Iglesia, a todo su cuerpo, que invoca a su Señor y por Él tributa culto al Padre Eterno (SC 7).

Por medio de la Sagrada Eucaristía, Cristo, Dios y Señor, Sumo Sacerdote, Mesías y Cabeza, une a la Iglesia consigo, con su ofrenda al Padre, para la glorificación del Padre, para el perdón de los pecados y para la santificación y divinización de los hombres.

Por eso, la Eucaristía es la mayor manifestación y realización de lo que la Iglesia es como cuerpo de Cristo, templo del Espíritu, pueblo de Dios (SC 41,42). En la Santa Misa, Cristo mismo preside y reúne a su pueblo, por medio del obispo, con los presbíteros, ayudado de los diáconos. Él se hace presente en diversas formas, y toda la Iglesia unificada por el Espíritu da gracias al Padre.


Por cuanto venimos considerando, vemos que la celebración de la Eucaristía, obra de la Trinidad Santísima, presencia sacramental del sacrificio de la cruz, y asociación de la Iglesia con Cristo mismo es acción sagrada por excelencia, a la que no iguala ninguna otra acción, es el culmen al que tiende la actividad de la Iglesia y la fuente de donde mana la gracia por la que se alcanza la santificación de los hombres y la glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin (cf. SC 7,10).

Por eso el Concilio Vaticano II nos invita a la participación consciente, piadosa y activa en la acción sagrada, ofreciéndonos a nosotros mismos al ofrecer la Víctima inmaculada, no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, a fin de que así nos perfeccionemos día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre nosotros, para que, finalmente Dios sea todo en todos (cf. SC, 48).

5. El cielo en la tierra, la tierra en el cielo

En la Santa Misa ya participamos de las celebraciones y alabanzas del cielo, de la Jerusalén celestial. En la Misa se abre el cielo, estamos con Cristo en la presencia misma del Padre, la gracia del Espíritu Santo desciende, y nosotros ascendemos hasta Dios. La exhortación ‘Levantemos el corazón’ y la respuesta ‘lo tenemos levantado hacia el Señor’ significan que en la Plegaria Eucarística estamos verdaderamente en el cielo ante el Padre, con Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. Consagrados en el bautismo y la confirmación ya participamos de la vida eterna.
Por eso, en toda Eucaristía cantamos con los coros angélicos: ‘Santo, Santo, Santo es el Señor del universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria’. Asimismo en cada Misa nos unimos a la bienaventurada siempre Virgen María, a los santos apóstoles, a los mártires y a los santos.


Comprendemos el carácter extraordinario de la Santa Misa, y participamos bien de ella por medio de la fe, tomando conciencia de que compartimos la Liturgia celestial. Al mismo tiempo la esperanza nos impulsa a desear y aguardar la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo y querer reinar con él. La Misa nos hace entrar en la verdad última, definitiva y grandiosa para la que hemos sido creados y redimidos: la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro en el seno de la Trinidad. “Nuestra libertad herida se perdería, si no fuera posible, ya desde ahora, experimentar algo del cumplimiento futuro” (Sacr. Caritatis,30).

6. El banquete de la Sagrada Comunión

La ofrenda de Cristo al Padre, que es él mismo, se nos da en comida y bebida. Esta forma simbólica realiza nuestra unión con Jesús muerto y resucitado. En la Sagrada Comunión, al recibir a Cristo recibimos el fruto de su sacrificio: el Espíritu Santo para el perdón y la santificación. Al comulgar con Cristo, ofrecido a Dios, nos dejamos hacer uno con Él, para que también nosotros con Jesús crucificado nos volvamos ofrenda agradable al Padre.

Al recibir a Cristo, inseparablemente somos unidos a todo su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía realiza la unidad de la Iglesia. Cristo nos da el Espíritu Santo, para que seamos un solo cuerpo y un solo espíritu por la fe y la caridad.

De esta fuente del banquete eucarístico, nace toda la vida cristiana, la santificación en la vida diaria, en la familia, en el trabajo, en el servicio, en la edificación de la sociedad. De aquí también brota la misión de la Iglesia en la tarea de la evangelización, para anunciar a Cristo a todos los hombres.

7. La Misa Dominical

Jesús mandó celebrar el memorial de su pasión hasta su segunda venida. La Iglesia, desde los Santos Apóstoles, entendió que este mandato exigía la celebración semanal y precisamente en el día Domingo. Este es el día en que Jesús crucificado fue resucitado por la gloria del Padre e, instituido como Mesías y Señor, fue glorificado en los cielos. Este es el día de nuestra salvación. A este día la Iglesia apostólica le puso un nombre nuevo, lo llamó ‘del Señor’, lo que en latín se dice ‘dominicus’, de donde viene ‘domingo’: día del Señor, es decir, de Jesús resucitado glorioso y verdadero Dios.

Este mismo día es el primer día de la semana, día de la creación, obra maravillosa de Dios y principio de todo don, y es al mismo tiempo el día octavo, es decir el día sin límites de la eternidad, de la nueva creación y vida sin fin.

La celebración de Misa dominical es parte integral de la fe apostólica, la mayor realización de la Iglesia y centro de la vida nueva, de los que han sido rescatados del pecado y de la muerte y participan de la eternidad. Por esto, participar en la Misa dominical es una preciosa obligación de todo bautizado.

8. Renovar en nosotros la fe y el amor a la Santísima Eucaristía

El Año Jubilar nos llama a renovar la fe en lo que la Iglesia cree y profesa acerca de la Santa Misa. Por eso, invito a que cada uno, cada grupo, cada comunidad, dedique algún tiempo a considerar las distintas dimensiones del misterio eucarístico, para ahondar en lo es bien conocido y para enriquecerse con aquellas dimensiones que se vivan menos. Para ello, además de los pasajes de las Sagradas Escrituras, propongo leer los numerales 279 a 308 del Compendio Jesucristo, camino, verdad y vida. A los que puedan más los exhorto a leer en el Catecismo de la Iglesia Católica, en la segunda parte (la celebración del misterio cristiano), primera sección (la economía sacramental), el capítulo primero, el artículo 1: La Liturgia obra de la Trinidad. Luego en la segunda sección (los siete sacramentos de la Iglesia), el artículo 3: el Sacramento de la Eucaristía. Muy provechosa es la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis del Papa Benedicto XVI.

De modo particular sugiero que se mediten y profundicen las palabras de la Plegaria Eucarística (cf. Sacr. Caritatis 13). Esta oración es el corazón de la Misa y, por ello, para participar de ella es necesario dejarse llevar y, al mismo tiempo, apropiarse de esta oración central.

Al mismo tiempo, exhorto a fomentar la adoración del Santísimo Sacramento fuera de la Misa, como alimento de la fe, forma de piedad.

Además creo que puede ser muy positivo recuperar el hábito de un rato de oración en silencio antes de la Misa, para que dejar que el Espíritu Santo nos inicie al misterio.

9. La renovación en la celebración ritual de la Santa Misa

La acción sagrada de Cristo y de la Iglesia en la Santa Misa es también una acción humana que se realiza en el tiempo y se renueva cada vez. La celebración de la Misa se realiza por el rito que la Santa Iglesia tiene para celebrarla, por palabras, acciones, gestos, por la participación de los diversos ministros y del pueblo todo.

Cada celebración humana tiene sus ritos (acciones simbólicas). El rito de la Santa Misa lo fija la Iglesia, que lo recibe de su Tradición ininterrumpida. Ninguna Misa es una celebración privada, ni tampoco de un grupo determinado. Es siempre la Iglesia la que celebra la Eucaristía: cada uno, cada grupo participa dejándose injertar en la Iglesia. El rito, la forma eclesial preestablecida, nos libera de caer en la tentación de hacer de la Misa una obra nuestra, o una manifestación de nuestras ideas o nuestros afectos, y nos introduce en el corazón de lo que la misma Iglesia celebra.

Por eso, se requiere siempre una iniciación a la misma celebración de la Iglesia. En este sentido el Año Jubilar Diocesano es también un llamado a conocer mejor y gustar el mismo rito de la Iglesia, a revisar nuestro modo de celebrar la Santa Misa, y a renovarlo buscando ser más fieles a la Iglesia en el rito, en el corazón, en la vida.

Por mi parte, como obispo, primer dispensador de los misterios de Dios en la Iglesia particular, y moderador y custodio de toda la vida litúrgica (ChD,15), exhorto a la mayor fidelidad al rito de la celebración de la Santa Misa, a corregir lo que no esté de acuerdo con el sentir y la norma de nuestra Santa Madre la Iglesia, a esforzarnos por conocer, amar, vivir y llevar a cabo la Liturgia que la Iglesia quiere celebrar. Para ello hemos de tener en el corazón aquellas disposiciones que brotan de la fe, de la humildad y obediencia, del amor a la Iglesia que todos hemos de cultivar y hacer carne. Es ésta la verdadera libertad cristiana. Dice Benedicto XVI: “Es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios” (Sacr. Caritatis 12).

En lo que a mí respecta, en la medida de lo posible, estoy a disposición para brindarme al servicio de una mejor iniciación en la Liturgia de la Misa. El obispo, el sacerdote, cada ministro, los fieles y todos los grupos hemos de reconocernos como servidores de la Sagrada Liturgia, por lo que no nos está permitido en la celebración de la Misa añadir, quitar o cambiar cosa alguna por iniciativa propia (Cf. OGMR, 24, Concilio Vaticano II, SC, 22). Esta fidelidad a la norma litúrgica debe ser para todos un punto de honor.

Como un camino concreto, exhorto a leer la Ordenación General del Misal Romano (cf. Sacr. Carit.40). Sin dudas, en algo encontraremos correcciones a realizar, aspectos a mejorar en el arte de celebrar: esto forma parte de la conversión permanente. Al mismo tiempo, todo cambio para mejor debe hacerse con amor, paciencia, obediencia a la Iglesia, sin divisiones, pero también anteponiendo el rito de la Iglesia a la voluntad propia o de algunos.

Un paso concreto que pido que hagamos todos juntos a lo largo de este año jubilar consiste en atender a la plena fidelidad al rito en el Ordinario de la Misa (las palabras, los signos y gestos fijos de la celebración). Es ahí, en primer lugar, donde debemos decir y hacer lo que la Iglesia quiere decir y hacer, sin cambiar, sin omitir y sin agregar.

Por eso recuerdo que el Gloria, Credo, Santo, Padrenuestro, Cordero, deben rezarse con las palabras expresas del Misal Romano. Por lo tanto se han de ir abandonando todas aquellas versiones que no son las de la Iglesia. Es mejor cantar el texto de la Iglesia siempre con una misma melodía, o simplemente decirlo, que no decir – y hacer decir – lo que la Iglesia no quiere rezar.

10. La sacralidad de la Liturgia

Como sabemos, el carácter sagrado y único de la Santa Misa proviene de ser un acto de Jesucristo, de su Señorío actual sobre toda la creación. Él nos hace creaturas nuevas, nos ha elevado por la gracia al culto del Padre en espíritu y verdad, nos ha hecho partícipes de la vida eterna y nos ha introducido en la Jerusalén del cielo. El fin último de la Misa es la glorificación del Padre: por Cristo, con él y en él, en un mismo Espíritu, damos al Padre todo honor y toda gloria. Hechos libres, no vivimos para nosotros mismos, sino para alabar, servir, adorar a Dios.

Esta novedad de ser y vida que Cristo da a su pueblo, hace que la Iglesia genere para su liturgia su propia cultura, que proviene de las Sagradas Escrituras y de la Tradición. La Iglesia se expresa en las formas propias que va modelando con la inspiración del Espíritu: la música sacra, el espacio eclesial, las posturas religiosas, la dignidad de los gestos, la belleza de su arte, para significar e introducir en la grandeza del misterio y en la realidad de estar en el cielo con el corazón levantado hacia el Señor, para afianzar el sentido religioso del santo temor de Dios y la reverencia ante la Majestad Divina. Por eso dice el Papa: “La belleza de la liturgia es parte de este misterio (el amor de Dios) y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra” (Sacr. Caritatis 35).

En este orden de cosas, también debe apreciarse el valor del canto verdaderamente litúrgico. “Ciertamente no podemos decir que en la liturgia sirva cualquier canto. A este respecto se ha de evitar la fácil improvisación o la introducción de géneros musicales no respetuosos del sentido de la liturgia. Como elemento litúrgico el canto debe estar en consonancia con la identidad propia de la celebración. Por consiguiente, todo – el texto, la melodía, la ejecución – ha de corresponder al sentido del misterio celebrado, a las partes del rito y a los tiempos litúrgicos” (Sacr. Caritatis 42).

Que el mismo Espíritu Santo nos haga más acordes con la Liturgia de la Santa Misa que él ha inspirado a la Iglesia. Que nos dé abundantemente el don de la piedad para acercarnos a este gran misterio y celebrarlo con unción. Que Él, óleo de alegría, nos otorgue la verdadera alegría que Cristo nos ha traído, para que nuestro gozo sea completo. Que el dulce huésped del alma, en este Año Jubilar, nos haga elevar una preciosa acción de gracias por el gran don de la Santa Misa, celebrada desde hace siglos en nuestro suelo y que recibimos de la fe y tradición de nuestros mayores. Que en nuestro recuerdo agradecido estén todos aquellos, obispos y sacerdotes, que ofrecieron el Santo Sacrificio de la Misa durante todos estos años, que estén presentes nuestros padres, catequistas y demás fieles que nos enseñaron a creer y vivir el Misterio de la Fe. Que la Madre de Dios, nos atraiga hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre (LG.65). Que su Corazón inmaculado nos modele para recibir incondicionalmente el don de Jesús en la Eucaristía y para unirnos a su ofrenda perfecta.

+ Alberto, Obispo de Canelones"

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7/7/11

¿La Iglesia contra los Homosexuales?

El pasado fin de semana se ha celebrado el día del orgullo gay. Con motivo de ello se han producido muchas declaraciones en contra de la Iglesia Católica en las que se ha podido apreciar que la mayoría de personas no están bien "in-formadas" sobre la postura de la Iglesia sobre la homosexualidad. Traemos hoy un nuevo video extraído de http://www.arguments.es/ en el que varios jóvenes exponen, de manera clara y concisa, el sentir de la Iglesia al respecto.

Para profundizar sobre el tema podéis consultar los siguientes enlaces:

Catecismo de la Iglesia Católica. Castidad y Homosexualidad. 2357-2359

La enseñanza de la iglesia católica sobre la homosexualidad

Homosexualidad y Esperanza

5/7/11

El cristianismo es una opción positiva



"El cristianismo, el catolicismo, no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva. Y es muy importante que esto se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi completamente. Se ha hablado mucho de lo que no está permitido, y ahora hay que decir: Pero nosotros tenemos una idea positiva que proponer".


1/7/11

Juan Pablo II y los Jóvenes (IV)


"¿Qué os pide Cristo? Jesús os pide que no os avergonzéis de Él y que os comprometáis a anunciarlo a vuestros coetáneos.
No basta ir a la parroquia o a los grupos. Ha llegado el momento de salir al encuentro de quien no viene a nosotros, de quien busca el sentido de la vida y no lo encuentra porque nadie se lo anuncia."

Beato Juan Pablo II
21 de Marzo de 1997