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23/6/13

«Tú eres el Cristo de Dios»

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Libro de Zacarías 12,10-11.13,1 // Salmo 62(61) // Carta de San Pablo a los Gálatas 3,26-29 // Evangelio según San Lucas 9,18-24

Queridos hermanos:

Las lecturas de este domingo, nos invitan a recordar a Jesucristo como Mesías. Fijémonos en el Evangelio cuando el Señor pregunta a sus Apóstoles quién creen ellos que es El. Y Pedro, inspirado directamente por el Espíritu Santo, reconoce al Señor como el Mesías, como Aquél a quien todo el pueblo de Israel -el Pueblo de Dios- había estado esperando por siglos.

“Mesías” significa “Ungido”. Pero el significado de la palabra “Mesías” es mucho más profundo que esto. Desde los primeros libros de la Sagrada Escritura vemos que el Pueblo de Dios esperaba al Mesías prometido. Y Dios va renovando y recordando esa promesa a lo largo de todo el Antiguo Testamento.

¿Qué sucedió? ¿Por qué Dios prometió al Mesías? ¿Por qué tanta expectación?
Recordemos que Dios había diseñado un plan maravilloso al colocar a la primera pareja humana en un sitio y un estado ideal de felicidad: el Paraíso Terrenal o Jardín del Edén. Pero nuestros primeros progenitores se rebelaron contra Dios, su Creador, y perdieron ellos, y nosotros sus descendientes, esa inicial condición de felicidad perfecta en que Dios los había colocado.

En ese estado de felicidad inicial los seres humanos gozábamos de privilegios especiales. Entre otras cosas, ni sufríamos, ni nos enfermábamos, ni moríamos. Además nos era más fácil hacer el bien y teníamos un mejor conocimiento de Dios, lo cual nos ayudaba a tener una mayor intimidad con El.

Pero Dios, que nos creó para que pudiéramos disfrutar para siempre de su Amor Infinito, no quiso abandonarnos, ni dejarnos en la situación en que quedamos, sino que preparó y diseñó un Plan de Salvación para la humanidad.

Pero, ¿Por qué plantea Jesús a los discípulos el asunto de su identidad? Porque había llegado el momento en que tenía que plantearles lo de su sufrimiento, muerte y resurrección, porque ya esto era inminente. Eso iba a suceder unos pocos días después, en cuanto llegaran a Jerusalén. Era muy importante, entonces, que supieran que –efectivamente- El era el Mesías esperado … aunque fuera apresado, aunque sufriera y muriera, Ellos mismos –en boca de Pedro- lo habían reconocido así. Pero, aunque les aseguró que resucitaría al tercer día, ni se dieron cuenta de esto que era lo más importante del anuncio.

Como los Apóstoles ya lo reconocían como el Salvador, el Mesías, debían saber y entender que no hay salvación si no se pasa por el sufrimiento. De allí que enseguida les informa –y nos informa- que también nosotros debemos recorrer el mismo camino: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga”.

Los sufrimientos de Jesús y su muerte en cruz, nos da la medida del precio de nuestro rescate: nada menos que la vida misma del Mesías. En efecto, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho Hombre, paga nuestro rescate a un altísimo precio: con su Vida, Pasión, Muerte y posterior Resurrección.

Y ¿qué obtiene el género humano del Mesías?

El sacrificio de Jesucristo, el Mesías prometido y esperado, el Mesías reconocido por Pedro, ése que esperaban desde había siglos, nos consigue de nuevo el derecho a heredar la felicidad eterna en el Cielo. (Eso lo habíamos perdido).

Ahora bien, ya tenemos de nuevo el derecho a llegar al Cielo. Pero ¿cómo íbamos a cobrar esa herencia? Aprovechando todas las gracias que puso a nuestra disposición para llegar a allí.

El cristiano tiene abiertas las puertas del cielo, Cristo nos ha salvado y nos ha dicho que nos espera en su Reino. Esas puertas las cerramos nosotros con nuestros pecados, egoismos, faltas de fe, faltas de Amor a Dio...

Cristo nos dice hoy a cada uno de nosotros: ¿y para tí quién soy yo?

Con nuestro corazón abierto en su presencia vamos a contestarle sinceramente, vamos a decirle de verdad a Jesús, quién es Él para cada uno de nosotros. Vamos a decirselo con nuestras obras, con nuestra vida, con nuestro testimonio.

Pido a Dios todos los días por cada uno de los fieles que formamos Beato Álvaro de Córdoba para que deseemos ardientemente vivir la Gracia de Dios en nuestra vida, para que vivamos el Evangelio cada día y para que dediquemos tiempo a la oración cada jornada de nuestra existencia.

Que Dios os bendiga a todos. Feliz domingo.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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