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12/1/14

"Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puestas todas mis complacencias"

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

Lecturas: Libro de Isaías 42,1-4.6-7 // Salmo 29(28) // Libro de los Hechos de los Apóstoles 10,34-38. // Evangelio según San Mateo 3,13-17.

En las Lecturas de este día vemos cómo San Juan Bautista preparaba al mundo de su época y de su región para el momento de la revelación de Jesucristo, el Mesías prometido, esperado por el pueblo de Israel. El Bautista predicaba la conversión, el cambio de vida.

El Bautismo que Juan impartía significaba la aceptación de la conversión de aquéllos que, motivados por su predicación, deseaban arrepentirse para poder optar por el Reino de los Cielos, que Juan anunciaba y que el Mesías vendría pronto a establecer.

Vemos, entonces, cómo el Bautismo que Juan impartía era un Bautismo de conversión. Los que deseaban cambiar de vida eran bautizados por él con agua y este bautismo no era como el Bautismo que nosotros conocemos y recibimos como Sacramento, sino que era la aceptación de ese cambio que ellos estaban dispuestos a hacer en sus vidas.

En efecto, nos dice el Evangelio de San Lucas que la gente al preguntar a Juan qué debían hacer para convertirse, él les recomendaba: el que tenga qué comer, dé al que no tiene; a los cobradores de impuesto les decía que no cobraran más de lo debido; a los soldados, que no abusaran de la gente y que no hicieran denuncias falsas.Y así iban llegando a arrepentirse y a bautizarse con San Juan Bautista.

Llama la atención que Jesús, el Hijo de Dios, que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado, se acercara a la ribera del Jordán, como cualquier otro de los que se estaban convirtiendo, a pedirle a Juan, su primo y su Precursor, que le bautizara. Tanto es así, que el mismo Bautista, que venía predicando insistentemente que detrás de él vendría “uno que es más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias” (Mc. 1, 7), se queda impresionado de la petición del Señor.

Y vemos en el Evangelio que San Juan Bautista le discute: “Soy yo quien debe ser bautizado por Tí, ¿y Tú vienes a que yo te bautice?” Sin embargo, el Señor lo convence: “Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere. Entonces Juan accedió a bautizarlo” (Mt. 3, 14-15).

Hace pocos días celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Y enseguida nos llega esta Fiesta de su Bautismo. Pero ¿cómo puede ser esto de un Dios bautizado? Pues bien, el objeto de su Bautismo es el mismo que el de su Nacimiento: identificarse con la humanidad pecadora.

Jesucristo, el Hijo de Dios Vivo, no tenía necesidad de bautismo. Pero en el Jordán quiso presentarle al Padre los pecados del mundo y asumirlos El ¡Todo un Dios, en Quien no puede haber pecado alguno, se pone en lugar de la humanidad pecadora, haciéndose bautizar!

Y esos pecados, los pecados del mundo, El los toma sobre sí en la Cruz y nos redime de ellos. Es por ello que desde el Jordán, San Juan Bautista, al ver a Jesús acercarse, lo reconoce como el nuevo Cordero que sustituiría al cordero que se sacrificaba en cada cena de Pascua, y dice esto de El: “Ahí viene el Cordero de Dios, el que carga con el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).

En el Jordán Jesús desea mostrarnos el sentido y la necesidad del arrepentimiento. En eso consistía el Bautismo de Juan: arrepentirse de los pecados primero. Luego el agua venía a confirmar ese arrepentimiento.

Y la significación del Bautismo de Cristo no queda allí: al entrar Dios a las aguas del Jordán, le dio significación especial al agua. De allí que el agua sea la materia del Sacramento del Bautismo.

“La voz del Señor sobre las aguas”,repetimos en el Salmo 28. En efecto, nos cuenta el Evangelio que “al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía sobre El en forma como de paloma y se oyó una voz desde el cielo”, la voz del Padre que lo identificaba como su Hijo, el Dios-Hombre. (Mt. 3, 16-17)

Y esta manifestación de “la voz del Señor sobre las aguas” se da precisamente al cumplir Jesús y Juan todo lo que Dios quería. En ese momento, el Espíritu de Dios baja del cielo aleteando cual paloma y se posa sobre Jesús, y Dios Padre revela a Jesucristo como su Hijo muy amado, en quien se complace. Es decir, a San Juan Bautista le es revelado quién es Jesucristo y éste lo da a conocer como el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Aquel día pudo constatar la humanidad la existencia de la Santísima Trinidad, Dios Padre que habló desde el cielo, Dios Hijo que se bautiza y El Espíritu Santo que desciende sobre Él.

Creemos y profesamos un solo Dios que Padree, Hijo y Espíritu Santo.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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