SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lecturas: Hechos de los Apóstoles 1,1-11 // Salmo 47 // Efesios 1,17-23 // Mateo 28,16-20
La Ascensión del Señor es una fiesta de grandísima esperanza para los que creemos en Jesucristo y seguimos su Palabra, porque sabemos que primero se fue El al Cielo, pero la celebración de este misterio nos da la seguridad de que también nosotros podemos seguirle allí.
Así nos lo había dicho Jesucristo al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas estancias, y voy allá a preparar un lugar ... Volveré y los llevaré junto a Mí, para que donde Yo estoy, estéis también vosotros” (Jn. 14,2-3).
Sabemos que el derecho al Cielo ya nos ha sido adquirido por Jesucristo y que El nos ha preparado un lugar a cada uno de nosotros. Nos toca a nosotros vivir en esta vida de tal forma que merezcamos ocupar ese lugar. No lo dejemos vacío.
Esta solemne festividad nos recuerda también algo que nos dijo en otra oportunidad: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” (Mt. 6, 21). ¿Cuál, entonces, debe ser nuestro tesoro y dónde debe estar nuestro corazón? Nuestro tesoro no puede ser otro que Dios y las cosas de Dios; nuestro corazón tiene que estar puesto en el Cielo, donde Cristo ya está esperando por cada uno de nosotros.
La Segunda Lectura nos narra cómo San Pablo ora con mucho entusiasmo porque “el Padre de la gloria les conceda espíritu de sabiduría y de reflexión para conocerle, para que ilumine vuestras mentes de manera que comprendan cuál es la esperanza a la cual estamos llamados y cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos” (Ef. 1, 17-23).
Recordemos cómo fueron los sucesos después de la Resurrección del Señor. Sabemos que Jesucristo le dio a sus Apóstoles y discípulos muchas pruebas de que estaba vivo, pues durante cuarenta días se les estuvo apareciendo y les hizo ver que realmente había resucitado.
Uno de esos días, ante el asombro de ellos, les dijo: “¿Por qué teméis tanto y por qué dudáis? Mirad mis manos y mis pies. Soy Yo mismo. Tocadme y fíjaos que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que tengo Yo”. Les mostró, entonces, las heridas de sus manos y sus pies, y para que no les quedara duda de que no era un fantasma, sino El mismo en cuerpo y alma, les pidió algo de comer y comió delante de ellos. (Lc. 24, 36-42).
El último de esos cuarenta días los citó a un monte; allí les anunció que muy pronto recibirían el Espíritu Santo que los fortalecería para la tarea de llevar su mensaje de salvación a todo el mundo, les dio sus últimas instrucciones, y poco a poco “se fue elevando a la vista de ellos” (Hech.1, 1-11 y Mt. 28, 16-20).
¡Cómo sería esa escena! Si la Transfiguración del Señor fue algo tan impresionante, ¡cómo sería la Ascensión! Quedaron todos los presentes tan impactados de esa triste, pero gloriosa despedida, en la que el Señor subía para sentarse a la derecha del Padre, que aún después de haber desaparecido Jesús, ocultado por una nube, los Apóstoles y discípulos seguían mirando fijamente al Cielo.
Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración al Señor, cuyo cuerpo radiantísimo había ascendido al Cielo, y les dijeron: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo han visto alejarse” (Hech. 1,11).
Importantísimo recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la segunda venida de Jesucristo, en la que volverá de igual manera: en gloria y desde el Cielo.
Importantísimo porque Jesucristo no vendrá como vino hace dos mil años: naciendo oculta y pobremente en un sitio de la tierra, asemejándose a nosotros en todo, menos en el pecado, viviendo y muriendo entre nosotros, para luego resucitar, etc. Jesucristo vendrá, entonces, en forma gloriosa y triunfante como Juez a establecer su reinado definitivo.
Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.
Esto es importante recordarle porque el mismo Jesucristo nos anunció que muchos vendrán haciéndose pasar por El, haciendo prodigios, tratando de asemejarse a El, llamándose -como El- “Cristo”, declarándose Mesías y enseñando falsedades.
“Mirad que se los he advertido de antemano”, nos dice el Señor. “Por lo tanto, si alguien os dice: ¡Está en tal lugar!, no lo creais. Pues cuando venga el Hijo del Hombre será como un relámpago que parte del oriente y brilla hasta el poniente” (Mt. 24, 21-28). Será como lo anunciaron los Ángeles después de la Ascensión: Cristo volverá como se fue ¡¡Glorioso y Triunfante!!
La Ascensión de Jesucristo al Cielo glorioso en cuerpo y alma nos despierta el anhelo de Cielo, nos reaviva la esperanza de nuestra futura inmortalidad, también gloriosos en cuerpo y alma, como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre.
¡Esta es la esperanza a la cual hemos sido llamados! ¡Esta es la herencia que nos ha sido ofrecida!
Si somos del Señor, “si somos suyos” -como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura- es decir: si cumplimos la Voluntad de Dios en esta vida, si seguimos sus designios para con nosotros, si nuestro corazón están en las cosas de Dios, si nuestra mirada está fija en el Cielo ...
La fuerza poderosa de Dios que resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo ascender a los Cielos para sentarse a la derecha del Padre, nos resucitará también a nosotros y nos hará reinar con El en su gloria por siempre. Hoy debemos fijadnos en la Vida Eterna, abrir nuestros corazones a la Vida en la Presencia de Dios. Debemos desear fervientemente vivir esa vida, hacer todo lo necesario en esta vida terrena para vivir plenamente la Vida eterna. A veces olvidamos que estamos llamados a la Vida eterna, que esta pasa pero que la vida de Dios es para siempre. Feliz domingo, feliz día del Señor. Que Dios os bendiga
5/6/11
«Se fue elevando a la vista de ellos»
Tomás Pajuelo. Párroco
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