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19/6/11

«Tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único»

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Lecturas: Éxodo 34, 4b-6.8-9 // Salmo: Daniel 3, 52-56 // 2ª Corintios 13, 11-13 // Juan 3, 16-18.


Queridos hermanos y hermanas:

Scutum Fidei. Detalle vidriera Catedral de BarcelonaEl misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un solo Dios en tres Personas. Así lo aprendimos en el Catecismo. Es un misterio imposible de entender y de captar cabalmente, menos aún de explicar. Y esto es así, pues se trata de la esencia misma de Dios, imposible de explicar con nuestro limitado intelecto humano.

Muchos Teólogos que lo han estudiado han tratado de hacerlo accesible al hombre común. Y han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversos símiles, tratando de ponerlo al alcance de todos. Uno de estos símiles, tal vez el más convincente, es el de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios.

¿Por qué es esto así? Porque la Santísima Trinidad es el más grande de los misterios de nuestra fe. Y por eso es imposible de ser comprendido por nosotros, pues nuestro limitado intelecto humano, es ¡tan pobre para explicar las cosas de Dios!

El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que están muy... muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!


Se cuenta que mientras San Agustín se encontraba preparándose para dar una enseñanza sobre el misterio de la Santísima Trinidad, le pareció estar caminando en la playa frente a un mar inmenso. Vio de repente a un niño que se distraía recogiendo agua del mar con una concha de caracol y tratando de vaciarla en un hoyito que había hecho en la arena. Al preguntarle San Agustín qué estaba haciendo, el niño le respondió que estaba tratando de vaciar el mar en el hoyito. San Agustín, por supuesto, se dio cuenta de que era imposible que el niño lograra esa absurda pretensión. Entonces le dijo al niño: “Pero, ¡estás tratando de hacer una cosa imposible!” Y el Niño le replicó: “Esto no es más imposible de lo que es para ti meter el misterio de la Santísima Trinidad en tu cabeza”. Y con estas palabras el “Niño” desapareció.

Así es nuestro intelecto: tan limitado como es el hoyito para contener el agua del mar, sobre todo cuando trata de explicarse verdades infinitas como este misterio.

Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera velada..., incompleta.

Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo.

Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas. Recordemos lo que Jesucristo nos ha dicho: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn.14, 23).

La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.

Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco, pero desde el principio. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen. 1,2).

Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer. El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. “Una vez bautizado Jesús salió del río. De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre El. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” (Mt. 3, 16-17).

Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28, 18).

Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.

¿Cómo es la relación de la Santísima Trinidad con nosotros? El Espíritu Santo en su obra de santificación en cada uno de nosotros, nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, y el Hijo nos va revelando al Padre y nos va llevando a El. “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquéllos a quienes el Hijo se los quiera dar a conocer” (Mt. 11, 27).

Recordemos nuevamente, entonces, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y recordemos que aunque aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera oscura, incompleta, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.

¿Cómo, entonces, podemos vivir este misterio desde ya aquí en la tierra? En las citas de la Sagrada Escritura que hemos recordado podemos ver la clave: el Espíritu Santo va realizando su obra de santificación en cada uno de nosotros.

¿En qué consiste esa obra de santificación? Es la labor del Espíritu Santo, por la cual nos va haciendo cada vez más semejantes al Hijo, a Jesucristo. Esto lo hace el Espíritu Santo si se lo permitimos; es decir, si somos perceptivos a sus inspiraciones, si somos dóciles y obedientes a esas inspiraciones. Y esas inspiraciones siempre nos llevan a buscar y a cumplir la Voluntad de Dios.

¿Cómo percibir las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Cómo ser dóciles y obedientes a esas inspiraciones? La clave está en la oración -la oración sincera. La oración nos abre al Espíritu Santo y nos hace captar esa suave brisa que es El. Debemos orar para escuchar al Espíritu Santo. Debemos orar para permitirle que haga en cada uno de nosotros su obra de santificación.

Así podremos vivir desde la tierra este misterio de la unión de nosotros con Dios. Y esa unión de nosotros con Dios no se queda allí, sino que tiene, como consecuencia segura, la unión de nosotros entre sí.

Tal vez con esta explicación se nos haga más fácil comprender esa bellísima y conmovedora oración de Jesús durante la Ultima Cena con sus Apóstoles, cuando rogó al Padre de esta manera: “Que ellos sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno. Así seré Yo en ellos y Tú en Mí, y alcanzarán la perfección de esta unidad” (Jn. 17, 21-23). ¡Unidos cada uno de nosotros al Dios Trinitario, para así estar unidos entre nosotros por Dios mismo!

Que al meditar la profundidad del Misterio de la Santísima Trinidad, podamos vivir lo que nos dice San Pablo al final de la Segunda Lectura (2 Cor. 13, 12-13), que es esa frase trinitaria importantísima que repetimos al comienzo de cada Misa: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos nosotros”. Y que así podamos comenzar a vivir nuestra unión con la Santísima Trinidad y la unión de nosotros entre sí, pues es ese Dios Trinitario Quien nos une. ¡Que así sea! ¡Amén! Feliz domingo a todos.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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