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19/2/12

Valorar el sacramento del perdón, valorar el no ofender a Dios

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: (Is 43, 18-19. 21-22. 24b-25 // Salmo 40 // (2 Cor 11, 18-22 // Mc 2, 1-1

La salvación ya fue realizada por Jesucristo. Todos nosotros debemos acogernos a la salvación que El nos ha regalado. ¿Cómo? Sabiéndonos y sintiéndonos necesitados de esa salvación. Todos somos pecadores ... sin excepción. Todos necesitamos del perdón que nos trae Cristo con su obra salvadora. Veamos el caso del paralítico de Cafarnaúm, del cual leemos en el Evangelio de hoy, quien no pudiendo hacerlo entrar por la puerta del sitio donde se encontraba Jesús, lo bajaron en su camilla por un agujero que abrieron en el techo y lograron colocarlo frente al Señor. ¿Qué es lo primero que le dice Jesús al paralítico? “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Luego, para demostrar el poder de Dios de perdonar los pecados, le dijo “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Y así fue. “¡Nunca habían visto una cosa igual!” (Mc. 2, 1-12).


“Ciertamente la enfermedad nos hace sentir la debilidad y la fragilidad humanas y sentimos el deseo de curarnos. La enfermedad no deja de ser una prueba, pero está iluminada por la esperanza” (JP II, Jubileo de los Enfermos, 11-feb-00). Aunque no se sane, el enfermo tiene la esperanza de saber que su sufrimiento, mientras dure, tiene sentido en la cruz de Cristo, uniendo su sufrimiento al de Cristo, para que tenga valor redentor.

Sabemos que Dios sana físicamente a quien quiere y cuando quiere ... y lo hace de diferentes maneras. Jesús sanó en formas diversas: a unos los sana imponiéndoles su mano; a otros dándoles una orden; a otros a distancia; a otros cuando tocaron su manto; a otros untándole barro, etc. etc. Pero siempre la principal sanación que realiza el Señor es espiritual. Por eso lo primero que le regala al paralítico de este Evangelio es la sanación de sus pecados.

Sabemos también que la enfermedad, aunque no haya sanación física, puede llevar a una sanación espiritual de fondo. Tal es el caso de algunos santos, como San Ignacio de Loyola, cuya conversión tuvo lugar en su convalecencia por una lesión de guerra en una pierna. Tal es el caso de algunos en nuestros días.

En nuestro días, como aquel día en Cafarnaún, dudamos de la Salvación de Dios. No valoramos el perdón de nuestros pecados. Estoy seguro que si a cualquiera de nosotros Jesús en vez de curarle una enfermedad que padeciera le dijese: "Tus pecados están perdonados" nos enfadariamos y le reprocharíamos que no hiciese lo que queremos. Por desgracia no valoramos el Perdón, no necesitamos el perdón...pasan los días, los meses, los años...y no cofesamos. Nos da igual comulgar en pecado mortal, nos da lo mismo llevar meses o incluso años sin confesar y nos acercamos tan panchos a recibir al Señor. San Pablo nos decía: "El que comulga el Cuerpo de Cristo en pecado, está comulgando su propia condenación". El Señor, por medio de su Cuerpo en el mundo, por medio de la Iglesia, nos ofrece la oportunidad en el sacramento de la penitencia de poder pedir perdón por todos nuestros pecados y recibir el amoroso abrazo de perdón de Dios Nuestro Padre.

Aquellos amigos del paralítico, fueron capaces de vencer todo lo que les impedia acercar a su amigo enfermo hasta Jesús. Su fe y confianza en el Señor les lleva incluso a romper el tejado para descolgar a su amigo hasta ponerlo delante del Señor. Hoy en nuestra sociedad hay muchos y muchas cosas que nos impiden acercarnos al Señor para recibir su perdón en el confesionario. Hay dos frases, que para mi son la clave de la falta de interes y de conciencia de pecado en nuestro mundo:
  1. "Yo no tengo pecado". "No robo ni mato".

  2. "Yo me confieso con Dios".

Que pena me da escuchar estas frases, porque denotan una falta de fe, de amor, de conciencia, de valorar a Cristo...que me parte el alma. Si cada uno de nosotros fuesemos conscientes del valor que tiene la confesión, el perdón de nuestros pecados, no volveria a decir ninguna de estas frases.

Afirmar cualquiera de ellas, supone no ser cristiano, no amar a Cristo. No amar a Cristo y lo demostramos porque nos da lo mismo ofenderle, eso es el pecado, y nos da lo mismo no pedirle perdón y recibir su perdón en el Sacramento.

El Señor demostró en Cafarnaún que era Dios, que podía perdonar pecados y curar al paralítico. El Señor hoy nos sigue demostrando que es Dios, que perdona nuestros pecados y que nos sana de nuestras enfermedades.

Que el Señor nos conceda a todos valorar el sacramento del perdón, valorar el no ofender a Dios. Que el Señor os conceda un feliz día de domingo. Para nuestra parroquia un día especial pues celebramos a nuestro titular el Beato Álvaro de Córdoba. Aprovecho para felicitar a todos los Alvaros y pedir a Dios que os bendiga a todos. Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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