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12/5/13

¡Él es el Rey del Universo!

SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Lecturas: Hechos de los Apóstoles 1,1-11 // Salmo 47(46) // Carta a los Hebreos 9,24-28.10,19-23 // Evangelio según San Lucas 24,46-53

Celebramos hoy la Fiesta de la Ascensión de Jesucristo nuestro Señor al Cielo. Y esta Fiesta nos provoca sentimientos de alegría, pues el Señor asciende para reinar desde el Cielo (¡El es el Rey del Universo!). Pero también evoca sentimientos de nostalgia, pues Jesucristo se va ya de la tierra.

Recordemos que Jesucristo había resucitado después de una muerte que fue ¡tan traumática! -traumática para El por los sufrimientos intensísimos a que fue sometido- ... y traumática también para sus seguidores, para sus Apóstoles y discípulos, que quedaron estupefactos ante lo sucedido el Viernes Santo

Luego viene para ellos la sorpresa de la Resurrección. Al principio no creyeron lo que les dijeron las mujeres, luego el mismo Señor Resucitado se les apareció varias veces, y entonces recordaron y creyeron lo que El les había anunciado. La verdad es que los Apóstoles no entendían bien a Jesús cuando les anunciaba todo lo que iba a suceder: lo de su muerte, su posterior resurrección y luego también lo de su Ascensión al Cielo.

De muchas maneras les anunció el Señor lo que hoy celebramos: su Ascensión. Y en esos anuncios se notaban en Jesús sentimientos de nostalgia por dejar a sus Apóstoles.

Después de su Resurrección, el Señor pasa unos cuarenta días apareciéndose en la tierra a sus discípulos, a sus Apóstoles, a su Madre, para fortalecerles la Fe.

La Primera Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice: “Se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. Un día, les mandó: ‘No os alejéis de Jerusalén. Aguardad aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya os he hablado ... Dentro de pocos días seréis bautizados con el Espíritu Santo’” (Hch. 1, 3-5).

La promesa del Padre era el Espíritu Santo, el Consolador, que vendría unos días después, en Pentecostés.

Entonces, los llevó a un sitio fuera y luego de darles las últimas instrucciones y bendecirlos, se fue elevando al Cielo a la vista de todos los presentes.

El impacto de este misterio fue tal, que aún después de haber desaparecido Jesús, los Apóstoles y discípulos seguían en éxtasis, mirando fijamente al Cielo.

Fue, entonces, cuando dos Ángeles interrumpieron ese éxtasis colectivo de amor, de nostalgia, de admiración al Señor, cuyo cuerpo radiantísimo había ascendido al Cielo, y les dijeron los dos Ángeles al unísono:

“¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Ese mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto alejarse” (Hech. 1,11).

Como enseñanza de la Ascensión es importante recordar ese anuncio profético de los Ángeles sobre la Segunda Venida de Jesucristo: nos dicen los Ángeles que Cristo volverá de igual manera como se fue; es decir, en gloria y desde el Cielo. Jesucristo vendrá en ese momento como Juez a establecer su reinado definitivo.

Así lo reconocemos cada vez que rezamos el Credo: de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su Reino no tendrá fin.

El misterio de la Ascensión de Jesucristo es, también, un misterio de fe y esperanza en la vida eterna. La misma forma física en que se despidió el Señor -subiendo al Cielo- nos muestra nuestra meta, ese lugar donde El está, al que hemos sido invitados todos, para estar con El.

Ya nos lo había dicho al anunciar su partida: “En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes” (Jn. 14,2-3).

La Ascensión de Jesucristo al Cielo en cuerpo y alma gloriosos nos despierta el anhelo de Cielo, la esperanza de nuestra futura inmortalidad.

Las Ascensión proclama no sólo la inmortalidad del alma, sino también la de cuerpo.

Recordemos que nuestra esperanza está en resucitar en cuerpo y alma gloriosos como El, para disfrutar con El y en El de una felicidad completa, perfecta y para siempre.

La Ascensión de Jesucristo nos recuerda también la promesa que hizo a los Apóstoles -y nos la hace a nosotros también- sobre la venida del Espíritu Santo.

Es el Espíritu Santo -el Espíritu de Dios- quien nos enseña y quien recuerda todo lo que Cristo nos dijo. Su venida la celebraremos el próximo Domingo.

Por eso, este tiempo previo a Pentecostés debiera ser un tiempo de oración, como lo tuvieron los Apóstoles después de la Ascensión. Ellos se reunían diariamente a orar con la Madre de Jesús, quien los consolaba y los animaba para cumplir la misión que el Señor les había encomendado.

Así estamos nosotros hoy también. Tenemos una misión que nos han encomendado Jesucristo y nos lo han recordados los Papas Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.

En su Carta Apostólica, Nuovo Millennio Ineunte (Al comienzo del nuevo milenio), el Papa Juan Pablo II nos pidió reforzar e intensificar la Nueva Evangelización y nos dio sus instrucciones: santidad, oración, primacía de la gracia, vida sacramental, escucha de la Palabra de Dios, para luego anunciar la Palabra de Dios.

Y tengamos en cuenta, además, lo que llama el Papa en su Carta “la primacía de la gracia”. Se refiere a nuestra respuesta a la gracia, recordándonos que “sin Cristo, nada podemos hacer”.

Y para poder vivir esa verdad tan olvidada, de que nada somos sin la gracia de Cristo, el Papa nos insiste en la necesidad de la oración.

Nadie puede dar lo que no tiene. Tenemos que llenarnos de Dios para llevarlo a los demás. Tenemos que llenarnos de la Palabra de Dios, para poder anunciarla a los demás. Bien decía Santa Teresa de Jesús: “Orar es llenarse de Dios para darlo a los demás”. Y Santo Domingo de Guzmán lo abreviaba aún más: “Contemplad y dad lo contemplado”.

Y no tengamos la idea equivocada de que la oración nos hace perder tiempo necesario para la acción: muy por el contrario, la oración nos hace mucho más eficientes en la acción.

El Papa Francisco dijo que todos los cristianos, los que han recibido la fe "debemos transmitirla, debemos proclamarla con nuestra vida, con nuestra palabra" para que más personas conozcan la "fe en Jesús Resucitado”. Y transmitir esto nos pide a nosotros ser valientes: el coraje de transmitir la fe, porque “la misión de la Iglesia es anunciar el Evangelio a todo el mundo sin tenerle miedo a las cosas grandes, pero manteniendo siempre la humildad”. (Fco, 3/5/13 y 25/4/13)

Que la Ascensión del Señor nos despierte, entonces, el deseo de responder a su llamada a evangelizar que nos hizo Jesús precisamente justo antes de subir al Cielo y que nos siguen pidiendo sus Vicarios aquí en la tierra que son los Papas.

Los Apóstoles, discípulos y primeros cristianos realizaron la Primera Evangelización. Nosotros, los cristianos de este tercer milenio, estamos llamados a realizar la Nueva Evangelización porque este mundo de hoy necesita ser re-evangelizado.

Que el Espíritu Santo nos renueve interiormente en su próxima Fiesta de Pentecostés para cumplir el mandato de Cristo y la llamada de la Iglesia a evangelizar. Que tengáis un feliz día del Señor. Que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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