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17/7/11

No busquemos excusas para amar a Jesús

XVI Domingo del Tiempo Ordinario

Lecturas: Libro de la Sabiduría 12,13.16-19 // Salmo 86(85) // Romanos 8,26-27 // Mateo 13,24-43

En el Evangelio de este domingo, continúa el Evangelista San Mateo exponiéndonos otras parábolas de Jesús. Recordemos que el domingo pasado tuvimos la del Sembrador. Este domingo nos presenta tres parábolas: la del grano de mostaza, la de la levadura en la masa y la del trigo y la cizaña. A esta última el Evangelista le da más espacio y más importancia, ya que nos relata la explicación que el Señor da sobre el trigo y la cizaña.

Nos dice que el Reino de los Cielos se parece a una semilla de mostaza, que es muy pequeña, es como la cabeza de un alfiler, pero que cuando germina en el suelo, crece una planta que llega a ser más grande que las hortalizas, pues se convierte en un arbusto en cuyas ramas los pájaros hacen nidos.

Esta imagen que nos presenta el Señor se refiere a lo que puede llegar a ser un alma que crece impulsada por la Gracia Divina, alimentada con la Eucaristía y fortalecida con la oración: crece tanto la Vida de Dios en ella, que puede así servir de apoyo espiritual a otros. Cualquiera de nosotros puede pensar que en tema de fe su vida es pequeña. Creemos que no seremos capaces nunca de llegar a ser como los grandes santos que iluminan la vida de la Iglesia. Tenemos la concepción de nuestra vida de tal manera pequeña que parece que nuestros frutos serán siempre pequeños. Al escuchar hoy esta parábola, debemos caer en la cuenta que el fruto de nuestra vida no va a depender de lo pequeña o grande que sea nuestra fe al comienzo, va a depender de como mimamos esa fe, de como la alimentamos, de como la trabajamos, hasta que sea un árbol frondoso donde aniden los pájaros. El fruto depende del alimento y el cuidado. Esta imagen del árbol de mostaza puede referirse también a la Iglesia, en la que las almas se apoyan y allí hacen su nido.

Respecto de la Parábola de la levadura en la masa, se refiere a algo similar: la levadura escondida en la masa, fermenta y hace crecer la masa. Para ser levadura, el alma del católico debe alimentarse con la Eucaristía y fortalecerse con la oración. Entonces, la Vida de Dios que lleva dentro de sí es levadura en el mundo, pues con su presencia, con su trabajo, con su entrega a Dios, esa persona contribuye a que la Vida de Dios crezca en medio del mundo. Esta imagen de la levadura es muy gráfica, porque cuando hacemos pan, la cantidad de levadura que se mete en la masa es muy pequeña en proporción a toda la masa. Esa cantidad hace que TODA la masa fermente, se puje, y tengamos un maravilloso pan. Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos cómo está el mundo, cómo está nuestra sociedad, la falta de amor, de caridad, de fraternidad... solemos decir ¿yo solo que puedo hacer? Evidentemente no podremos cambiar todo, pero seamos levadura, empecemos por vivir los valores evangélicos entre los nuestros, con los más cercanos. Empecemos a vivir coherentemente nuestra fe entre los que forman nuestro círculo vital. Esa vida, si es sincera y está llena de la Gracia de Dios, irá fermentando la masa. El que no es panadero no puede imaginarse que con tan poca levadura haga tanto pan. El que no es "cristiano" no puede imaginarse como transforma el Señor nuestras vidas. Es más cómodo creer que no podemos, justificarnos con la imposibilidad de la pequeñez de nuestras obras...¡Excusas! lo que nos falta es fe, confianza en Dios, entregarnos en sus manos, nos falta salir de nuestra comodidad, de nuestros placeres y ponernos de una vez a trababjar en el Reino de Dios.

La primera parábola expuesta por San Mateo: la del trigo y la cizaña. ¿Qué es la cizaña? La cizaña es una “mala hierba” -así también la denomina el Evangelio- que crece en los sembrados de trigo y de avena. Cuando crece se confunde con el trigo, pues también produce granos que, por cierto, son tóxicos si se ingieren.

En el campo de la vida estamos todos juntos, el trigo y la cizaña, así lo quiere el Señor. Es más, cuando en la parábola dicen los jornaleros de ir a cortar la cizaña les dice que no, que podrían dañar el trigo. Que al final, en la cosecha se tirará al fuego la cizaña y se recogerá el trigo. No podemos estar siempre quejándonos de la cizaña que hay a nuestro alrededor, tenemos que crecer como trigo bueno y dar abundante grano. Si todo el tiempo que perdemos en quejarnos de lo mal que lo hace fulanito, de los pecados que tiene menganito, de lo malo que este cura o este Papa, de lo que hace este o aquel... lo dedicásemos a ser santos, a trabajar en serio en nuestra vida cristiana y a dejarnos de "chismes", nuestra Iglesia brillaria como un campo de trigo dorado por el Sol a punto de ser segado. ¡Que bien nos vienen como excusa para no hacer nada los pecados de los otros! Con estar pendiente de los pecados de los demás, de la cizaña, justificamos que nosotros seamos igual o peores. No olvidemos que al final de la siega, la cizaña se quemará y el trigo se almacenará en los graneros celestiales. ¡Y que al final, seremos cizaña o trigo, no hay más!

Vamos a pedirle de corazón a Jesús que no busquemos excusas para amarle, para seguirle, para vivirlo en nuestras vidas. Que nos entreguemos a Él sin medida y de todo corazón. Que el Señor os conceda a todos un feliz domingo. Que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo. Párroco


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