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10/7/11

«...porque no quieren convertirse ni que Yo los salve»

XV SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Isaías 55, 10-11 // Salmo 64 // Romanos 8, 18-23 // Mateo 13, 1-23

En la Liturgia de la Palabra de hoy tenemos un Evangelio en el que Jesucristo presenta una parábola: la Parábola del Sembrador. Este domingo es el propio Jesús el que nos explica la parábola, por eso mi reflexión quiero dirigirla a nuestra actitud ante la Palabra de Dios y ante la Gracia de Dios en nuestras vidas.

La primera lectura del profeta Isaias, nos habla con un lenguaje sencillo de la importancia de recibir, de dejarnos empapar por la Gracia de Dios. El agricultor pone todo su empeño en preparar el campo: lo ara, lo limpia, lo abona, quita las malas hierbas, está durante todo el año cuidando y preparando la tierra para que la semilla que ha sembrado dé fruto. Pero todo agricultor sabe, que a pesar del tremendo esfuerzo diario, esfuerzo por otra parte imprescindible, si falta la lluvia que empape los campos, si falta el sol que los madure, no tendrá cosecha. Si llevamos esta comparación a nuestra vida espiritual, las consecuencias son muy claras: debemos esforzarnos por preparar la tierra, nuestros corazones para que den fruto. Por desgracia nos hemos acostumbrado a que lo haga todo el Señor. Pretendemos que el Señor nos convierta, que el Señor nos santifique, que el Señor nos escuche, que el Señor nos transforme, que el Señor... ¿Y nosotros que hacemos? El agricultor, aunque sabe que al final el fruto va a depender de la meteorologia, se esfuerza en preparar el terreno porque tiene claro que aunque haya una lluvia magnifica, un sol radiante, no haya heladas... si no prepara el campo, no sale fruto ninguno.

Mirad el Señor nos da la lluvia de su Gracia, nos quita las malas hierbas del corazón en el sacramento de la confesión, nos abona con el alimento de su Cuerpo y de su Sangre cada día, nos da la fortaleza del Espíritu Santo, todo, todo lo necesario para que nuestro fruto sea bueno y abundante pero si nosotros no preparamos nuestras vidas, no trabajámos nuestros corazones acudiendo a la oración, leyendo la Palabra, estudiando nuestra doctrina, asistiendo a la formación, sacrificando nuestros placeres, abrazando nuestra cruz, etc... será IMPOSIBLE que demos buenos frutos, aunque el Señor nos de TODA su Gracia y todo su Amor. El terreno bueno no existe por naturaleza, hay que trabajarlo. Nuestro corazón tiene adheridas demasiadas cosas de este mundo, zarzas, espinos, malas hierbas, que le impiden dar frutos de buenas obras. Es imprescindible y necesario urgentemente que nos remanguemos, cojamos la azada y nos pongamos a cavar y a labrar la tierra dura de nuestro corazón para que se convierta en tierra buena que empape la Gracia, que empape el Amor. Recordemos que los discípulos le preguntan al Señor por qué habla a la gente en parábolas. Y el Señor les da el por qué. Y es muy interesante ver los motivos que da el Señor. Pero más que interesante debiera resultarnos “preocupante” -debiera más bien ser motivo de preocupación- el percatarnos de la razón que da Jesús.

Oigamos sus palabras: “Les hablo en parábolas porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”. Y pasa Jesús a recordar que ya esto estaba dicho, pues había sido anunciado por boca del Profeta Isaías. Así continúa el Señor: “En ellos se cumple aquella profecía de Isaías: ‘Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos ... porque no quieren convertirse ni que Yo los salve.’”

Cuando Jesús terminó de exponer la Parábola del Sembrador, cerró con esta frase: “El que tenga oídos que oiga”. ... ¿qué significa oír a Dios? ¿Quiénes son los que oyen a Dios? Lo dice muy claramente Jesús con las palabras del Profeta Isaías que El mismo cita. ¿Quiénes son los que oyen? ... Pues si los que no oyen son los que no quieren convertirse, ni ser salvados por El... los que sí oyen tienen que ser los que están abiertos a la conversión y los que se sienten necesitados de ser salvados por Jesucristo.

¿Quiénes somos los que realmente pensamos que tenemos una necesidad vital de ser redimidos por Jesucristo? ... ¿Quiénes? ... ¡Qué lejos estamos de la realidad, qué lejos estamos de la verdad, con nuestra forma de pensar!

Por ahora, nos dice San Pablo, toda la creación -incluyéndonos a nosotros- gime, sufre, como con dolores de parto. Pero estamos esperando nuestra liberación definitiva cuando también nuestro cuerpo sea glorificado en la resurrección final.

Volvamos, entonces, a la Parábola del Sembrador, la cual es muy clara. Como dijimos, el Señor mismo nos la explica. Y ¿qué nos dice el Señor? ... Que debemos ser “tierra buena” para recibirlo a El. Lo más importante a considerar en esta parábola son nuestras actitudes, nuestros criterios, nuestras maneras de ver las cosas. Jesucristo es el Sembrador que siembra su Palabra, siembra su Gracia, siembra su Amor. ¿Y nosotros... cómo recibimos todo esto? ¿Qué terreno somos para la siembra de la Palabra del Señor?

¿Somos de los que no la entienden porque dejan que “llegue el diablo y le arrebata lo sembrado en el corazón”?

¿O seremos tal vez de los “pedregosos o poco constantes”, que se entusiasman inicialmente -es decir, dejan germinar la semilla- pero enseguida ponen obstáculos o dudas que hacen que la semilla del Señor no pueda echar raíces, y entonces la siembra se pierde?

¿O más bien somos de los “espinosos”, que oyen la palabra, pero la ahogan con las preocupaciones de la vida, con la importancia excesiva que le dan a lo material, con el atractivo que tienen hacia lo mundano, con el apego que tienen al racionalismo y el orgullo intelectual, etc., etc. etc. ... que ahogan la Palabra de Dios con ¡tantas otras cosas! que terminan por hacer que la siembra no dé sus frutos?

Queridos hermanos y hermanas pido a Dios cada día que retomemos con ilusión nuestra vida espiritual. Que de una vez por todas nos dejemos de darle vueltas a las mismas excusas y que nos pongamos en firme a convertir nuestra tierra dura y mala en una tierra fertil, buena, esponjosa, que pueda empaparse de la Gracia de Dios, que pueda llenarse del Amor de Dios, que pueda dar fruto del ciento por uno. Que sea una tierra buena que llene de felicidad nuestras vidas y la del Padre.

Que Dios os bendiga a todos. Feliz día del Señor.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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