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8/12/11

«Bendita tú eres entre todas las mujeres»

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Lecturas: Génesis 3, 9-15. 20. // Salmo 97 // Efesios 1, 3-6. 11-12. // Lucas 1, 26-38.

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Inmaculada Concepción de El Escorial. Bartolomé Esteban Murillo. 1660-1665En la carta a los Efesios, que acabamos de escuchar, dice san Pablo que Dios “nos ha destinado en la Persona de Cristo –por pura iniciativa suya– a ser hijos de Dios” (Ef 1,5); y añade: “Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad” (Ef. 1,11b).

Sólo la gracia de Cristo nos hace hijos de Dios, porque sólo Cristo es verdadero hijo de Dios, engendrado antes de los siglos y aparecido en el tiempo al nacer de la Virgen María. La filiación divina, sin embargo, es posible por el designio de Dios Padre que así ha querido incorporarnos, por su gracia, al destino de su Hijo unigénito, Jesucristo nuestro Señor.

Venimos a ser hijos de Dios por el bautismo, que perdona los pecados y nos agrega a la Iglesia, verdadero cuerpo de Cristo, donde recibimos la gracia de la salvación y de la santificación por medio de los sacramentos. El bautismo borra el pecado original recibido de nuestros padres, como acabamos de escuchar en la lectura del Génesis. Todos nacemos en un mundo pecador en el que somos marcados desde el origen de nuestra existencia por el pecado; y borra los pecados personales cometidos antes de haberlo recibido. El bautismo ha sido instituido por Cristo como medio de acceso a la gracia de la redención. Es universalmente necesario, porque todos nacemos bajo el signo del pecado.

La Virgen María fue preservada de un modo singular del destino de nacer bajo el signo del pecado, en esta situación de perdición universal; y lo fue porque aquel que “hace todo según su voluntad” (Ef 1,11b) así lo quiso para ella, en preparación de su divina maternidad: la que había de ser madre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo no podía nacer de una madre marcada por el pecado. El Redentor del mundo no podía quedar marcado por el pecado de su madre. La que con toda justicia habría de ser invocada como verdadera madre de Dios, tal como la proclamó el año 431 el Concilio de Éfeso, no podía nacer alejada de Dios por el pecado, por eso había de ser Inmaculada. El Papa Benedicto XVI explica el misterio de María Inmaculada diciendo: “Ella es el vástago, del que deriva el árbol de la redención y de los redimidos. Dios no ha fracasado, como podía parece al inicio de la historia con Adán y Eva” (BENEDICTO XVI, Homilía en la Basílica de San Pedro, 8 de diciembre de 2005). El pecado ha sido vencido gracias al linaje de la mujer, que recibió el mensaje del ángel y con su sí a la propuesta divina de ser madre del Salvador, abrió para la humanidad las puertas de la salvación.

La oración solemne de este día, llamada colecta porque quiere recoger y aunar la plegaria de toda la asamblea celebrante, recoge, en efecto, la fe de quienes invocan a María y ven en ella la realización perfecta de la gracia mediante la cual quiso Dios preparar una digna morada a su Hijo. La intercesión de que María goza ante Dios por medio de Cristo su Hijo recibe su justificación perfecta de la divina maternidad de María. Fue por obra y gracia del Espíritu Santo como María llegó a ser la madre del Hijo eterno de Dios; obra de la gracia que se manifiesta en la perfección de la fe de María, continuadora de la fe de Abrahán, que la lleva a plenitud, mediante la cual aparece ante Isabel como la que es portadora de la particular bendición de Dios: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! (…) ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,42.45).

Que Dios os bendiga a todos. Feliz día de la Virgen, a ella os encomiendo de todo corazón. Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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