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25/3/12

«Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre»

V DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Jeremías 31, 31-34 // Salmo 51 // Hebreos 5, 7-9 // Juan 12, 20-33.

Queridos hermanos y hermanas:

Viñeta que muestra a Jesús en la cruz dejando caer de sus manos semillas que florecen. Patxi VelascoEn este Quinto Domingo de Cuaresma Jesús anuncia a los discípulos lo que va acontecer en Jerusalén. Les anticipa la Pasión, utiliza la imagen de una semilla que debe morir al ser plantada para dar paso a una vida nueva. Nos habla el Señor de una semilla de trigo, fruto muy utilizado en su tierra, que además se aplicaba muy bien a Él, quien se nos convertiría después en el mejor fruto que planta de trigo podía producir, ya que a partir del Jueves Santo, Jesús sería para nosotros el Pan Eucarístico.

Preciosa parábola que nos sumerje en el misterio de la Eucaristía como Sacrificio. Nos fijamos muchas veces en la Santa Misa como la celebración de la Comunidad, del Amor Fraterno, de la Resurrección. Olvidamos frecuentemente que la Eucaristía es Sacrificio, porque en el altar se ofrece el Cuerpo y la Sangre de Cristo realmente. Se ofrece por nuestra Salvación. Cristo se ofrece, se derrama para que podamos alimentarnos de su Cuerpo y de su Sangre.

No olvidemos nunca que este sacrificio es la prueba máxima del Amor que Dios nos tiene, nos ama hasta entregarse por nosotros. Sin embargo, ¿cómo se aplican a nosotros esas palabras del Señor: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”? ¿Se aplican esas palabras sólo a Él o también a nosotros...? Si hemos de seguir el ejemplo y las exigencias de Cristo, ciertamente también se aplican a nosotros.

Y para comprender el significado de esto debemos pasar a las siguientes palabras del Señor: “El que ama su vida la perderá, y el que pierda su vida por mi la ganará para la vida eterna” ( Jn. 12, 20-33).

Ahora bien... ¿puede realizarse la paradoja, la aparente contradicción de perder para ganar, entregar para obtener, morir para vivir...? Debe ser así, pues es lo que el Señor nos propone cuando nos advierte que quien pretenda conservar su vida la perderá, pero quien la entregue la conservará.

En el diálogo del Señor que nos relata hoy el Evangelio de San Juan, vemos que se estaba dirigiendo a sus discípulos -que eran hebreos- y a unos griegos, seguramente abiertos al mensaje de Jesús, que habían llegado a Jerusalén y querían ver al Maestro.

Y sucedió que en este diálogo también interviene Dios Padre. Es una de las Teofanías, en las que aparecen en el Mundo las tres personas de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Daos cuenta que Jesús muestra rasgos muy claros de su humanidad, pues confiesa a sus discípulos que tiene miedo. “Ahora que tengo miedo, ¿voy a decirle a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? Y se contesta enseguida: “No, si precisamente para esta hora he venido”.

Jesús no elude el sufrimiento y la muerte, sino que confirma su entrega por nosotros, su entrega a la Voluntad del Padre, En ese momento en el que la divinidad de Cristo queda, aparentemente, oculta ante el sufrimiento de la Pasión, Dios Padre muestra su presencia en ese momento.

A nosotros, nos suele ocurrir, que cuando el dolor y el sufrimiento nubla nuestra fe, olvidamos a Dios. No hacemos como Jesús, que en ese momento afirma su voluntad de hacer lo que el Padre le ha encomendado. Nosotros aceptando la voluntad de Dios,sea cual sea, debemos ser testigos de nuestra fe y amor a Dios incluso en la dificultad y el sufrimiento.

Nos dijo Jesús que su Reino se extendería a todos, porque iba a ser arrojado el príncipe de este mundo (el Demonio)... y Él, a través de su muerte en cruz y por la gloria de su Resurrección, atraería a todos hacia Él. Palabras de esperanza y seguridad para todos los que nos dejamos “atraer” por Él, por su doctrina y por su ejemplo.

Palabras también de compromiso, porque “dejarnos atraer por Él” significa seguirlo en todo... como Él reiteradamente nos pide. Y “seguirlo en todo” significa seguirlo también en la muerte.

Por supuesto esto no significa que todos tengamos que morir en una cruz como Él. Tampoco significa que todos tengamos que sufrir un martirio violento -como algunos sí lo han tenido.

Significa más bien ese “morir” cada día a nuestro propio yo. Significa ese “perder la vida” que Jesús nos pide en este pasaje de San Juan y que también nos lo requiere en otra oportunidad, con palabras similares: “El que quiera ganar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la ganará” (Mt. 16, 25 - Mc. 8, 35 - Lc. 9, 24).

Debemos morir al hombre viejo para dar frutos del hombre nuevo en Cristo. Son nuestras buenas obras el fruto que atestigua la resurrección y la vida. Pero debemos saber morir a nuestro orgullo, nuetra soberbia,nuestros pecados... Cristo, se hizo Hombre, vivió y sufrió, murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y pudiéramos tener acceso nosotros a la resurrección y a la Vida Eterna. Próximos ya a la Semana Santa cuando recordaremos la entrega total que Cristo hizo de Sí mismo, perdiendo su vida para darnos una nueva Vida a todos nosotros, es tiempo propicio para una profunda conversión.

Reflexionando sobre las palabras del Evangelio y aplicándolas a nuestra vida espiritual, podríamos pedir al Señor esta gracia de conversión profunda que significa el poder comprender y realizar este ideal que nos propone y nos muestra Cristo: morir para vivir, perder para ganar, entregar para obtener. Que Dios os bendiga a todos. Feliz Día del Señor.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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