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23/2/13

«Maestro, que bien se está aquí...»

II DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Génesis 15, 5-12. 17-18 // Salmo 128 // Filipenses 3,17-4, 1 // Lucas 9, 28-36.

Queridos hermanos y hermanas:

Icono. Transfiguración del SeñorLa Liturgia de este Domingo nos habla de la Transfiguración del Señor. Nos habla de cómo serán nuestros cuerpos cuando seamos resucitados al final de los tiempos y al comienzo de la eternidad, porque en ese momento maravilloso seremos transformados, seremos también transfigurados.

Es lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura (Flp. 3,17 - 4,1). Nos habla del momento de cuando vuelva Jesús del Cielo, en que “transformará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso, semejante al suyo”.

Y ¿cómo es ese cuerpo glorioso de Jesús? El momento en que pudo verse mejor esa gloria divina en Jesús fue en el Monte Tabor cuando, en virtud de su poder, se transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan.

Entonces ¿dónde podemos saber cómo seremos al ser resucitados? Entre otros pasajes de la Escritura, lo sabemos por boca ellos tres, que fueron los testigos de ese milagro maravilloso: la Transfiguración del Señor. Ese milagro fue preludio de la Resurrección de Cristo y es a la vez anuncio de nuestra propia resurrección.
Nos cuenta el Evangelio (Lc. 9, 28-36) que Jesús se llevó a esos tres discípulos al Monte Tabor. Allí se puso a orar y, estando en oración, sucedió ese milagro de su gloria: “su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se hicieron blancas y fulgurantes”. Se entreabrió -por así decirlo- la cortina del Cielo y se nos mostró algo del esplendor de la gloria divina, la cual conocemos por el testimonio de los allí presentes.

Y decimos que se vio “algo” del esplendor de Dios, pues ningún ser humano hubiera podido soportar la visión completa de Dios.

Recordemos una de las experiencias de Moisés en el Monte Sinaí (Ex. 33, 7-11 y 18-23; Dt. 5, 22-27). Moisés le pidió a Dios que quería ver su gloria y Yahvé le contestó: “Mi cara no la podrás ver, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo... tú, entonces, verás mis espaldas, pero mi cara no se puede ver”.

Ahora bien, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan a subir con El al monte porque días antes les había hecho el anuncio de su próximo juicio, Pasión, Muerte y posterior Resurrección. Era necesario, entonces, reforzar la fe de sus más allegados, mostrándoles el fulgor y el poder de su gloria divina. Era necesario reforzar la fe en la próxima Resurrección de Cristo y la fe en la futura resurrección de los seres humanos, fe que los Apóstoles transmitirían en sus enseñanzas.

Ciertamente, seremos resucitados. Pero para ser así transformados, el camino es el mismo de Cristo, el que El comunicó a los Apóstoles con la Transfiguración y con el anuncio previo de su Pasión y Muerte: primero la cruz y luego la resurrección. Calvario y Tabor van juntos. Rostro herido y desfigurado por la Pasión, y rostro refulgente en la Transfiguración. Cuerpo ensangrentado y desangrado en la Cruz, y cuerpo cuya luz transforma su rostro y traspasa sus vestiduras en la Transfiguración.

Todos nosotros estamos llamados como los apóstoles a contemplar la gloria de dios pero el Señor nos recuerda en este tiempo de cuaresma que debemos abrazar con amor nuestra cruz. La cruz es el único camino para subir a nuestro monte Tabor.

Es cierto que en nuestros días no está de moda hablar de la cruz, del sacrificio, de la renuncia, de la persecución...pero sería traicionar los cimientos de nuestra fe NO hacerlo. Creo que hacemos un flaco favor cuando NO predicamos y anunciamos la CRUZ, por miedo a desentonar en la sociedad que vivimos. Estaríamos traicionando el mensaje del Evangelio, que es mensaje de PAZ, AMOR, PERDÓN, CRUZ y RESURRECCIÓN.

Pido a Dios todos los días fuerzas para vivir, aceptar y amar la Cruz que me manda y pido por toda la parroquia para que asumamos cada uno la Cruz como camino de la Gloria.

Feliz día del Señor. Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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