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17/4/11

«¿Eres tú el rey de los judíos?»

DOMINGO DE RAMOS

Lecturas: Isaías 50, 4-7 // Salmo 21 // Filipenses 2, 6-11 // Mateo 26, 14-75.27,1-66

Entrada triunfal de Jesús en JerusalénEste Domingo de Ramos tendrá lugar la bendición de las palmas y escucharemos la narración de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Pero ¿qué significan las palmas que con tanto interés vienen todos a recoger? Las palmas benditas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando lo aclamaban como Rey y como el que viene en nombre del Señor. Las palmas benditas no son mágicas. Las palmas benditas que hoy se recogen simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón. ¡Jesús, Rey y Dueño de nuestra vida!

Sin embargo, si bien con las palmas benditas hemos aclamado a Cristo como Rey, las lecturas de la Misa de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.

La Primera Lectura del Profeta Isaías (Is. 50, 4-7) nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: no opuso la más mínima resistencia a todo lo que le hacían. “No he opuesto resistencia ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos”.

En el Salmo (Sal. 21) repetiremos las palabras de Cristo en la cruz, justo antes de expirar: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?... Jesús cargó con todo el peso de nuestros pecados, al punto de sentir el abandono de Dios en que nos encontramos cuando pecamos y damos la espalda a Dios.

Nunca, salvo en su entrada triunfal a Jerusalén, Jesús quiso dejarse tratar como Rey... Siempre lo evitó... Como nos dice San Pablo en la segunda lectura (Flp. 2, 6-11): Cristo nunca hizo alarde de su categoría de Dios, sino que más bien se humilló hasta parecer uno de nosotros. Y -como si fuera poco- se dejó matar como un malhechor.

En el Evangelio (Mt. 26, 14-75.27,1-66) hemos oído la Pasión según San Mateo. La lectura de la Pasión nos invita en este Domingo de Ramos, inicio de la Semana Santa, a acompañar a Jesús en su sufrimiento, en las torturas a las que fue sometido, para darle gracias por redimirnos, por rescatarnos, por salvarnos y abrirnos las puertas del Cielo. Es la antesala de la Semana Santa, en este domingo de Ramos podemos contemplar una visión general en la lectura de la Pasión de los que cada día vamos a ir viviendo en las celebraciones de Semana Santa. Además meditando profundamente hoy la Pasión podemos entender, valorar y vivir cada uno de los pasos de misterio que procesionarán por nuestras calles, anunciando al pueblo lo que costó la Salvación que nos trajo Jesucristo. El domingo de Ramos nos pone de frente con la condición del hombre: LA CONTRADICCIÓN. El pueblo aclamó con ramas de olivos y alfombrando el suelo con sus mantos, a Jesús. Lo recibe como el MESÍAS, el Hijo de Dios Vivo. Nosotros, aclamamos y profesamos a Cristo como nuestro Señor. Se nos llena la boca de decir ¡¡Señor, Señor!! pero nuestra vida luego no concuerda con la de un verdadero servidor de Cristo. El pueblo de jerusalén, que aclamó a Jesús en su entrada triunfal, el viernes santo será el mismo que grite ¡¡¡CRUCIFÍCALO, CRUCIFÍCALO, CRUCIFÍCALO!!! Es la contradicción de nuestras vidas, decimos una cosa y vivimos otra. Aclamamos a Cristo como nuestro Señor y después con nuestras obras lo negamos. Debemos instaurar el Reino de Dios en nuestras vidas, vivir como verdaderos "súbditos" de Cristo Rey, pero el Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio; es decir, en la parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno. Será un Reino en el que habiten la justicia, la paz y el amor (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 671-677).

Y ¿quiénes son los súbditos de ese Rey? ¿quiénes son su pueblo? Todos los que hayan sido -como Él- siervos de Dios, es decir todos los que hayan cumplido la Voluntad de Dios, todos los santos, todos los salvados por la sangre de ese Rey derramada en la cruz.

Por todo esto, Jesús nos enseñó a orar así en el Padre Nuestro: “venga a nosotros tu Reino”. Y por eso en la Santa Misa, después de que el pan y el vino son transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, toda la asamblea anuncia la muerte de Jesús, proclama su resurrección gloriosa y terminamos la Aclamación Eucarística diciendo todos a una voz: “Ven Señor Jesús”. Y con esta frase, que es la última de toda la Sagrada Escritura, estamos pidiendo la pronta venida de Jesús para instaurar su Reino definitivo, en el que seguirá siendo el Rey.

Eso simbolizan las palmas benditas, no otra cosa. Con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- como nuestro Rey, Rey de nuestro corazón. Dueño y Señor de nuestra vida y de nuestra voluntad. Si no es así, no tiene sentido recoger palmas. Esto significa la lectura de la Pasión, poner el marco real y espiritual para vivir la Semana Santa, con verdadera santidad. Que Dios os bendiga a todos, que os fortalezca con su Gracia y os conceda un santo Triduo Pascual.

Tomás Pajuelo Romero. Párroco.

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