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10/4/11

Es Resurrección, no revivificación ni reencarnación

V DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Ezequiel 37,12-14 // Salmo 130 // Romanos 8,8-11 // Juan 11,1-45

Las lecturas de hoy nos hablan de resurrección... y de revivificación. Son términos que parecen lo mismo, pero se diferencian en algo fundamental, que me habéis escuchado varias vaces matizar.

En el Evangelio de San Juan (Jn. 11, 1-45) observamos el impresionante relato de la llamada “resurrección” de Lázaro, el amigo de Jesús, quien -según palabras de su hermana Marta- ya olía mal, pues llevaba cuatro días muerto.

Pero cabe preguntarnos ¿fue realmente lo de Lázaro una resurrección... o podríamos llamarla más bien una “revivificación”?

Sucede que a Lázaro el Señor lo devolvió de la muerte hacia la misma vida que había vivido antes. Lázaro volvió para estar en este mundo, regresó al mismo sitio donde vivía. En efecto, San Juan Evangelista nos narra más adelante que, después de este milagro del Señor, muchos judíos fueron a Betania -sitio donde había vivido Lázaro- no solamente para ver a Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos (Jn. 12, 9).

Profundizando un poco más en este hecho extraordinario, consideremos -por ejemplo- que Lázaro tuvo que volver a morir. De hecho, San Juan nos dice que los jefes de los sacerdotes pensaron en matar a Jesús y en matar también a Lázaro, pues por causa de él, muchos los abandonaban y creían en Jesús. (Jn. 12. 11).

Un resucitado no vuelve a morir. Un revivido sí vuelve a morir. Entonces... ¿fue lo de Lázaro “resurrección”? ... Realmente no, pues la resurrección es algo muchísimo mejor que revivir; es muchísimo mejor que volver a esta misma vida: resurrección es volver a una vida infinitamente superior a la que ahora vivimos.

Y ¿en qué consiste realmente la resurrección? Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la muerte es la separación del alma y el cuerpo. Con la muerte, el cuerpo humano cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse posteriormente con su cuerpo, pero será entonces, un cuerpo glorificado ( cfr. #997).

Es decir que en la resurrección nuestra alma se unirá a nuestro mismo cuerpo, pero éste no será igual al que ahora tenemos -sino infinitamente mejor- pues será un “cuerpo de gloria” (Flp. 3, 21).

Será un cuerpo que ya no volverá a envejecer, ni a enfermar, ni a sufrir, ni tampoco que volverá a morir. Será un cuerpo inmortal, que ya no estará sujeto a la corrupción ni a ningún tipo de decadencia. Será un “cuerpo espiritual” (1a.Cor. 15, 44).

¿Cómo, entonces, van a ser nuestros cuerpos resucitados? ¿Cómo es un cuerpo glorioso? Conocemos de dos: el de Jesús Resucitado y el de la Santísima Virgen María.

Jesucristo resucitó con su propio cuerpo. En efecto, el Señor le dice a sus Apóstoles después de su Resurrección: “Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo” (Lc. 24, 39). El “cuerpo espiritual” de Jesucristo era ¡tan bello! que no lo reconocían los Apóstoles... tampoco lo reconoció María Magdalena.

Y cuando el Señor se transfiguró ante Pedro, Santiago y Juan, mostrándoles sólo parte del fulgor de Su Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo resucitado. Y el Señor nos promete que si obramos bien hemos de resucitar igual que El.

Los videntes que dicen haber visto a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden describir, ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo resucitado.

Pero... ¿cuándo será nuestra resurrección? Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que sin duda será en el “último día”; “al fin del mundo” ... “cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1a.Ts. 4, 16) (#1001).

Por estar muy relacionado con este tema, vamos a referirnos también a esa falsa creencia, tan de moda hoy en día, que es la re-encarnación.

Recordemos, primero que todo que la re-encarnación está negada en la Biblia:

Una sola es la entrada la vida, y una la salida (Sb. 7, 6). Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el juicio (Hb. 9. 27)

Además, está condenada por la Iglesia Católica. Sin embargo ese mito -y lo llamamos mito, pues es algo falso, imposible de realizarse- contempla la vuelta a esta misma vida, pero con una diferencia: quienes creen en esto, creen que volverán a otro cuerpo distinto del que antes tenían, cuerpo que -por supuesto- estaría sujeto a la corrupción y decadencia propia de la vida humana.

Pero si tenemos la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, ¿cómo puede ser, entonces, que hombres y mujeres de esta época, algunos inclusive cristianos y católicos, puedan estar pensando que es más atractiva la re-encarnación que la resurrección que Cristo el Señor nos promete?

Aunque la re-encarnación no fuera un mito y fuera posible, ¿cómo nos puede parecer más atractivo reencarnar en un cuerpo decadente, enfermizo, corruptible, sujeto a la muerte -y que además no es el mío- que resucitar en cuerpo glorioso, como el de Jesucristo y la Virgen, para nunca más morir, ni envejecer, ni enfermar, ni sufrir... para ser inmortales? Pensemos en estas cosas antes de dejar contaminar nuestra fe cristiana por falsas creencias venidas del paganismo.

San Pablo, en la Segunda Lectura (Rm. 8, 8-11) nos insiste en esa gran promesa del Señor para nosotros: nuestra futura resurrección. “El Espíritu del Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros”. Y es por ello que “el Padre, que resucitó a Jesús de entre los muertos, también dará vida a nuestros cuerpos mortales, por obra de su Espíritu que habita en nosotros”.

Y en la Primera Lectura (Ez. 37, 12-14), Dios declara solemnemente a través del Profeta Ezequiel esta promesa de la resurrección de nuestro cuerpos: “cuando Yo mismo abra los sepulcros de ustedes y los haga salir de ellos y les infunda mi Espíritu, ustedes vivirán, ustedes sabrán que Yo soy el Señor, y sabrán también que Yo lo dije y lo cumplí”.

También el Señor quiere hacer "limpieza" en nuestras vidas. Quiere inundarnos con su Espíritu Santo para así purificarnos, perdonarnos, llenarnos de amor. Aprovechemos estos úlimos días de cuaresma para convertirnos, para confesarnos, para sentir la Gracia, la Vida, el Perdón, la Salvación que Dios.

Que Dios os bendiga y os conceda un Feliz Domingo.

Tomás Pajuelo. Párroco


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