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15/8/12

La Presencia Real de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía (III): ¿Por qué la Eucaristía no es sólo una comida sino también un sacrificio?

Aunque nuestros pecados hacían imposible que tuviéramos parte en la vida de Dios, Jesucristo fue enviado a quitar este obstáculo. Su muerte fue un sacrificio por nuestros pecados. Cristo es “el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). Mediante su muerte y resurrección, venció al pecado y la muerte, y nos reconcilió con Dios. La Eucaristía es el memorial de este sacrificio. La Iglesia se congrega para recordar y reactualizar el sacrificio de Cristo, en el cual participamos por la acción del sacerdote y el poder del Espíritu Santo. Mediante la celebración de la Eucaristía, nos unimos al sacrificio de Cristo y recibimos sus inagotables beneficios.

Como dice la Carta a los Hebreos, Jesús es el eterno y sumo sacerdote que vive para siempre e intercede por el pueblo ante el Padre. De esta manera, supera a todos los sumos sacerdotes que a lo largo de los siglos ofrecían sacrificios por el pecado en el templo de Jerusalén. El eterno y sumo sacerdote Jesús ofrece el sacrificio perfecto, que es su persona y no alguna otra cosa. “[Cristo] penetró una sola vez y para siempre en el ‘lugar santísimo’. . . . No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna” (Heb 9:11-12).

El acto de Jesús pertenece a la historia humana, pues él es verdaderamente humano y ha entrado a la historia. Pero al mismo tiempo Jesucristo es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es el Hijo eterno, que no está limitado al tiempo o a la historia. Sus actos trascienden el tiempo, que es parte de lo creado. Entrando “a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombre, ni pertenecía a esta creación” (Heb 9:11), Jesús el Hijo eterno de Dios realizó su sacrificio en presencia de su Padre, que vive en la eternidad. El sacrificio perfecto de Jesús está así eternamente presente ante el Padre, que eternamente lo acepta. Esto significa que, en la Eucaristía, Jesús no se sacrifica una y otra vez, sino que, por el poder del Espíritu Santo, su eterno sacrificio se hace presente una vez más, se reactualiza, a fin de que podamos tomar parte en él.

Cristo no tiene que dejar su lugar en el cielo para estar con nosotros. Nosotros, más bien, participamos de la liturgia celestial en la que Cristo intercede eternamente por nosotros y presenta su sacrificio al Padre, y en la que los ángeles y santos glorifican constantemente a Dios y dan gracias por todos sus dones: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, / la alabanza, el honor, la gloria y el poder, / por los siglos de los siglos” (Ap 5:13). Como indica el Catecismo de la Iglesia Católica, “Por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos” (no. 1326). La proclama-ción del “Sanctus”, “Santo, Santo, Santo es el Señor. . .”, es la canción de los ángeles que están en la presencia de Dios (Is 6:3). Cuando en la Eucaristía proclamamos el “Sanctus”, hacemos eco en la tierra de la canción con la que los ángeles adoran a Dios en el cielo. En la celebración eucarística no recordamos simplemente un acontecimiento de la historia, sino que, mediante la acción misteriosa del Espíritu Santo en la celebración eucarística, el Misterio Pascual del Señor se hace presente y se actualiza a su Esposa la Iglesia.

Asimismo, en la actualización eucarística del eterno sacrificio de Cristo ante el Padre, nosotros no somos simples espectadores. El sacerdote y la comunidad de fieles están activos de maneras diferentes en el sacrificio eucarístico. El sacerdote ordenado, de pie ante el altar, representa a Cristo como cabeza de la Iglesia. Todos los bautizados, como miembros del Cuerpo de Cristo, participan del sacerdocio del Salvador, como sacerdote y víctima a la vez. La Eucaristía es también el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo, participa en la ofrenda sacrificial de su Cabeza y Esposo. En la Eucaristía el sacrificio de Cristo se convierte en el sacrificio de los miembros de su Cuerpo que unidos a Cristo forman una sola ofrenda sacrificial (cf. Catecismo, no. 1368). Como el sacrificio de Cristo, se hace presente de manera sacramental, unidos a Cristo, nosotros nos ofrecemos como sacrificio al Padre. “La Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él” ( Mysterium Fidei, no. 31; cf. Lumen Gentium, no. 11).

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