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8/8/12

La Presencia Real de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía (II): ¿Por qué se da Jesús a nosotros como comida y bebida?

Jesús se da a nosotros como alimento espiritual en la Eucaristía porque nos ama.

Todo el plan de Dios para nuestra salvación está dirigido a hacernos partícipes de la vida de la Trinidad, la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Empezamos a participar en esta vida con nuestro Bautismo, cuando, por el poder del Espíritu Santo, nos unimos a Cristo, y nos convertimos así por adopción en hijos e hijas del Padre. Esta relación se fortalece y acrecienta en la Confirmación, y se nutre y profundiza mediante nuestra participación en la Eucaristía. Comiendo el Cuerpo y bebiendo la Sangre de Cristo en la Eucaristía llegamos a unirnos a la persona de Cristo a través de su humanidad.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6:56). Al estar unidos a la humanidad de Cristo estamos al mismo tiempo unidos a su divinidad. Nuestra naturaleza mortal y corruptible se transforma al unirse con la fuente de la vida. “Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6:57).

Al estar unidos a Cristo por el poder del Espíritu Santo que habita en nosotros, nos hacemos parte de la eterna relación de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Como Jesús es por naturaleza el Hijo eterno de Dios, así nosotros nos hacemos hijos e hijas de Dios por adopción mediante el sacramento del Bautismo. Mediante los sacramentos del Bautismo y la Confirmación (Crismación), nos convertimos en templos del Espíritu Santo, que habita en nosotros, y al habitar en nosotros, somos ungidos con el don de la gracia santificante. La promesa última del Evangelio es que participaremos de la vida de la Santísima Trinidad. A esta participación en la vida divina los Padres de la Iglesia la llamaron “divinización” (theosis). En esto vemos que Dios no simplemente nos envía buenas cosas desde el cielo; por el contrario, somos introducidos también a la vida interior de Dios, a la comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la celebración de la Eucaristía (que significa “acción de gracias”) damos alabanza y gloria a Dios por este sublime don.

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