Si un o una creyente, siendo consciente de haber cometido un pecado mortal, come y bebe el pan y el vino consagrados, ¿recibirá aun así el Cuerpo y la Sangre de Cristo?
Sí.
La actitud o disposición de quien recibe no pueden cambiar lo que son el pan y el vino consagrados. La cuestión aquí, entonces, no consiste principalmente en la naturaleza de la Presencia Real, sino en cómo afecta el pecado la relación entre un individuo y el Señor. Antes de acercarse a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Santa Comunión, hay que estar en una relación correcta con el Señor y su Cuerpo Místico, la Iglesia, es decir, en estado de gracia, libre de todo pecado mortal. Aunque el pecado daña dicha relación, e incluso puede destruirla, el sacramento de la Penitencia puede restaurarla. S. Pablo nos dice que “quien come del pan o bebe del cáliz del Señor de manera indigna, se hace culpable de profanar el cuerpo y la sangre del Señor. Así pues, que cada uno de nosotros examine su conciencia antes de comer el pan y beber del cáliz” (1 Co 11:27-28). Toda persona que sea consciente de haber cometido un pecado mortal debe reconciliarse mediante el sacramento de la Penitencia antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, a menos que exista una grave razón para comulgar y no haya oportunidad de confesión. En este caso, la persona debe tener muy presente su obligación de hacer un acto de contrición perfecta, es decir, un acto de pesar por los pecados, pesar que “brota del amor de Dios amado sobre todas las cosas” (Catecismo, no. 1452). El acto de contrición perfecta debe ir acompañado de la firme intención de recurrir a la confesión sacramental tan pronto sea posible.
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