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31/10/12

La Presencia Real de Jesucristo en el Sacramento de la Eucaristía (XIV): Conclusión

Por su Presencia Real en la Eucaristía, Cristo cumple con su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Como escribió S. Tomás de Aquino, “Es la ley de la amistad que los amigos deban vivir juntos... Cristo no nos ha dejado sin su presencia corpórea en este nuestro peregrinaje, sino que nos une a Sí mismo en este sacramento en la realidad de su cuerpo y su sangre” ( Summa Theologiae, III q. 75, a. 1). Con este don de la presencia de Cristo en medio de nosotros, la Iglesia es verdaderamente bendita. Como Jesús dijo a sus discípulos, refiriéndose a su presencia entre ellos, “yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron” (Mt 13:17). En la Eucaristía, la Iglesia a la vez recibe la ofrenda de Jesucristo y da profundas gracias a Dios por tal bendición. Esta acción de gracias es la única respuesta adecuada, pues mediante esta ofrenda de sí mismo en la celebración de la Eucaristía, bajo la apariencia de pan y de vino, Cristo nos da la ofrenda de la vida eterna.

Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. . . . Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. (Jn 6:53-57)

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