«En ningún punto la fe cristiana encuentra más grande contradicción que en la resurrección de la carne». Esta afirmación posiblemente la podríamos asumir o haber asumido todos los cristianos en algún momento de nuestro crecimiento espiritual. No en vano fue hecha por San Agustín ya en el siglo IV (cf. Salm. 88,2,5).
Cuesta trabajo, como seres humanos mortales que vivimos sometidos a la corrupción inevitable de la carne y de todo lo material, confiar por la fe plenamente en la resurrección de esa misma carne, pero esa es la fe de la Iglesia, tal como se afirma en el Credo católico y se expresa en el nº 997 del Catecismo: «En la muerte, separación del alma y cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible, uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús».
«Se acepta muy comúnmente que, después de la muerte, la vida de la persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna?» (cf 996 del Catecismo)
Desde el principio, la fe de la Iglesia ha afirmado que «cuando venga el Señor, todos los hombres resucitarán con sus cuerpos». Adviértase el realismo enfático de estas antiguas declaraciones: «Creemos que hemos de ser resucitados por El en el último día en esta carne en que ahora vivimos». Los hombres han de resucitar «con el propio cuerpo que ahora tienen».
Y esta fe en nada se ve impedida por el hecho de que las mismas partículas puedan, con el tiempo, pertenecer a cuerpos u organismos diversos, pues también el cuerpo terreno guarda su identidad y permanece siempre el mismo, a pesar del continuo recambio metabólico.
En el momento de la muerte se nos juzgará y si somos dignos de la vida eterna nuestra alma irá a la gloria. Después, en el día del juicio universal cuando todos los muertos resuciten, el poder de Cristo unirá nuestra alma incorruptible, que ya ha estado gozando del Cielo, a un cuerpo transfigurado en cuerpo glorioso como el Suyo (Flp. 3, 21), un cuerpo espiritual (1Co. 15, 44).
Será, por el valor salvífico de la Resurrección de Cristo, que volverán a juntarse los restos de nuestro cuerpo destrozado por cualquier efecto, o dispersado por el polvo de los años o perdido en el horno crematorio. Será como una nueva creación, y así en efecto los primeros cristianos la llamaban “paleo génesis”, que significa precisamente eso: nueva creación.
En definitiva, con esta entrada queremos aportar algo de la luz del Magisterio de la Iglesia a un misterio no siempre reconocido con claridad, y a una afirmación de fe no siempre expresada con rotundidad, la resurrección de la carne en cuerpo glorioso en el fin de los tiempos.
Para (in)formarse más detalladamente, se puede recurrir por ejemplo a las siguientes referencias:
12/11/10
La resurrección de la carne
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