SOLEMNIDAD DE CRISTO REY
Lecturas: Daniel 7, 13-14// Salmo 92 // Apocalipsis 1, 5-8 // Juan 18, 33-37
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Celebramos en este domingo la fiesta de Cristo Rey del Universo. Con esta fiesta concluimos el año litúrgico. Celebramos en esta fiesta que Cristo es el centro y el sentido de la historia. Él es Rey y su reino son los corazones de los hombres, las personas en su totalidad. Es Rey, pero su reino no es de este mundo. Es rey desde la cruz, como vemos en el evangelio: “Este es el rey de los judíos”; desde la cruz promete el paraíso al ladrón que le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino.
Celebramos en este domingo la fiesta de Cristo Rey del Universo. Con esta fiesta concluimos el año litúrgico. Celebramos en esta fiesta que Cristo es el centro y el sentido de la historia. Él es Rey y su reino son los corazones de los hombres, las personas en su totalidad. Es Rey, pero su reino no es de este mundo. Es rey desde la cruz, como vemos en el evangelio: “Este es el rey de los judíos”; desde la cruz promete el paraíso al ladrón que le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino.
Dice el prefacio propio de la Eucaristía:
En la cruz Jesucristo nos redime, nos salva, paga por nosotros a Dios Padre la deuda que la humanidad entera había contraído por el pecado. A este propósito dice la segunda lectura: “Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.
Jesucristo nos redime en la cruz, nos salva, y consigue para nosotros la reconciliación con Dios: “Y por él – sigue diciendo la segunda lectura – quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
Continúa diciendo el prefacio:
El reino de Cristo es los corazones de los hombres y él reina no porque entronicemos al sagrado corazón de Jesús, sino porque vivamos los valores del evangelio, los valores del reino: la justicia, la paz, la vida y el amor.
Un reino eterno y universal. Dios existe desde siempre, también su reino; pero, al darnos la responsabilidad de colaborar con él en hacer reino nuestro mundo, la obra de sus manos, nos deja un matiz fundamental: es un reino para todos y para todo: universal, católico… Todo es redimido y presentado al Padre.
El reino de la verdad. La verdad del ser humano, por ejemplo, es lo que Dios ha pensado para él. La verdad es que somos hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, miembros de una misma familia, destinados a la vida eterna. Esta es la verdad que hemos de aceptar y seremos libres.
El Reino de la vida. Ningún mal aflige tanto al hombre como la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando los profetas divisan los tiempos mesiánicos, ve en ellos la desaparición de las lágrimas, la prolongación de la vida, la aniquilación de la muerte. Se refiere principalmente a la vida eterna, pero incluyen también la vida temporal. Jesús quiere para todos la vida plena.
El reino de la santidad y de la gracia. Estamos acostumbrados a sopesar todo lo que hacemos nosotros en relación con Dios y los demás; pero no solemos caer en la cuenta de todo lo que se nos ha dado gratuitamente y todo lo que Dios nos ayuda diariamente. Sin Dios estaríamos perdidos. Sin nuestra libertad y esfuerzo, que consiste en gran parte en dejar obrar a Dios, no hay santidad.
El reino del amor. El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias.
El reino de la paz. Las espadas se convertirán en rejas para el arado y del hierro de las lanzas se harán hoces y podaderas. Es un modo poético de anunciar la gran reconciliación que pretende hacer Dios: entre él y los hombres, y entre unos hombres y otros.
El reino de Dios, desde el que Cristo reina, está creciendo entre nosotros, por todos aquellos que viven los valores del evangelio. Que nuestra vida sea una ayuda valiosa en la construcción del reino de Dios. Que Dios reine en nuestra vida.
Que todos nosotros vivamos nuestras vidas como verdaderos súbditos del Reino de Cristo. Que Dios os bendiga. Feliz domingo.
“Para que ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana”.
En la cruz Jesucristo nos redime, nos salva, paga por nosotros a Dios Padre la deuda que la humanidad entera había contraído por el pecado. A este propósito dice la segunda lectura: “Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.
Jesucristo nos redime en la cruz, nos salva, y consigue para nosotros la reconciliación con Dios: “Y por él – sigue diciendo la segunda lectura – quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
Continúa diciendo el prefacio:
“Para que entregara a su majestad infinita un reino eterno y universal; el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor y de la paz”.
El reino de Cristo es los corazones de los hombres y él reina no porque entronicemos al sagrado corazón de Jesús, sino porque vivamos los valores del evangelio, los valores del reino: la justicia, la paz, la vida y el amor.
Un reino eterno y universal. Dios existe desde siempre, también su reino; pero, al darnos la responsabilidad de colaborar con él en hacer reino nuestro mundo, la obra de sus manos, nos deja un matiz fundamental: es un reino para todos y para todo: universal, católico… Todo es redimido y presentado al Padre.
El reino de la verdad. La verdad del ser humano, por ejemplo, es lo que Dios ha pensado para él. La verdad es que somos hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza, miembros de una misma familia, destinados a la vida eterna. Esta es la verdad que hemos de aceptar y seremos libres.
El Reino de la vida. Ningún mal aflige tanto al hombre como la vejez, la enfermedad y la muerte. Cuando los profetas divisan los tiempos mesiánicos, ve en ellos la desaparición de las lágrimas, la prolongación de la vida, la aniquilación de la muerte. Se refiere principalmente a la vida eterna, pero incluyen también la vida temporal. Jesús quiere para todos la vida plena.
El reino de la santidad y de la gracia. Estamos acostumbrados a sopesar todo lo que hacemos nosotros en relación con Dios y los demás; pero no solemos caer en la cuenta de todo lo que se nos ha dado gratuitamente y todo lo que Dios nos ayuda diariamente. Sin Dios estaríamos perdidos. Sin nuestra libertad y esfuerzo, que consiste en gran parte en dejar obrar a Dios, no hay santidad.
El reino del amor. El proyecto de una humanidad ideal sólo es posible si los hombres abandonan sus tendencias egoístas y se deciden a vivir amándose unos a otros. El amor al prójimo debe ser universal y abarcar a todos, sin discriminar a nadie; ha de ser desinteresado, sin buscar la recompensa, y tan generoso que no tenga más límites que las necesidades ajenas y las posibilidades propias.
El reino de la paz. Las espadas se convertirán en rejas para el arado y del hierro de las lanzas se harán hoces y podaderas. Es un modo poético de anunciar la gran reconciliación que pretende hacer Dios: entre él y los hombres, y entre unos hombres y otros.
El reino de Dios, desde el que Cristo reina, está creciendo entre nosotros, por todos aquellos que viven los valores del evangelio. Que nuestra vida sea una ayuda valiosa en la construcción del reino de Dios. Que Dios reine en nuestra vida.
Que todos nosotros vivamos nuestras vidas como verdaderos súbditos del Reino de Cristo. Que Dios os bendiga. Feliz domingo.
Tomás Pajuelo. Párroco
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