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7/11/10

«No es Dios de muertos, sino de vivos»

XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: 2º Macabeos 7, 1-2. 9-14 // Salmo 16 // 2ª Tesalonicenses 2, 16--3, 5 // Lucas 20, 27-38

Queridos hermanos y hermanas:

Jesús con los saduceosUn día le preguntaron a Jesús si había matrimonios en el Cielo. La pregunta parece una broma, pero el Evangelio de hoy (cf. Lc. 20, 27-38) nos trae ese incidente.

Sucedió que unos saduceos (grupo religioso de los tiempos de Cristo que no creía en la resurrección de los muertos), tratando de dejar en ridículo al Señor, le pusieron una de esas “preguntas trampas”, de las cuales el Maestro se salía con divina sagacidad.

Le presentaron el caso de una mujer (debe haber sido un caso hipotético, pues esta dama supuestamente sobrevivió a ¡siete! hermanos con los cuales se había casado consecutivamente a medida que iba enviudando de cada uno). La pregunta era que después de morir la viuda, cuando llegara la resurrección “¿de cuál de ellos sería esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”.

Jesús les responde con toda paciencia y con mucha claridad: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura -los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos- no se casarán ni podrán ya morir, porque serán semejantes a los Ángeles. Y serán hijos de Dios, pues El los habrá resucitado”.

De esta amplia respuesta podemos sacar enseñanzas muy importantes sobre nuestra futura resurrección.

1. Hay una vida futura. Sí la hay. La verdadera Vida comienza después de la muerte. Esta vida es sólo una preparación para esa otra Vida. Por eso rezamos en el Credo: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”.

2. Todos estamos llamados a esa Vida del mundo futuro, en el que viviremos “resucitados”, en una vida distinta a la del mundo presente. Pero no todos llegaremos a esa Vida: sólo “los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos”. La voluntad de Dios es que todos los hombres y mujeres nos salvemos y lleguemos a esa Vida del mundo futuro. Pero como nos advierte el mismo Jesús sobre el momento de la resurrección de los muertos: “Llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5, 28-29). Todos resucitaremos, pero unos resucitarán para la Vida y otros para la condenación.

3. En el Cielo no habrá matrimonios: “en la vida futura no se casarán”. Es cierto que estaremos junto con los demás salvados, incluyendo nuestro seres queridos, pero lo importante en el Cielo será vivir en la plenitud de Dios.

4. Llegaremos a ser inmortales: “no podrán ya morir y serán semejantes a los Ángeles”. La vida en el mundo futuro no significa que volveremos, a esta vida terrenal. Resucitar no significa que volveremos a esta vida como Lázaro, el hijo de la viuda de Naím o la hija de Jairo, a quienes Cristo volvió a esta vida, los cuales en algún momento tuvieron que volver a morir. Tampoco significa que vamos a re-encarnar; es decir, volver a nacer en otro cuerpo que no es el nuestro. La re-encarnación, además de ser imposible, es un mito negado en la Biblia y herético para los cristianos. Más bien seremos como los Ángeles, que son bellos, inmortales, refulgentes, etc. Lo que sucederá cuando resucitemos será ¡una maravilla!, pues tendrá lugar la reunificación de nuestra alma inmortal con nuestro cuerpo mortal, pero éste glorificado en ese mismo momento ... como el de Cristo después de resucitar, como el de la Santísima Virgen, asunta al Cielo en cuerpo y alma.

5. Seremos verdaderamente “hijos de Dios, pues El nos habrá resucitado”. Y ¿es que no somos ya hijos de Dios? Sí lo somos, pero seremos entonces plenamente hijos de Dios, pues seremos como El, a partir del momento de nuestra resurrección, ya que estaremos purificados totalmente del pecado y de todas sus consecuencias. A esto se refiere San Juan cuando nos habla de nuestra nueva condición: “Amados: desde ya somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que seremos al fin ... seremos semejantes a El, porque lo veremos tal como es” (1 Jn. 3, 2).

Adicionalmente, para demostrar a los Saduceos que la resurrección es verdad, Jesús utiliza palabras de Moisés, a quien los Saduceos sí aceptaban. Le dice así: “Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para El todos viven”.

En la Segunda Lectura (2 Tes. 2, 16-3, 5) queda implícita nuestra futura resurrección: “Dios nos ha amado y nos ha dado gratuitamente un consuelo eterno y una feliz esperanza ... esperen pacientemente la venida de Cristo”.

Importante notar que la firme esperanza de nuestra resurrección es gratuita, no la merecemos, es un regalo de Dios. Para eso nos creó, para gozar de esa felicidad eterna para siempre con El y en El.

La creencia en la resurrección es muy antigua. En efecto, en la Primera Lectura del Libro 2 de los Macabeos (2Mac. 7, 1-2 y 9-14) vemos como aquellos hermanos que estaban siendo torturados, descuartizados y muertos delante de su madre, se sentían consolados y fortalecidos en la seguridad de su futura resurrección, diciendo: “Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará”.

Este pasaje impresionante, nos muestra una cosa importante para efectos de comprender la resurrección. ¿Qué sucede con los cuerpos que han sido mutilados o que han desaparecido volatilizados en gases o que han sido consumidos por un animal? Lo responde uno de los hermanos: “De Dios recibí estos miembros y de El espero recobrarlos”.

Así será la resurrección: recuperaremos todos los miembros perdidos de nuestro cuerpo... pero con la ventaja que ya no será un cuerpo decadente, mortal, que se enferma y se envejece, como el que ahora tenemos, sino que será un “cuerpo espiritual”. Como dice el Evangelio: ya los seres humanos no nos casaremos, ni moriremos, sino que seremos como los Ángeles, pues Dios nos habrá resucitado.

También queda expuesto desde este libro del Antiguo Testamento lo que San Juan nos dice posteriormente: unos resucitarán para la Vida y otros no: “El Rey del universo nos resucitará a una Vida Eterna ... Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.

El relato del libro de los Macabeos nos cuenta la historia de una familia, madre y siete hijos, que convencidos de la Resurrección, no les importa entregar su vida antes que renegar de su fe. Están convencidos que la muerte no es el final, que todos los hombres y mujeres estamos convocados por Cristo a la Resurrección y la Vida. Esa Vida eterna será la verdadera vida, será la que nos merezca la pena vivir. La vida actual es fugaz y pasajera, tiene un fin y se acabará. Los jóvenes del relato de libro de los Macabeos entendieron perfectamente el carácter transitorio de la vida presente y la importancia real y verdadera de la vida eterna.

Estamos en estos días de noviembre recordando a nuestros difuntos, sólo una fe robusta y convencida de la resurrección puede vivir con esperanza, con sosiego y consuelo la muerte de nuestros seres queridos. Una fe pobre, que no afirma la resurrección, que se ate a esta vida vivirá la muerte con desesperación, angustia, desasosiego.

La esencia de nuestra vida cristiana es la Resurrección, somos ciudadanos del Cielo. Somos Hijos de Dios llamados a vivir su divinidad.

Los mártires, los santos, entendieron que la vida verdaderamente importante es la de la Gloria y vivieron como de paso por esta para llegar a vivir la eterna.

Nosotros, por desgracia, estamos aferrados a esta vida, hemos perdido la perspectiva de la vida eterna y eso hace que vivamos trágicamente nuestra separación del mundo. La cultura moderna nos hace vivir tan metidos en la fugacidad que cuando la vida desaparece los que nos rodean pierden el sentido de su existencia. El corazón de un cristiano tiene que estar lleno a rebosar de ESPERANZA de VIDA ETERNA. Nos duele la muerte de nuestros seres queridos, de cualquier hermano. Pero no caemos en la desesperación porque nuestro corazón sabe que volveremos a vernos en el cielo. Los mártires no despreciaban la vida, regalo de Dios, pero tampoco la absolutizaban, fueron capaces de entregarla por AMOR a Dios.

¡Cuánto nos falta por crecer!

Pidamos a Dios que llene nuestros corazones de Esperanza y fe para vivir alegres nuestra entrega a Él y a los hermanos.

Que Dios os bendiga, feliz domingo.