II DOMINGO DE PASCUA
Lecturas: Hechos de los Apóstoles 2, 42-47 // Salmo 118 // 1ª Pedro 1, 3-9 // Juan 20, 19-31.
¡¡¡Aleluya, Aleluya, el Señor ha Resucitado, Aleluya!!!
Es el anuncio gozoso de la Pascua. Es la alegría de la VIDA. Cristo Vive, Cristo está vivo entre nosotros. Cristo está realmente presente entre nosotros. Esta reiteración en la manifestación gloriosa de la Vida en Cristo no es porque haya perdido yo la cabeza,… bueno un poco sí, porque es tan grande el anuncio de la Resurrección, del triunfo de Cristo sobre la muerte, que uno se vuelve loco por el amor que Dios nos tiene, que nos ha devuelto la vida y la eternidad. Sí hermanos, la vida, el no creyente se ve abocado irremediablemente a la desesperanza de la tumba, de la muerte. Pero si vivo la VIDA, que Cristo nos ha dado con su resurrección, ni siquiera la certeza de morir me entristece, porque sí estoy totalmente convencido, que el Señor nos ha dado la vida eterna y quiere mi salvación, nuestra salvación.
Los primeros cristianos, los apóstoles, anuncian esta alegría: "Cristo ha Resucitado y nos ha dado la Salvación". Esa convicción les lleva a vivir como nos cuenta hoy la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Compartían todo, vivían unidos, se querían, eran capaces de alegrarse y sufrir con las alegrías y las tristezas de los hermanos. Se sentían y eran verdaderamente una comunidad. Aunque también tenían problemas, porque el pecado hace siempre mella en la condición humana.
Es el anuncio gozoso de la Pascua. Es la alegría de la VIDA. Cristo Vive, Cristo está vivo entre nosotros. Cristo está realmente presente entre nosotros. Esta reiteración en la manifestación gloriosa de la Vida en Cristo no es porque haya perdido yo la cabeza,… bueno un poco sí, porque es tan grande el anuncio de la Resurrección, del triunfo de Cristo sobre la muerte, que uno se vuelve loco por el amor que Dios nos tiene, que nos ha devuelto la vida y la eternidad. Sí hermanos, la vida, el no creyente se ve abocado irremediablemente a la desesperanza de la tumba, de la muerte. Pero si vivo la VIDA, que Cristo nos ha dado con su resurrección, ni siquiera la certeza de morir me entristece, porque sí estoy totalmente convencido, que el Señor nos ha dado la vida eterna y quiere mi salvación, nuestra salvación.
Los primeros cristianos, los apóstoles, anuncian esta alegría: "Cristo ha Resucitado y nos ha dado la Salvación". Esa convicción les lleva a vivir como nos cuenta hoy la lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles. Compartían todo, vivían unidos, se querían, eran capaces de alegrarse y sufrir con las alegrías y las tristezas de los hermanos. Se sentían y eran verdaderamente una comunidad. Aunque también tenían problemas, porque el pecado hace siempre mella en la condición humana.
Hoy, nosotros estamos llamados a formar parte de nuestra comunidad, formar parte de nuestra madre la Iglesia. Sé que vemos la Iglesia como algo inmenso e inabarcable, pero tenemos una Iglesia cercana: nuestra diócesis, nuestra parroquia. La parroquia es la porción de Iglesia que nos permite vivir como comunidad. La que nos permite unirnos como los primeros cristianos. Yo sé que formo parte de la gran familia de la Iglesia Universal, pero esto no permite poner caras, personas, afectos... pero esa Iglesia Universal se hace cercana en la Parroquia. Ahí si puede poner caras, personas, niños/as, enfermos, jóvenes... veo la Gracia de Dios haciendo milagros en personas concretas, perdonando sus pecados, ayudando sus necesidades, compartiendo sus alegrías.
El Evangelio de hoy nos narra la primera aparición de Jesucristo Resucitado a los apóstoles. La impresión que causa en ellos ver a Cristo vivo. En el relato evangélico de hoy son fácilmente discernibles tres partes. La primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un lugar cerrado. Dentro se encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa el miedo a los judíos. Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor comenta con cierta ironía: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. El saludo repetido abre después las palabras de Jesús, constituyendo a los discípulos en enviados suyos. Un suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de ese envío, que el propio Jesús explica. La segunda parte está formada por los versículos 24-29, con Tomás como protagonista. No cree lo que los demás le cuentan sobre Jesús. Más aún, pone condiciones para su aceptación. A los ocho días se repite el hecho en las mismas circunstancias de lugar y miedo.
Tras el saludo a todos, Jesús se dirige directamente a Tomás, a quien invita a dar crédito a la realidad de su persona. Tomás así lo hace, pero Jesús le puntualiza que el camino que ha seguido para creer en Él no es ni el único ni el más dichoso.
La tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de una conclusión de Juan, autor de este evangelio, a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha tenido para escribirla. Cuando el cuarto Evangelio habla de judíos no emplea el término en sentido nacional de pueblo judío, y cuando habla de discípulos no está hablando de los doce. Judíos y discípulos representan una actitud y una mentalidad religiosas que se ponen de manifiesto en el modo de entender el sentido y el papel de Jesús. No parece tratarse de una cuestión tan simple como la que presuponemos cuando denostamos a los judíos. El autor relaciona fe en Jesús con signos realizados por Él. De ahí la crítica a Tomás por querer aferrarse en exclusividad a este plano de los signos: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Estas palabras no pretenden quitar importancia a los testigos oculares. A la fe han llegado a partir de la profundización en un signo, el sepulcro vacío. Por consiguiente, la primera parte del texto de hoy no quiere ser una demostración de que Jesús vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como apologética. Lo que Juan quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el papel de los discípulos en cuanto creyentes.
Son los enviados de Jesús, como Él lo ha sido del Padre. Lo son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría nacidas de la efectiva y real presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo que se quiere hacer resaltar, sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Los creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire de Jesús, simbolizado en su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la comunidad del perdón de los pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a veces se ha infiltrado en estas palabras! Muchas veces las oímos pero no las hacemos nuestra, preferimos no escucharlas porque nos comprometen y nos obligan. Os garantizo que merece la pena implicarse porque en esa implicación está la verdadera felicidad.
Que el Señor resucitado ilumine nuestras vidas. Que Dios os bendiga.
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.
El Evangelio de hoy nos narra la primera aparición de Jesucristo Resucitado a los apóstoles. La impresión que causa en ellos ver a Cristo vivo. En el relato evangélico de hoy son fácilmente discernibles tres partes. La primera la forman los vs. 19-23. Se desarrolla en un lugar cerrado. Dentro se encuentran los discípulos, en quienes ha hecho presa el miedo a los judíos. Llega Jesús y, tras saludarles, se identifica. El autor comenta con cierta ironía: Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. El saludo repetido abre después las palabras de Jesús, constituyendo a los discípulos en enviados suyos. Un suave soplo de aire de Jesús es el símbolo de ese envío, que el propio Jesús explica. La segunda parte está formada por los versículos 24-29, con Tomás como protagonista. No cree lo que los demás le cuentan sobre Jesús. Más aún, pone condiciones para su aceptación. A los ocho días se repite el hecho en las mismas circunstancias de lugar y miedo.
Tras el saludo a todos, Jesús se dirige directamente a Tomás, a quien invita a dar crédito a la realidad de su persona. Tomás así lo hace, pero Jesús le puntualiza que el camino que ha seguido para creer en Él no es ni el único ni el más dichoso.
La tercera parte del texto son los vs. 30-31. Se trata de una conclusión de Juan, autor de este evangelio, a toda su obra, indicando las dos motivaciones que ha tenido para escribirla. Cuando el cuarto Evangelio habla de judíos no emplea el término en sentido nacional de pueblo judío, y cuando habla de discípulos no está hablando de los doce. Judíos y discípulos representan una actitud y una mentalidad religiosas que se ponen de manifiesto en el modo de entender el sentido y el papel de Jesús. No parece tratarse de una cuestión tan simple como la que presuponemos cuando denostamos a los judíos. El autor relaciona fe en Jesús con signos realizados por Él. De ahí la crítica a Tomás por querer aferrarse en exclusividad a este plano de los signos: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Estas palabras no pretenden quitar importancia a los testigos oculares. A la fe han llegado a partir de la profundización en un signo, el sepulcro vacío. Por consiguiente, la primera parte del texto de hoy no quiere ser una demostración de que Jesús vive. En el planteamiento de Juan no entra la fe como apologética. Lo que Juan quiere poner de manifiesto en esa primera parte es el papel de los discípulos en cuanto creyentes.
Son los enviados de Jesús, como Él lo ha sido del Padre. Lo son, por supuesto, desde la íntima paz y alegría nacidas de la efectiva y real presencia de Jesús. Pero no es esa presencia lo que se quiere hacer resaltar, sino el envío de los discípulos.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Los creyentes son una comunidad con un aire nuevo, el aire de Jesús, simbolizado en su suave soplo sobre ellos. Los creyentes son la comunidad del perdón de los pecados. ¡Lástima del aire viejo y enrarecido que a veces se ha infiltrado en estas palabras! Muchas veces las oímos pero no las hacemos nuestra, preferimos no escucharlas porque nos comprometen y nos obligan. Os garantizo que merece la pena implicarse porque en esa implicación está la verdadera felicidad.
Que el Señor resucitado ilumine nuestras vidas. Que Dios os bendiga.
Tomás Pajuelo Romero. Párroco.
Me alegro D. Tomas de encontrarlo con tanta energia, y que la alegria de Jesus Resucitado se entrevea en sus palabra. Muchos somos los que esperemos semanalmente estas palabra suyas que nos ayudan a caminar y hacen desparecer el miedo de nuestro corazon. Muchas gracias
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