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8/5/11

Este domingo, somos los discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros»

III DOMINGO DE PASCUA

Lecturas: Hechos de los Apóstoles 2,14.22-33 // Salmo 16 // 1Pedro 1,17-21 // Lucas 24,13-35

En este tercer domingo de Pascua, seguimos celebrando la alegría de la Resurrección. Digo bien, seguir celebrando. Durante 50 días, hasta Pentecostés, la Iglesia, todos los cristianos celebramos el gozo inefable de la Resurrección de Cristo. Quiero insistir en la necesidad de vivir la Alegría porque en cuanto hemos pasado la Semana Santa, hemos comenzado el trabajo diario, las preocupaciones y la rutina diaria parece que la tristeza, la monotonía y el hastío se hacen dueños de nuestras vidas. Esto no puede ser, debemos meditar y orar la Resurrección. Debemos hacernos fuertes en la Esperanza, en la Fe.

Las lecturas de este domingo, especialmente el evangelio, van en esta dirección. En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, Pedro, lleno del gozo de la resurrección y lleno del Espíritu Santo, anuncia la Vida Nueva que nos da Jesucristo. Primero les recuerda a los judíos como entregaron a Jesús, como el Señor cumplió todo lo que sobre él habían dicho las Escrituras y la última promesa era la Vida y esa vida se había hecho realidad en su Resurrección. Pedro anuncia la resurrección de Jesús porque está lleno de la experiencia de encuentro con el resucitado y porque está lleno del Espíritu Santo. Quizás es lo que nos falte a nosotros: estar llenos de la experiencia de encuentro con el Señor y llenos del Espíritu Santo. Cristo se manifiesta vivo y real en los sacramentos, en especial en la Eucaristía. Podemos tener esa misma experiencia de encuentro cuando celebramos cualquiera de los sacramentos, cuando somos perdonados del pecado original y hechos hijos de Dios por el Bautismo, cuando recibimos la efusión del Espíritu Santo en la Confirmación. Cuando recibimos de manos de Jesús el perdón de nuestras culpas en la Confesión. Cuando Dios consagra a sus ministros. Cuando en la enfermedad, no en la muerte, recibimos el consuelo de Cristo en la Unción de enfermos. Cuando Dios consagra y bendice el amor conyugal en el matrimonio. Y de una forma única y especial cuando Cristo se hace presente realmente con su Cuerpo y con su Sangre en la Eucaristía. ¿Quién puede seguir diciendo que no puede encontrarse, llenarse y experimentar a Cristo realmente vivo y resucitado? Lo que pasa es que no tenemos una fe fuerte, nos pasa como a los discípulos de Emaús, la pena, la tristeza, el dolor, nos hacen perder la Esperanza.

Aquellos dos discípulos habían vivido en primera persona la pasión de nuestro Señor, le habían visto azotado, escarniado, golpeado, escupido, coronado de espinas… Su corazón estaba destrozado, habían visto a su maestro, al que más querían, destrozado. Todas sus ilusiones se quedan deshechas por la Cruz. Vuelven a sus casas hechos polvo, como diríamos hoy. Nosotros experimentamos muchas veces lo mismo que los discípulos de Emaús, la dureza de la vida nos hace perder la ilusión, la esperanza, la fe… Aquellos hombres estaban tan destrozados que no fueron capaces de reconocer a quién más querían, que resucitado, se pone a caminar con ellos.

A nosotros nos pasa lo mismo, nos metemos tanto en nuestras cruces que no somos capaces de reconocer a nuestro lado a Jesús Resucitado, que camina con nosotros, que se hace el encontradizo en la oración, en los sacramentos, en los detalles de amor de los que nos quieren… nos empecinamos en ver sólo lo malo, en quedarnos en lo negativo de nuestras vidas y eso nos impide experimentar la Gloria de la Resurrección.

Jesús fue explicándoles todo lo que las Escrituras hablaban del Mesías, les explica todo lo que Dios les había ido anunciando y que se ha cumplido en Cristo. Su corazón va encendiéndose en el Amor, va ardiendo. La Iglesia, el Cuerpo Glorioso de Cristo en el mundo, es lo que hace cada domingo, nos explica las Escrituras para que nuestros corazones ardan en el Amor de Dios.

Por eso la primera parte de la Eucaristía es la escucha de la Palabra, que nos llena por dentro, nos conforta y nos prepara para la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Los discípulos de Emaús, después de que Jesús les ha explicado la Escritura, reconocen al Señor al partir el pan. ¿Reconocemos nosotros a Cristo al partir el pan? ¿Cada Eucaristía es para nosotros el momento privilegiado de sentarnos a la mesa con Jesús resucitado?

El proceso es muy sencillo, escuchar su Palabra, atender y hacer nuestra su explicación, desear estar con él y vivirlo resucitado en el Pan y el Vino, en su Cuerpo y Sangre. Es muy simple, es sencillo, es vivir la Eucaristía. Que distinto es vivir la Eucaristía a oir misa. Que diferente es vivir con fe y con ganas la Eucaristía a venir a escuchar misa.

Este domingo, somos los discípulos de Emaús. Que el Señor nos conceda a todos tener su misma experiencia gozosa de reconocer al Señor al partir el pan, al participar en la Eucaristía. Que la bendición de Dios os acompañe siempre. Que la Vida de Cristo resucitado sea el motor de vuestras vidas. Feliz domingo.

Tomás Pajuelo. Párroco


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