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22/5/11

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

V DOMINGO DE PASCUA

Lecturas: Hechos de los Apóstoles 6,1-7 // Salmo 32 // 1Pedro 2,4-9 // Juan 14,1-12

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia de la Palabra de este tiempo de Pascua sigue poniendo ante nosotros los textos del libro de los Hechos de los Apóstoles, retazos de la vida de los primeros cristianos. Ya hemos visto cómo vivían todos unidos con un solo corazón y con una sola alma, cómo se ayudaban los unos a los otros en todo lo que podían, moral y materialmente.

Sin embargo, hoy vemos como ya entonces hubo dificultades en la convivencia, roces entre unos y otros, opiniones encontradas. Entonces eran los cristianos de lengua griega contra los cristianos de lengua hebrea. No están conformes con su actuación y protestan, llegando a decir que es injusta, poco imparcial. Como vemos el pecado hace siempre de las suyas, no todo en las primeras comunidades era "ejemplar" pero la mayoria de ellos vivieron de tal manera su fe que convirtieron a sus contemporáneos.

Los Apóstoles serán los encargados de dirimir la cuestión, serán los árbitros y jueces cuya decisión se aceptará incondicionalmente. Es lo que se denomina el primer concilio de Jerusalén. Los primeros cristianos tinen muy claro en sus vidas que Jesús puso a los apóstoles para el gobierno y la santificación de la iglesia. Ellos son los encargados de guiar, en el nombre de Cristo, a la Iglesia. Y como entonces, también luego, muchas veces a lo largo de los siglos, serán los sucesores de los Apóstoles, los obispos, con el Papa a la cabeza, los que solucionen las cuestiones debatidas, los que digan la última palabra. A nosotros sólo nos queda aceptar con espíritu de fe lo que decidan, estemos o no de acuerdo.

Ante las quejas, los Apóstoles responden: "No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para dedicarnos a la administración. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la Palabra" (Hch 6, 2-4).

Era lo propio de ellos, rezar y predicar. Lo otro, el atender a los pobres, con ser una cosa muy buena, no era propiamente lo suyo. Ellos habían de tener tiempo para la oración y para proclamar el mensaje de Cristo. Por eso deciden que propongan a siete hombres de buen espíritu y de buena formación, para que atiendan al servicio de beneficencia.

Son los primeros diáconos. Es digno de notar cómo son los Apóstoles los que les imponen las manos, consagrándolos para la misión que se les encomienda. El pueblo fiel sólo los propone, y eso porque los Apóstoles así lo determinan. Es un detalle más de la condición jerárquica, no democrática, de la Iglesia. Cristo mismo lo quiso así, y por mucho que soplen los aires de una fácil demagogia, la Iglesia no podrá cambiar sus estructuras, las que el Señor instituyó.

Son muchas las ocasiones en que Jesucristo anima a los suyos, exhortándolos a que no tengan miedo, a que no pierdan la calma. En otras ocasiones les echa en cara su falta de fe, su actitud apocada o temerosa. Para un hombre que cree en el poder y el amor de Dios, no es concebible el miedo y la angustia. En esta ocasión que consideramos, las palabras de Jesús fueron pronunciadas en la última Cena, en la víspera de su pasión y muerte. Por eso tienen un mayor significado y valor.

Hay muchas moradas en la mansión del Padre, les dice, hay sitio para todos. Algunos han interpretado estas palabras como reconocimiento de que hay múltiples formas de caminar hacia Dios, y que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra. Desde luego, es cierto que Dios, al querer libre al hombre, permite muchas maneras de amarle y de servirle. Esto nos ha de animar a caminar por nuestro propio sendero, con alegría y con decisión, conscientes de que si lo recorremos con la mirada puesta en Dios, amándole con toda el alma, nuestro camino, sea el que sea, nos llevará hasta la meta ansiada, hasta la salvación eterna de nuestra alma.

Todo camino humano, por tanto, puede ser divino. Para ello es preciso recorrerlo, decíamos, con la mirada puesta en Dios, queriéndole sobre todas las cosas. Jesús nos lo especifica y aclara todavía más, nos señala sin titubeos el camino, diciéndonos que él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida. Por eso es necesario que todos los caminos humanos, para ser divinos, han de pasar de una forma u otra por Cristo mismo. Es decir, en nuestro caminar de cada día hemos de procurar imitar a Cristo, ser fieles a su doctrina de paz y de gozo, de esfuerzo y de lucha. Este evangelio, estas palabras del Señor, son una llamada a la esperanza. Para nosotros los cristianos la vida no termina con la muerte, estamos llamados a esa vida en plenitud en las moradas eternas que Dios nos tiene preparadas. Es la esencia de nuestra fe: Cristo ha muerto pero al tercer día RESUCITÓ, está vivo, está en medio de nosotros en el Sagrario, en la Eucaristía, en el hermano pobre, en los sacramentos, en la comunidad... ¡Cristo VIVE!

De aquí la importancia de contemplar con frecuencia la vida de Cristo, de escuchar y de meditar sus palabras, de tratarle en la oración, de recibirle en nuestra alma en la Sagrada Comunión, limpios y fortalecidos con la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia. Hay que vivir con el afán constante de no apartarnos nunca de Cristo y de estar pendiente de él, hagamos lo que hagamos. De ese modo nos iremos pareciendo más y más a Jesús, llegaremos a identificarnos con el, hasta el extremo de que su camino sea nuestro propio camino. El DOMINGO es el día del Señor, el día de la Resurrección. Es el día en el que toda la iglesia proclama que Jesús está vivo y que está presente en nuestro altar. Nos reunimos para escucharle, para recibirlo, para sentirnos hermanos entre nosotros. Vivamos el domingo con verdadero espíritu de fe, de entrega, de RESURRECCIÓN.

Feliz domingo a Todos. Que Dios os bendiga.

Tomás Pajuelo. Párroco


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