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6/1/12

Solemnidad de la Epifanía del Señor - 2012

Solemnidad de la Epifanía del Señor - 2012

Lecturas: Isaías 60,1-6 // Salmo 72(71) // Efesios 3,2-3a.5-6 // Mateo 2,1-12

Quisiera invitaros a fijar vuestra atención en dos aspectos de esta maravillosa historia de los Reyes Magos, que nos narra el evangelio de san Mateo. Uno es el hecho que estos misteriosos Magos de Oriente emprendieran un largo y aventurado camino movidos sólo por aquella íntima esperanza que la nueva estrella que ellos habían descubierto, guiaría sus pasos por tierra extranjera. El otro aspecto que desearía proponer a vuestra atención es la "inmensa alegría" que nos dice el evangelio les llenó al llegar al final de su camino y hallar al niño.

Un largo camino. Me parece que todos nosotros somos invitados -somos llamados- por Dios a recorrer un largo y diría que también aventurado camino. Nosotros no siguiendo la luz de una estrella sino una luz más firme y segura: la luz de nuestra fe. Pero aunque sea más firme y segura, sin embargo no nos resuelve todos nuestros problemas, no responde a todas nuestras preguntas, no nos suministra soluciones para todo.
Porque la fe es una luz que guía para caminar, no para quedarnos parados. Guía para aventurarnos -con plena confianza pero no con plena claridad- por este largo y a menudo difícil camino que es toda nuestra vida, día tras día, semana tras semana, año tras año. Un camino que es de continua búsqueda por conocer mejor a Dios y por amar más al hermano. Sabemos que nos engañamos si pensamos que conocemos lo bastante a Dios y que amamos suficientemente al hermano. Nos engañamos si nos detenemos en nuestro camino cristiano.

"Epifanía del Señor" -el título de la fiesta de hoy- significa, como sabéis, "manifestación del Señor". Celebramos que Dios se nos ha dado a conocer y se ha hecho presente en el hombre Jesús, nacido en Belén, hijo de María. Dios se nos ha manifestado, se nos ha dado a conocer, pero cada uno de nosotros está sólo a los inicios de nuestro camino personal por captar y vivir esta manifestación, esta presencia de Dios. Por ello es siempre necesario que progresemos en nuestro camino de conocimiento de esta manifestación de Dios en Jesús, progresemos en este conocimiento que cuanto más crezca más se traducirá en amor real hacia los demás.
-Una íntima alegría. Y este camino que debe hacer cada uno de nosotros -por esta tierra extranjera que es siempre nuestro mundo-, aunque esté guiado por la luz de la fe que el Padre sembró en nosotros como semilla destinada a crecer, sin embargo puede pasar por etapas de oscuridad, de duda, de tribulación, de problemas. La fe ni es un tranquilizante ni es un seguro contra todo accidente.

Pero, sea como sea, también es verdad que en este camino de fe podemos tener siempre en nosotros una profunda y radical alegría. Como aquella "inmensa alegría" que penetró a los Magos allí en Belén. Es la alegría de sabernos de algún modo -de un modo misterioso pero real e íntimo- en comunión con un Dios que nos ama y que, puesto que se encarnó, que se hizo uno de nosotros, comparte nuestro difícil y aventurado camino.

El hecho de que Dios se nos haya dada a conocer, se haya manifestado, el hecho que nosotros creamos en esta manifestación que es Jesucristo, el hecho que tengamos fe, decíamos que no da respuesta a todos nuestras preguntas ni resuelve todos nuestros problemas. Pero sí nos da -nos debería dar- la íntima seguridad de sabernos amados por Dios y de sabernos llamados a vivir en comunión de amor con los hermanos. Y pregunto: ¿puede existir mayor y mejor alegría que ésta? Los niños, hoy, en esta fiesta tan suya, nos dan un ejemplo: su alegría es contagiosa, es comunicativa. De ellos nosotros, los adultos, podríamos aprender esto: que también sepamos comunicar, contagiar, la alegría íntima y profunda que nos ha dado Dios al regalarnos a su Hijo Jesús. Que aquellos que conviven con nosotros, en los diversos ámbitos de nuestra vida de cada día, puedan captar de algún modo que en el corazón de cada cristiano hay una luz de alegría.

Una alegría que, como hemos dicho en la primera oración de la misa de hoy, esperamos que llegue a su plenitud cuando, al final del camino de nuestra vida, contemplemos "cara a cara, la hermosura infinita" de la gloria de Dios.

Cada vez que comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesús recibimos el alimento para nuestro camino de ahora, pero también la prenda -en anticipo- de la comunión plena en la tierra de Dios que es el cielo.

Que Dios os bendiga a todos.

Tomás Pajuelo Romero.

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