Queridos hermanos y hermanas:

El Papa actual se ha referido en varias ocasiones a esta devoción tan sencilla como entrañable. El sábado 3 de mayo de 2008, en la basílica romana de Santa María la Mayor, después de rezar el Rosario ante el icono de Santa María
El Papa afirmó también que cuando rezamos el Rosario y contemplamos los misterios de gozo, de luz, de dolor y de gloria, revivimos los hitos más importantes y significativos de la historia de la salvación y recorremos las diversas etapas de la vida y misión de Cristo. Entonces, de la mano de María y penetrándonos de sus sentimientos, orientamos nuestro corazón hacia Jesús, poniéndolo en el centro de nuestra vida, de nuestro tiempo, de nuestras actividades, de nuestros sufrimientos y alegrías, como hacía la Virgen, que meditaba en su corazón todo lo que se decía de su Hijo, y también lo que Él hacía y decía.
En un mundo tan disperso y complicado como el nuestro, acuciados por las prisas, muchos cristianos difícilmente encuentran espacios para la oración personal serena y dilatada. Todos, sin embargo, niños y jóvenes, adultos y mayores, y muy especialmente los enfermos, tenemos cada día mil oportunidades de practicar esta devoción, en casa, en la calle, camino del trabajo, en el coche o en el autobús. Qué bueno sería recuperar esta devoción también en las familias. Cuánta paz brotaría en las relaciones familiares, cuántas crisis se evitarían, cuántas quiebras de la unidad, cuánto dolor y cuánto sufrimiento. La vida familiar es muy distinta cuando en el hogar se concluye la jornada rezando el Rosario, pues como nos dice el Papa
Algunos justifican el abandono del rezo del Rosario diciendo que es una devoción que nos aleja del mundo, de los dolores y sufrimientos de nuestros hermanos. No es verdad si llenamos el Rosario de nombres e intenciones, encomendando a la Virgen a nuestra familia, los enfermos y los que sufren, nuestra patria, el ministerio del Papa y del obispo, nuestra Diócesis, sacerdotes y seminaristas, la unidad de los cristianos, la paz del mundo y los grandes problemas de la humanidad. De esta forma, la plegaria del Rosario sintoniza con la vida diaria y penetra de la forma más sublime en el corazón del mundo.
El rezo del Rosario es uno de los signos más elocuentes de nuestro amor a la Santísima Virgen. Por ello, todos tendríamos que recuperarlo. Además hace mucho bien a quien lo reza devotamente. La contemplación de los misterios obra en nosotros una cierta connaturalidad con lo que meditamos, al tiempo que nacen en nuestros corazones las semillas del bien, que producen frutos de paz, bondad, justicia y reconciliación. Ningún buen cristiano debería acostarse tranquilo sin rezar cada día el Rosario.
Concluyo recordando a los sacerdotes algunas sugerencias que más de una vez me habéis escuchado: no dejéis perder la preciosa tradición del Rosario de la Aurora donde existe esta costumbre y creadla allí donde sea posible. Restaurad donde se haya perdido el rezo del Rosario en la parroquia antes de la Misa de la tarde. Sugiero otro tanto en las aldeas en las que no se celebra la Misa en los días laborables. No es admisible que la iglesia permanezca cerrada durante toda la semana. Siempre encontraréis un laico, hombre o mujer, que avise a toque de campana que un grupo de fieles se reúnen para honrar a la Virgen. Es una hermosa manera de mantener viva la fe de nuestro pueblo y de recordar a todos que, además de los valores puramente terrenales, hay otros valores que dan firmeza y sentido a nuestra vida.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.
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