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11/10/09

«Oré, y vino a mí el espíritu de sabiduría»

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Sap 7, 7-11 // Salmo 90 // Heb 4,12-13 // Mc 10,17-30

La Palabra de Dios que es proclamada este domingo nos recuerda la exigencia de la vida Cristiana. Muchas veces pedimos a Dios cosas materiales, cosas totalmente intrascendentes. Estamos demasiado obsesionados con lo material, con el dinero, con el bienestar. El libro de la Sabiduria nos pone hoy ante la esencia de la oración cristiana: "supliqué y vino a mi la sabiduría" la prefirió a los cetros reales.

Cuantas veces deberíamos pedir a Dios que nos asista con su divina Sabiduría para vivir la vida desde Él y para Él. El rey Salomón, cuando Dios le dijo que le pidiese todo lo que queria, no pidió riquezas ni poder, pidió Sabiduría para saber gobernar. Fue uno de los reyes más importantes del pueblo de Israel y de toda la antigüedad.

Es ésta sabiduría la que nosotros debemos pedir a Dios, para vivir nuestro día a día según Su voluntad. Muchas veces no entendemos el devenir de nuestras vidas porque lo miramos solamente con ojos humanos y no lo meditamos con la sabiduría de Dios. Es verdad que la Palabra de Dios es tajante, es radical, pero es la única que nos hace felices. Es tajante como espada de doble filo, hay veces que la escuchamos, que la meditamos, y nos raja por dentro, saca de nosotros el pecado, sana desde dentro nuestras vidas. Para desinfectar una herida el cirujano tiene que sajar, tiene que cortar para sacar lo podrido y dejar la carne sana. La Palabra de Dios sana nuestras heridas espirituales, sana desde dentro y rajando, haciendo supurar la infección de nuestros corazones. Eso duele, es sacrificio, pero es el único remedio para dejar nuestros corazones limpios para ser habitados por la Gracia de Dios.

Todo lo que nos cuesta es lo que verdaderamente valoramos, lo que nos viene dado casi los minusvaloramos y lo olvidamos. Todo lo que en nuestra vida critiana consigamos avanzar con nuestro esfuerzo y con la ayuda de la Gracia, todo eso es lo que realmente seremos y le daremos valor en nuestra vida. El joven rico había vivido siempre los mandamientos en su casa, para él era lo normal vivir así, por eso Cristo le pide su sacrificio, el dejar las riquezas y ahí dejó su corazón, no fue capaz de sacrificar su vida por Cristo. No confió en la Palabra de Dios que nos garantiza su presencia que nos ayuda en nuestras vidas si tomamos en serio el camino de la Salvación. Para Dios nada hay imposible, para el hombre sí. Con Dios podemos hacer avances en la vida de Gracia, con nuestras solas fuerza no avanzaremos nada, incluso retrocederemos.

Dios no quiere la miseria, no quiere que pasemos necesidad, pero si quiere que no adoremos al dinero, que no pongamos todo nuestro empeño en tener y tener y más tener. Todo lo que acumulemos en este mundo se queda aquí, es verdad que con una gran fortuna seremos ricos, pero toda esa fortuna se quedará aquí, seremos los más ricos del cementerio, pero nada más. Valoremos las riquezas en su justa medida, en lo que es necesario para vivir dignamente pero que nunca pongamos en ellas nuestro corazón, que la ambición, el afán demedido de riquezas, el poder... nos hagan ser insesibles, intratables y apartados de nuestro mundo con sus necesidades.

Pedimos a Dios su Sabiduría que nos ayude a valorar lo que es verdaderamente necesario para nuestras vidas, para nuestra felicidad y la de los nuestros.

Que Dios nos asista con la Sabiduría asistente de su Trono.

Tomás Pajuelo. Párroco

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