XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Jeremías 31, 7-9 // Salmo 126 // Hebreos 5, 1-6 // Marcos 10, 46-52
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Palabra de Dios que escuchamos este domingo es un canto a las obras maravillosas que el Señor hace con su pueblo; hoy las lecturas nos presentan a Dios actuando en la vida de personas concretas y nos dice cómo tenemos que vivir nosotros para poder vivir esa cercanía de Dios.
La primera lectura del Profeta Jeremías está unida temáticamente con el Evangelio de Marcos que escuchamos hoy. Esta primera lectura es una explosión de gozo por las obras maravillosas que hace Dios con su pueblo, con el resto del pueblo que permanece fiel a su Palabra cumpliendo los mandamientos. A ese resto que se mantiene fiel se le reunirá desde todos los rincones de la Tierra para contemplar las obras de la Salvación. Incluso el profeta nos propone signos concretos de esa salvación: los ciegos ven, los cojos andan, etc.
La Palabra de Dios que escuchamos este domingo es un canto a las obras maravillosas que el Señor hace con su pueblo; hoy las lecturas nos presentan a Dios actuando en la vida de personas concretas y nos dice cómo tenemos que vivir nosotros para poder vivir esa cercanía de Dios.
La primera lectura del Profeta Jeremías está unida temáticamente con el Evangelio de Marcos que escuchamos hoy. Esta primera lectura es una explosión de gozo por las obras maravillosas que hace Dios con su pueblo, con el resto del pueblo que permanece fiel a su Palabra cumpliendo los mandamientos. A ese resto que se mantiene fiel se le reunirá desde todos los rincones de la Tierra para contemplar las obras de la Salvación. Incluso el profeta nos propone signos concretos de esa salvación: los ciegos ven, los cojos andan, etc.
Partiendo de esa promesa, el evangelio de S. Marcos nos narra hoy la curación de un ciego, de Bartimeo. Se hace realidad la promesa de Dios, los ciegos ven, el Reino de Dios está presente en el mundo en Jesús de Nazaret.
Fijaos en la escena: el ciego está al borde del camino, está fuera de la senda por la que discurren los demás. Bartimeo está "marginado", está desahuciado por los suyos. Oye que viene Jesús, oye... y se pone a gritar pidiendo compasión. No exige, pide compasión... Los que le rodean intentan callarle para que no moleste al maestro, pero Jesús lo oye y lo llama. Aquel hombre acude raudo a la voz del Señor, salta, nos dice el Evangelio, no le importa caerse, o llevarse a alguien por delante en su ceguera... Dios lo llama, ha escuchado su súplica, se pone delante de Él.
La escena continúa con el diálogo de Jesús con Bartimeo, ¿que quieres que haga por ti? La respuesta parece obvia: ¡Que lo cure! Pero Jesús quiere que se lo diga él mismo. Bartimeo responde: "Que pueda ver". Jesús obra el milagro: "Anda, tu fe te ha salvado".
La ceguera en el Nuevo Testamento, es sinónimo de las tinieblas, del pecado. Jesús es el único que puede iluminar nuestra vida de oscuridad. Como el ciego del camino, nosotros también vivimos la oscuridad de nuestras culpas, nuestro cerrar los ojos a las cosas del Señor. Miramos con los ojos de este mundo y no con los ojos de la fe. Bartimeo tuvo Fe, esa Fe le curó. Nosotros pedimos muchas veces sin fe, por rutina, sin convicción. No somos capaces de pedir lo verdaderamente importante, que sepamos ver el camino de Cristo. Que podamos reincorporarnos al camino de la Salvación. Jesús nos llama, nos dice ¡ven y te mostraré el camino! pero nosotros no saltamos a su presencia como Bartimeo, creemos que no nos puede salvar. Pensamos que somos así y así seguiremos. Bartimeo confió en la bondad de Dios, aprovechó el paso de Jesús por su vida y se enganchó al carro de la Salvación.
El Señor, cada día, cada domingo, pasa por nuestras vidas: nos habla, nos dirige su palabra, nos la explica, nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre...
Nosotros, mientras tanto, pasamos de largo, no valoramos ese paso del Señor, a veces incluso lo despreciamos. Tenemos otras cosas en las que pensar, en las que creer. Qué lástima que el Señor pase tantas veces a nuestro lado y le ignoremos. Aquel ciego lo oyó venir y saltó y gritó pidiendo ayuda.
Nosotros lo vemos venir al altar y estamos muchas veces pensando en lo que voy a hacer al salir, en el coche, en la cervecita... y pasamos del Señor. ¡Cuánto bien se queda sin hacer por culpa de nuestra desidia! ¡Qué grande puedes ser si escuchas, sigues y amas a Dios! Que este domingo no pase el Señor por nuestras vidas sin que le abramos nuestros corazones, sin que le supliquemos: "Señor ten misericordia de mí".
Fijaos en la escena: el ciego está al borde del camino, está fuera de la senda por la que discurren los demás. Bartimeo está "marginado", está desahuciado por los suyos. Oye que viene Jesús, oye... y se pone a gritar pidiendo compasión. No exige, pide compasión... Los que le rodean intentan callarle para que no moleste al maestro, pero Jesús lo oye y lo llama. Aquel hombre acude raudo a la voz del Señor, salta, nos dice el Evangelio, no le importa caerse, o llevarse a alguien por delante en su ceguera... Dios lo llama, ha escuchado su súplica, se pone delante de Él.
La escena continúa con el diálogo de Jesús con Bartimeo, ¿que quieres que haga por ti? La respuesta parece obvia: ¡Que lo cure! Pero Jesús quiere que se lo diga él mismo. Bartimeo responde: "Que pueda ver". Jesús obra el milagro: "Anda, tu fe te ha salvado".
La ceguera en el Nuevo Testamento, es sinónimo de las tinieblas, del pecado. Jesús es el único que puede iluminar nuestra vida de oscuridad. Como el ciego del camino, nosotros también vivimos la oscuridad de nuestras culpas, nuestro cerrar los ojos a las cosas del Señor. Miramos con los ojos de este mundo y no con los ojos de la fe. Bartimeo tuvo Fe, esa Fe le curó. Nosotros pedimos muchas veces sin fe, por rutina, sin convicción. No somos capaces de pedir lo verdaderamente importante, que sepamos ver el camino de Cristo. Que podamos reincorporarnos al camino de la Salvación. Jesús nos llama, nos dice ¡ven y te mostraré el camino! pero nosotros no saltamos a su presencia como Bartimeo, creemos que no nos puede salvar. Pensamos que somos así y así seguiremos. Bartimeo confió en la bondad de Dios, aprovechó el paso de Jesús por su vida y se enganchó al carro de la Salvación.
El Señor, cada día, cada domingo, pasa por nuestras vidas: nos habla, nos dirige su palabra, nos la explica, nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre...
Nosotros, mientras tanto, pasamos de largo, no valoramos ese paso del Señor, a veces incluso lo despreciamos. Tenemos otras cosas en las que pensar, en las que creer. Qué lástima que el Señor pase tantas veces a nuestro lado y le ignoremos. Aquel ciego lo oyó venir y saltó y gritó pidiendo ayuda.
Nosotros lo vemos venir al altar y estamos muchas veces pensando en lo que voy a hacer al salir, en el coche, en la cervecita... y pasamos del Señor. ¡Cuánto bien se queda sin hacer por culpa de nuestra desidia! ¡Qué grande puedes ser si escuchas, sigues y amas a Dios! Que este domingo no pase el Señor por nuestras vidas sin que le abramos nuestros corazones, sin que le supliquemos: "Señor ten misericordia de mí".
Tomás Pajuelo. Párroco
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