XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A
Lecturas: Éxodo 22, 20-26 // Salmo 18 // 1ª Tesalonicenses 1, 5-10 // Mateo 22, 34-40.
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas de este domingo nos hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo. En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios revelada en la Sagrada Escritura. Nuestra relación con Dios va en sentido vertical y nuestra relación con el prójimo va en sentido horizontal, como formando una cruz, en la cual uno y otro eje son indispensables. No puede separarse uno del otro. Esto es muy importante porque cuando despojamos al amor de Dios de la entrega a los hermanos, caemos en un espiritualismo desencarnado y totalmente contrario a la voluntad de Dios. Y cuando olvidamos el amor a Dios por entregarnos sólo y exclusivamente al hermano, ceamos en un activismo secular que olvida a Dios.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los Romanos que tenían ocupado el territorio de Israel. Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21).
Las lecturas de este domingo nos hablan del amor... del amor en sus dos dimensiones: amar a Dios y amar al prójimo. En estos dos mandamientos se encierra la voluntad de Dios revelada en la Sagrada Escritura. Nuestra relación con Dios va en sentido vertical y nuestra relación con el prójimo va en sentido horizontal, como formando una cruz, en la cual uno y otro eje son indispensables. No puede separarse uno del otro. Esto es muy importante porque cuando despojamos al amor de Dios de la entrega a los hermanos, caemos en un espiritualismo desencarnado y totalmente contrario a la voluntad de Dios. Y cuando olvidamos el amor a Dios por entregarnos sólo y exclusivamente al hermano, ceamos en un activismo secular que olvida a Dios.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los Romanos que tenían ocupado el territorio de Israel. Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21).
El primero de los dos mandamientos: amar a Dios. Nos dice Jesús en el Evangelio que éste es “el más grande y el primero de los mandamientos” (Mt. 22, 34-40). Pero... ¿en qué consiste? ¿qué significa amar a Dios? El mismo Jesús nos lo dice: “Si me aman, cumplirán mis mandamientos” (Jn. 14, 15). Amar a Dios, entonces, es complacer a Dios. Quien ama complace al ser amado. Amar a Dios es tratar de agradar a Dios en todo, en hacer su Voluntad, en cumplir sus mandamientos, en guardar su Palabra. Amar a Dios es también, amarlo a Él primero que nadie y primero que todo. Y amarlo con todo el corazón y con toda el alma significa estar dispuestos a cumplir sus deseos y a entregarnos a Él sin condiciones. Amar a Dios no es algo intelectual o espiritual que se dice y ya está. Amar a Dios se demuestra amando sus mandamientos y sobretodo CUMPLIÉNDOLOS. Ya nos dijo Jesús: "no el que diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos". No vale decir "yo creo en Jesús" "yo soy cristiano". Hay que demostrarlo cumpliendo los mandamientos. Es decir, amar a Dios es también servir a Dios, idea que nos plantea San Pablo en la Segunda Lectura: “Vosotros habéis aceptado la Palabra de Dios en tal forma que... os habéis convertido al Dios vivo y verdadero para servirlo” (1 Tes. 1, 5-10). Sabemos también que Dios es la fuente de todo amor... y no sólo eso, sino que Dios es el Amor mismo (cfr. 1 Jn. 4, 8). Esto significa que no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar: amarle a Él y amar también a los demás.
Esto significa también que ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar al prójimo sin amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo.
“La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo... el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).
¿Qué nos quiere decir el Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo? Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos. Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con nosotros mismos: ¡cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar! ¡cómo excusamos nuestros defectos! ¡cómo defendemos nuestros derechos! ¡cómo nos complacemos nosotros mismos, buscando lo que nos agrada y lo que necesitamos o creemos necesitar! Amar al otro es pensar en las necesidades del otro antes que en las necesidades propias. Es cumplir esta petición de Jesús: “Haced a los demás todo lo que queréis que os hagan a vosotros" (Mt. 7, 12). Si somos sinceros, nosotros nos queremos mucho, nos cuidamos bien, buscamos lo mejor... pues lo mismo, lo mismo, tenemos que querer al prójimo. Si te gusta que te mimen, que te valoren, que te reconozcan... pues haz tu lo mismo con tu prójimo. Es muy sencillo, si algo nos gusta a nosotros, posiblemente a los otros también lde gustará, pues hagámoslo. Si hay algo que no nos gustan que nos hagan, pues tampoco nosotros debemos hacerlo a los demás. El Señor nos puso una medida muy clara y objetiva para valorar nuestro amor a EL y al prójimo.
Vamos a vivir etregados totalmente al AMOR de Dios. Vivamos cada día intentando cumplir los 10 mandamientos y haciéndole lo más agradable posible la vida a los que nos rodean.
Que Dios os bendiga a todos, feliz día del Señor. Tomás Pajuelo Romero.
Esto significa también que ambos mandamientos -el amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar al prójimo sin amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos al prójimo, pues el amor a Dios necesariamente se traduce en amor al prójimo.
“La característica de la civilización cristiana es la Caridad: el Amor de Dios que se traduce en amor al prójimo... el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables” (Benedicto XVI, 19-10-2008).
¿Qué nos quiere decir el Señor, entonces, cuando nos pide amar al prójimo como a uno mismo? Nos quiere decir que desea que tratemos a los demás como nos tratamos a nosotros mismos. Si nos fijamos bien, somos muy complacientes con nosotros mismos: ¡cómo respetamos nuestra forma de ser y de pensar! ¡cómo excusamos nuestros defectos! ¡cómo defendemos nuestros derechos! ¡cómo nos complacemos nosotros mismos, buscando lo que nos agrada y lo que necesitamos o creemos necesitar! Amar al otro es pensar en las necesidades del otro antes que en las necesidades propias. Es cumplir esta petición de Jesús: “Haced a los demás todo lo que queréis que os hagan a vosotros" (Mt. 7, 12). Si somos sinceros, nosotros nos queremos mucho, nos cuidamos bien, buscamos lo mejor... pues lo mismo, lo mismo, tenemos que querer al prójimo. Si te gusta que te mimen, que te valoren, que te reconozcan... pues haz tu lo mismo con tu prójimo. Es muy sencillo, si algo nos gusta a nosotros, posiblemente a los otros también lde gustará, pues hagámoslo. Si hay algo que no nos gustan que nos hagan, pues tampoco nosotros debemos hacerlo a los demás. El Señor nos puso una medida muy clara y objetiva para valorar nuestro amor a EL y al prójimo.
Vamos a vivir etregados totalmente al AMOR de Dios. Vivamos cada día intentando cumplir los 10 mandamientos y haciéndole lo más agradable posible la vida a los que nos rodean.
Que Dios os bendiga a todos, feliz día del Señor. Tomás Pajuelo Romero.
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