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2/10/11

¿Damos fruto? ¿damos fruto bueno?

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A

Lecturas: Isaías 5,1-7 // Salmo 80(79) // Filipenses 4,6-9 // Mateo 21,33-43

En el Evangelio de hoy nos habla de una viña suya, que arrendó a unos viñadores mientras se iba de viaje (Mt. 21, 33-43). Cuando llegó el momento de la vendimia de las uvas, envió a sus empleados a cobrar la parte que le tocaba, pero los viñadores mataron uno a uno a cada empleado que fue enviando el dueño.

Decidió luego enviarles a su hijo, pensando que a ése sí lo respetarían, pero al contrario, lo asesinaron también -nos dice la parábola- para eliminar al heredero y quedarse con la propiedad.

La Viña es el mundo, el dueño Dios, los viñadores la humanidad, los empleados asesinados, todos los profetas, patriarcas, hombres y mujeres enviados por Dios para pedirnos cuenta de nuestro trabajo...

Por supuesto, ese pueblo que rechazó a todos los enviados de Dios (los profetas) y los mató, y terminó matando al Hijo de Dios, fue el pueblo de Israel, aunque algunos judíos, comenzando por los Apóstoles y discípulos, sí aceptaron a Jesús como el Mesías. Lo aceptaron también los 3.000 que se bautizaron en Pentecostés. Y a San Pablo, que era judío, el Señor lo envió a predicar a los no-judíos. Y los Apóstoles, siguiendo la instrucción del Señor, fueron por todos los rincones de la tierra, predicando para que todos los pueblos acogieran el mensaje de salvación que había traído el Mesías esperado. Así, a la Iglesia de Cristo, se fueron añadiendo judíos y no-judíos, haciéndose entonces católica, es decir, universal.

El Señor nos dice que nos ha elegido para que demos fruto y nuestro fruto permanezca (Jn. 15, 16). Así quiere que cada uno de nosotros seamos una viña fructífera que dé buenos frutos. Nos da todo lo necesario, tal como nos cuenta el Profeta Isaías en la parábola que aparece en la Primera Lectura y que es preludio de la de Jesús: “removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ella vides selectas ... y esperaba que su viña diera buenas uvas” (Is. 5, 1-7).

La Viña fue plantada por Dios con todo lo necesario, para que todos tuviesemos frutos si trabajamos con fe. Dios la mima, la cuida con amor y espera nuestro fruto.

Dios nos dice: “¿Qué más puedo hacer por mi viña que ya no lo hiciera?” El Señor nos está diciendo que nos da todo, nos da todo lo que nuestra alma necesita para dar frutos de santidad, para dar frutos de caridad, para dar lo que El espera de nosotros.

¿Cuáles son los frutos esperados? San Pablo enuncia algunos de los frutos del Espíritu: “amor, alegría, paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad; mansedumbre y dominio de sí” (Gal. 5, 22). Todas éstas son virtudes que fluyen de la caridad.

Los frutos son todas esas cosas buenas de que nos habla San Pablo en la Segunda Lectura: “Aprecien lo que es verdadero y noble, cuanto hay de justo y puro, todo lo que sea virtud”. Y dando frutos podemos vivir como nos dice el Apóstol: en paz, en la paz verdadera. “La paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Flp. 4, 6-9).

Y bien lo dice Pablo: la paz de Dios no viene de la inteligencia. Es más: la sobrepasa. La paz verdadera viene de vivir en Dios y dar frutos. No puede lograrse a voluntad, sino que nos es dada por Dios.

Ante la insistencia del Señor a que demos fruto, cabe peguntarnos ¿damos fruto? ¿damos fruto bueno? ¿Aprovechamos todas las gracias que Dios nos da para ser como El desea que seamos? ¿Somos realmente lo que El desea que seamos?

¿Cómo dar fruto? Para dar fruto hay que permanecer unidos a El, hay que permanecer en la vid. “Yo soy la Vid y ustedes los sarmientos. Si alguien permanece en Mí y Yo en él, produce mucho fruto, pero sin Mí nada pueden hacer” (Jn. 15, 5).

También usa el Señor el símil de la vid, las ramas y las uvas, para explicar cómo hace fructificar más a quienes ya dan fruto. “Toda rama que dé fruto, será podada para que dé más fruto” (Jn. 15, 2). Es el anuncio de purificación para el cristiano que está dando fruto. Con la poda, su fruto será abundante y durará, tal como sucede a la planta que es podada. La poda duele, ciertamente, pero es necesaria para que la rama se haga frondosa.

Esta frase es la respuesta al cristiano confuso por el sufrimiento: ¿por qué a mí, Señor? El Señor ya nos respondió en su Evangelio: para que des más fruto.

Y a los que no den fruto, ¿qué les sucede? “Yo soy la Vid verdadera y mi Padre el Viñador. Si alguna de mis ramas no produce fruto, El la corta” (Jn. 15, 1). Significa esto que los que no den fruto, serán cortados de la Vid. Cuando podamos una planta, un árbol, se queda feo, se queda sin ramas... pero cuando llega la primavera da un fruto frondoso, rico para comer. Cuando el dueño de la Viña tiene que podar nuestros corazones, eso duele, lleva consigo sufrimiento, lleva consigo perder cosas...pero el fruto será esplendido. Si queremos dar fruto debemos dejar que Dios limpie todas las malas hierbas del corazón: LOS PECADOS. Esa limpieza es muy dura, porque a muchos de los pecados estamos muy acostumbrados, incluso los justificamos. Para poder limpiar hay que sacar de rair, sanear desde lo hondo...eso cuesta mucho pero es la única manera de dar frutos de amor.

Queridos hermanos y hermanas os pido por favor que dejemos que Dios prepare la viña de nuestros corazones, que no seamos los malvados viñadores que matamos al mesajero: La Iglesia. Y con ellos queremos justificar nuestra falta de frutos, de amor, de vida cristiana. En nuestros dias con que facilidad matamos al mensajero para que no nos recuerde que Dios está esperando el pago de su arrendamiento. Que esta vida no es definitiva que es un alquiler, que nuestra casa para siempre es la Vida Eterna.

Que Dios os bendiga a todos. Feliz Día del Señor.

Tomás Pajuelo Romero
Párroco

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