IV DOMINGO DE ADVIENTO
Lecturas: Miqueas Mi 5, 1-4 // Salmo 79 // Hebreos 10, 5-10 // Lucas 1, 39-45
![Escena de la Visitación de María a su prima Santa Isabel](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhVW0GU4DZ871Rr0Y93bJmX_QZKVuHsfitarNugBbHpDxuVmM44hskLsoiwrQAG5gSoTYxNiI9xD6uTeugtctqx1yrU09K6pI7J_ts8VW6dr7o-263iO3SccoUwZjbzCTwZKIGFUL3Qy79I/s320/visitacion.jpg)
2. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. ¡Qué bonita esta Bienaventuranza que Isabel le dedica a María! La fe de María la hace feliz, dichosa, bienaventurada. La fe de María no fue una fe racional, nacida de una comprensión completa de las palabras del ángel, no, la fe de María fue una fe vivencial, nacida del amor y de la confianza en el Dios que le hablaba a través de su mensajero. Así es siempre la fe verdadera, la que mueve montañas y la que hace milagros. La razón no enciende, por sí sola, el fuego creyente del corazón, porque la fe sin amor es una fe fría y estática. La fe que nos hace felices es la fe que brota del corazón creyente, la fe que se apoya en esas razones que tiene el corazón y que la razón no entiende, como nos dijo Pascal.
3. Se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y este será nuestra paz. El profeta Miqueas sabe que lo que es pequeño a los ojos del mundo puede ser grande a los ojos Dios, que de la pequeña aldea de Belén de Efrata puede salir el Mesías, el Salvador. Este Mesías, este Salvador, será nuestra paz, una paz grande y verdadera que nos llenará el alma y nos hará vivir dichosos. Todos nosotros somos pequeños, pequeñísimos, ante Dios, pero la grandeza de Dios puede hacer obras grandes a través de nosotros. Porque miró la humildad de su esclava el Señor hizo obras grandes en María. De la humilde María, como de la pequeña aldea de Belén, salió el jefe de Israel, el Mesías, el Señor.
4. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad “. El autor de esta carta a los Hebreos nos lo repite una vez más: no son nuestros sacrificios, ni nuestras ofrendas las que nos salvan, es el sacrificio único de Cristo el que nos ha reconciliado con Dios. Cristo se ofreció a sí mismo al Padre, le ofreció el sacrificio de sí mismo, como víctima de propiciación por nuestros pecados. Ofrezcamos también nosotros al Padre el sacrificio de nosotros mismos, obedeciendo siempre su voluntad. Y hagámoslo uniendo el sacrificio de nosotros mismos unido al sacrificio de Cristo.
Por Gabriel González del Estal
3. Se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y este será nuestra paz. El profeta Miqueas sabe que lo que es pequeño a los ojos del mundo puede ser grande a los ojos Dios, que de la pequeña aldea de Belén de Efrata puede salir el Mesías, el Salvador. Este Mesías, este Salvador, será nuestra paz, una paz grande y verdadera que nos llenará el alma y nos hará vivir dichosos. Todos nosotros somos pequeños, pequeñísimos, ante Dios, pero la grandeza de Dios puede hacer obras grandes a través de nosotros. Porque miró la humildad de su esclava el Señor hizo obras grandes en María. De la humilde María, como de la pequeña aldea de Belén, salió el jefe de Israel, el Mesías, el Señor.
4. Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad “. El autor de esta carta a los Hebreos nos lo repite una vez más: no son nuestros sacrificios, ni nuestras ofrendas las que nos salvan, es el sacrificio único de Cristo el que nos ha reconciliado con Dios. Cristo se ofreció a sí mismo al Padre, le ofreció el sacrificio de sí mismo, como víctima de propiciación por nuestros pecados. Ofrezcamos también nosotros al Padre el sacrificio de nosotros mismos, obedeciendo siempre su voluntad. Y hagámoslo uniendo el sacrificio de nosotros mismos unido al sacrificio de Cristo.
Por Gabriel González del Estal
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