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30/12/12

"¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"


FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Lecturas: Eclesiástico 3, 2-6.12-14 // Salmo 128 // Colosenses 3, 12-21 // Lucas 2, 41-52.
Queridos hermanos y hermanas:

El Hallazgo del Salvador en el Templo. 1854-1860. William Holman HuntLa Iglesia nos coloca la Fiesta de la Sagrada Familia enseguida de la Navidad, para ponernos de modelo a la Familia en que Dios escogió nacer y crecer como Hombre.

Jesús, María y José. Tres personajes modelo, formando una familia modelo. Y fue una familia modelo, porque en ellos todo estaba sometido a Dios. Nada se hacía o se deseaba que no fuera Voluntad del Padre.
El Evangelio (Lc. 2, 41-52) nos narra el incidente de la pérdida de Jesús durante tres días y de la búsqueda angustiosa de José y María, que culmina con aquella respuesta desconcertante de Jesús: “¿No sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. El Padre y las cosas del Padre de primero. Así, en la casa de Nazaret todo estaba sometido al Padre. Jesús mismo pertenece al Padre Celestial, antes que a María y José.

La familia está hoy en crisis. Y seguirá estándolo mientras los esposos y los hijos no tengan como modelo a Jesús, María y José. Todo en ellos giraba alrededor de Dios. Como en la Sagrada Familia, con los esposos debe haber un “tercero” que debe estar siempre de “primero”: Dios. Entre padres e hijos, debe estar ese mismo “tercero”, (Dios) pero siempre de “primero”. De otra manera las relaciones entre los miembros de la familia pueden llegar a ser muy difíciles y hasta imposibles.

La presencia de Dios en el hogar, entre los miembros de la familia, es lo único que garantiza la permanencia de la familia y unas relaciones que, sin ser perfectas, como sí lo fueron en la Sagrada Familia, sean lo más parecidas posibles al modelo de Nazaret.

Por eso Dios elevó el matrimonio a nivel de Sacramento, para que la unión matrimonial fuera fuente de gracia para los esposos y para los hijos. Pero... ¿qué sucede, entonces?

Para responder, cabe hacernos otras preguntas: ¿Dónde está Dios en las familias? ¿Qué lugar se le da a Dios en las familias? ¿Es Dios el personaje más importante en las familias? ¿Se dan cuenta las parejas que se casan ante el altar, que para cumplir el compromiso que están haciendo al mismo Dios, deben poner a ese Dios de primero en todo? ¿Se recuerdan de esto a lo largo de su vida de casados? ¿Ponen a Dios de primero entre sus prioridades? ¿Enseñan esto a sus hijos?

¿Rezan los esposos? ¿Rezan con los hijos? “Familia que reza unida permanece unida” es el lema de la Campaña del Rosario en Familia. ¿Rezan unidas las familias? Sin la oración, nada es posible, menos aún la unión familiar y las buenas relaciones entre los miembros de una familia.

¿Cómo, entonces, poder cumplir con las exigencias del amor cristiano, que piensa primero en el otro antes que en uno mismo, que complace al otro antes de complacerse a sí mismo?

¿Cómo cumplir con los consejos que San Pablo nos da en la Segunda Lectura: “Sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión”? (Col. 3, 12-21).

¿Cómo ser así los miembros de la familia si no obtienen las gracias necesarias a través de la oración? ¿Cómo poder ser así si Dios no está de primero en la vida de cada uno?

La Primera Lectura del libro del Eclesiástico o de Sirácide (Eclo 3, 3-7.14-17) nos trae consejos muy prudentes y oportunos sobre las relaciones entre los miembros de la familia,haciendo un desarrollo muy apropiado del Cuarto Mandamiento: honrar padre y madre.

Cuando los miembros de la familia ponen a Dios en primer lugar y buscan a Dios en la oración, es posible seguir estos antiguos consejos que siempre están vigentes. Con la oración, la vida familiar se hace más fácil, los hijos honran a sus padres, éstos se aman y se comprenden mutuamente, aman a los hijos y los educan para que Dios sea también el “primero” en sus vidas.

Ese es el secreto de la felicidad familiar.

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