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24/8/10

Catequesis de la Eucaristia según Cirilo de Jerusalén

Queridos amigos, siguiendo con las catequesis de los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia, os propongo hoy un texto precioso y muy revelador de San Cirilo de Jerusalén. He seleccionado algunos párrafos de su catequesis nº 23 sobre los misterios de la vida del cristiano y en particular los referidos a la Eucaristía, a alguna de sus partes y su significado. Confío en que ayude a vivir con más intensidad la Eucaristía. Al final añado una breve reseña biográfica para ayudar a contextualizar el texto.

CATEQUESIS XXIII
(MISTAGÓGICA V)

LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA


De la Primera carta de Pedro: Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias», etc. (I Pe 2,1 ss.).

1. En las asambleas anteriores oísteis hablar abundantemente, por don de Dios, tanto del bautismo como de la crismación y de la toma del cuerpo y de la sangre de Cristo. Pero debemos pasar ahora a lo que sigue, con lo cual pondremos fin al edificio de vuestra enseñanza espiritual.

El lavatorio de las manos, signo de la inmunidad del pecado.

2.
MISA/LAVA-MANOS: Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar. Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: «Mis manos lavo en la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor» (Sal 26,6)? Por consiguiente, lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado.

3.
MISA/PAZ: Después, el diácono exclama: «Hablaos, y besémonos mutuamente». Y no pienses que este ósculo es de la misma clase que los que se dan los amigos mutuos en la plaza pública. Este beso no es de esa clase. Pues reconcilia y une unas almas con otras, y les garantiza el total olvido de las injurias. Es signo, por consiguiente, de que las almas se funden unas con otras y de que deponen cualquier recuerdo de las ofensas. Por eso decía Cristo: «Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23-24). Por tanto, el ósculo es reconciliación y, por ello, es santo, como dice en alguna parte el bienaventurado Pablo: «Saludaos los unos a los otros con el beso santo» ( I Cor 16,20); y Pedro: «Saludaos unos a otros con el beso de amor» (I Pe 5,14).

Oramos por todos los que lo necesitan

8. Pero después que ha sido realizado el sacrificio espiritual, culto incruento sobre aquella hostia de propiciación, rogamos a Dios por la paz de todas las Iglesias, por el buen gobierno del mundo, por las autoridades, por los soldados, por los amigos, por aquellos que están sujetos a enfermedades, por los que son presa de la aflicción y, en general, oramos y ofrecemos esta víctima por todos los que tienen alguna necesidad.

También por los difuntos

9. Recordamos también a todos los que ya durmieron: en primer lugar, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, para que, por sus preces y su intercesión, Dios acoja nuestra oración. Después, también por los santos padres y obispos difuntos y, en general, por todos cuya vida transcurrió entre nosotros, creyendo que ello será de la mayor ayuda para aquellos por quienes se reza.

Utilidad de la oración por los difuntos

10. Quiero aclararos esto con un ejemplo, puesto que a muchos les he oído decir: ¿de qué le sirve a un alma salir de este mundo con o sin pecados si después se hace mención de ella en la oración? Supongamos, por ejemplo, que un rey envía al destierro a quienes le han ofendido, pero después sus parientes, afligidos por la pena, le ofrecen una corona: ¿Acaso no se lo agradecerá con una rebaja de los castigos? Del mismo modo, también nosotros presentamos súplicas a Dios por los difuntos, aunque sean pecadores. Y no ofrecemos una corona, sino que ofrecemos a Cristo muerto por nuestros pecados, pretendiendo que el Dios misericordioso se compadezca y sea propicio tanto con ellos como con nosotros.

El Padre nuestro, entre la plegaria eucarística y la comunión

11.
«Padre Nuestro»: Y, después de todo esto, recitamos aquella oración que el Salvador entregó a sus mismos discípulos, llamando con conciencia pura Padre a Dios y diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6,9)8. ¡Oh gran misericordia de Dios para con los hombres!, juntamente con su amor. Hasta tal punto se compadeció de quienes se apartaron de él y se afirmaron en los mayores males que les concedió el olvido de las injurias y la participación en la gracia de modo que le llamasen Padre: «Padre nuestro que estás en los cielos». Pues del cielo habían de ser quienes llevaran la imagen del cielo, en quienes Dios habita y con quienes él camina.

12.
«Santificado sea tu nombre». Por su naturaleza el nombre de Dios es santo, digámoslo nosotros o no lo digamos. Pero ya que, por medio de quienes pecan, se le profana en ocasiones, según aquello de que «el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones» (Is 52,5, tal como aparece citado en Rom 2,24), oramos para que en nosotros sea santificado el nombre de Dios. Y no es que comience a ser santo porque anteriormente no lo fuese, sino que en nosotros se hace santo cuando nos santificamos nosotros mismos y hacemos cosas dignas de la santidad.

13.
«Venga tu Reino» (Mt 6,10). Es propio del alma pura decir con confianza: «Venga tu Reino». Pues quien haya oído a Pablo, que dice: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal» (Ro». 6,12), y sea consciente de su pureza en obras, pensamientos y palabras, clamará a Dios: «Venga tu Reino».

14.
«Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo». Los bienaventurados ángeles de Dios hacen la voluntad de éste, como decía David en los Salmos: «Bendecid a Yahvé, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus órdenes, en cuanto oís la voz de su palabra» (Sal 103,20)11. Tu oración, por consiguiente, tiene esta fuerza y esta significación, como si dijeras: «Como se hace tu voluntad en los ángeles, así se haga, Señor, en la tierra sobre mí».

15.
«Danos hoy nuestro pan necesario» (Mt 6,11 )12, El pan ordinario no es sustancial. Pero este pan, que es santo, es sustancial, como si dijeras que está dirigido a la sustancia del alma. Este pan no va a parar al vientre ni entra en la defecación, sino que se reparte entre todo tu ser para utilidad del cuerpo y del alma. El «hoy» se dice por «todos los días». Como también Pablo decía: «Cada día mientras dure este hoy» (Hebr 3,13)13.

16.
«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mt 6,12). Tenemos realmente muchos pecados, puesto que causamos ofensas con la palabra y el pensamiento y realizamos muchas cosas, merecedoras de condenación. Y «si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en nosotros», como dice Juan (1 Jn 1,8). Hacemos, pues, un pacto con Dios, orando para que nos perdone los pecados, como también nosotros perdonamos sus deudas a nuestros prójimos. Sopesando, por tanto, lo que recibimos a cambio, no titubeemos ni dudemos en perdonar las mutuas ofensas. Las ofensas que se nos hacen son pequeñas, ligeras y fáciles de olvidar. Pero las que cometemos contra Dios son grandes y sólo pueden borrarse con la ayuda de su sola benignidad. Guárdate, pues, de que, por cosas pequeñas y por naderías dirigidas a ti, te excluyas a ti mismo del perdón de los pecados ante Dios.

17.
«Y no nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13), Señor». ¿Acaso el Señor nos enseña a pedir que no seamos tentados en absoluto? ¿Y cómo es que en otro lugar se dice: «Quien no ha pasado pruebas poco sabe» (Eclo 34,10) y también: «Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas». Pero entrar en tentación, ¿acaso no significa hundirse en ella? Pues la tentación es algo semejante a un torrente difícil de atravesar. Pero, aquellos a quienes no se los traga la tentación, la atraviesan como hábiles nadadores sin ser arrastrados por nada. Pero los que no son así, se hunden nada más entrar. Así fue, por poner un ejemplo, Judas. Al entrar en la tentación de la avaricia, no nadó sino que se hundió, y se ahogó en cuerpo y en espíritu. Pedro entró en la tentación de la negación, pero, a pesar de haber entrado, no se hundió, sino que, llorando intensamente, fue liberado de la tentación.

La comunión del cuerpo de Cristo

21.
COMUNIÓN EN LA MANO: No te acerques, pues, con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino que, poniendo la mano DERECHA bajo la IZQUIERDA a modo de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén». Súmelo a continuación con ojos de santidad cuidando de que nada se te pierda de él. Pues todo lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios miembros. Pues, dime, si alguien te hubiese dado limaduras de oro, ¿no las cogerías con sumo cuidado y diligencia, con cuidado de que nada se te perdiese y resultases perjudicado? ¿No procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que no se te caiga ni siquiera una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que las piedras preciosas?

Breve reseña biográfica de San Cirilo de Jerusalen (315-386)

San Cirilo nació cerca de Jerusalem y fue Arzobispo de esa ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. 5 veces fue desterrado, por partidarios de interpretaciones teológicas enfrentadas, principalmente por mantener una postura teológica coherente.

Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de una facción y otra vez los de la otra.

Aunque los de cada facción extremista lo llamaban hereje, sin embargo San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión".

Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalem para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.

El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalem para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.

San Cirilo de Jerusalem se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman "Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalem, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.
En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí esta presente en la Santa Hostia de la Eucaristía.

Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalem llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.

A los 72 años murió en Jerusalem en el año 386.

En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

1 comentario:

  1. Estimado D. Tomás, gracias por traernos a Jesús en estos dias de vacaciones, donde el tedio está presente en nuestra quehacer y olvidamos la presencia de Cristo. Un saludo

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