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23/1/11

"Poneos de acuerdo y no andéis divididos"

III Domingo del tiempo ordinario

Lecturas: Isaías 8,23b-9,3 // Salmo 26 // 1Corintios 1,10-13.17 // Mateo 4,12-23

Os ruego en nombre de nuestro Señor Jesucristo: poneos de acuerdo y no andéis divididos. Hoy comenzamos nuestra reflexión con esta primera frase de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Estamos dentro del octavario de oración por la unión de las Iglesias cristianas. Llevamos ya muchos años todos los cristianos diciendo que queremos la unión de las iglesias cristianas. Todos lo queremos y todos rezamos a Dios para que nos ayude a conseguirlo. Si todos lo queremos, ¿por qué no lo conseguimos?
Es cierto que no todos los cristianos profesamos los mismos dogmas, ni ejecutamos los mismos ritos. Pero todos –católicos, protestantes, anglicanos, ortodoxos- creemos en Dios Padre, todos creemos en Dios Hijo, todos creemos en Dios Espíritu Santo. ¿No será esto suficiente para que todos los cristianos nos consideremos como auténticos hermanos y nos amemos como tales? También dentro de la Iglesia Católica hay teólogos católicos que interpretan un mismo dogma cristiano de manera muy distinta y sin embargo siguen llamándose y seguimos llamándolos “católicos”. Dentro de la misma Iglesia católica, de nuestras comunidades, hay muchas personas que piensan, creen y viven el cristianismo como le da la gana y a su modo y se siguen denominando católicos. Que en la práctica están totalmente separados de la Iglesia con su comportamiento y con su modo personal de adaptar la fe a sus pensamientos y a su vida. Yo creo que el que nos consideremos hermanos en Cristo, de pensamiento, palabra y obra, ya es razón suficiente para decir que todos pertenecemos a la misma Iglesia cristiana. Pero hay un paso más, si queremos vivir la unidad tenemos que empezar a creer en unidad, a asentir la fe y no dar la imagen de que cada uno cree una cosa distinta. Cada persona somos un mundo distinto, en pensamientos, palabras y obras. Ni los católicos, ni los anglicanos, ni los protestantes, ni los ortodoxos, nos libramos de nuestra singularidad. Pero, si no oficialmente, al menos sí, cordialmente, llamémonos hermanos y amémonos como hermanos. Porque para que la Iglesia sea una no tiene por qué dejar de ser plural. Unidad no es uniformidad pero si es sentir con amor y espiritu filial, con nuestros pastores. Esto es lo mismo que nuestras propias familias, en ellas hay defectos, cosas que no nos gustan, comportamientos que nos avergüenzan... Pero a la hora de la verdad, mi familia es mi familia, y que nadie me la toque. Algo así debería ser nuestra pertenencia a la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. Podemos confundirnos, podemos discrepar en cosas concretas, podemos expresar nutras opiniones pero cuando se toca lo más sagrado vamos todos a una. Esa es la unidad que nos falta, ese es el amor fraterno que no vivimos. Unidad sí, uniformidad no. Libertad sí, subjetivismo y libertinaje, no.

Jesús comenzó a predicar diciendo: convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Las palabras de Jesús son muy claras; si no nos convertimos, no tendremos acceso al Reino de los cielos. La conversión es una condición necesaria para entrar en el Reino de Dios. Necesitamos convertirnos cada uno de nosotros en particular y necesita conversión la Iglesia entera, en general. Una Iglesia convertida del todo a Cristo sería una Iglesia santa y católica, una Iglesia una y plural. Igualmente, un mundo de personas convertidas a Cristo sería un mundo – Reino de Dios. La conversión es la principal tarea de nuestra vida. Toda nuestra vida debe ser conversión, purificación continua y constante de nuestra mente y de nuestro corazón. Nacemos inclinados al pecado; toda nuestra vida debe ser una lucha contra nuestro “hombre viejo”, para construir en nosotros el “hombre nuevo”, a imagen de Cristo. Eso es conversión. No podrá convertirse la Iglesia universal sin la conversión personal de cada uno de nosotros. Si nosotros nos convertimos personalmente la Iglesia se convertirá y será luz del mundo.

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. La “Galilea de los gentiles”, el país de Zabulón y de Neptalí, era una región en sombras, desde el punto de vista religioso. Era una tierra de sincretismo religioso, de relajación de costumbres. Por ahí comenzó Jesús a predicar su evangelio, un evangelio de conversión y de purificación de la religión judía. Una vez más, Jesús comienza desde lo último, desde una tierra y unas personas despreciadas por la élite religiosa de Jerusalén. Para esta gente religiosamente despreciada y sospechosa Cristo quiso brillar como una gran luz. Yo creo que nuestra sociedad, y nuestra tierra, hoy es también “Galilea de los gentiles”, una sociedad religiosamente relajada y sin vigor. A nosotros, los cristianos, nos toca hoy brillar como una gran luz y predicar el amor y la conversión. Así iremos ayudando a nuestra sociedad a acercarse cada día un poco más al Reino de Dios. Debemos predicar en una sociedad oscura, llena de ambigüedades, de sincretismos pero abiertos a la esperanza.

Que vivamos unidos todos, que seamos una familia de verdad, empezando por nuestras relaciones más cercanas y así hasta la Iglesia universal. Vivamos así, consigamos ser una luz que brille en la oscuridad. Que Dios os bendiga a todos.

Tomás Pajuelo. Párroco


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