Rogatorias

Buscar...

Categorías

Archivo de noticias

20/2/11

«Amad a vuestros enemigo»

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Lecturas: Levítico 19,1-2.17-18 // Salmo 103(102),1-2.3-4.8.10.12-13 // 1Corintios 3, 16-23 // Mateo 5, 38-48

Queridos hermanos y hermanas:

Cordero regalando una flor al lobo, de Patxi Velasco FanoLas lecturas de hoy nos hablan de la llamada de Dios a todos los seres humanos a que seamos santos, porque Él es Santo. Quiere decir que, si hemos de ser cristianos, debemos imitarlo a Él. Y esa imitación es principalmente en su santidad.

La santidad no es sólo para los Papas, los Sacerdotes y para los Santos que han sido reconocidos por la Iglesia –los Santos canonizados. La santidad es para todos: hombres y mujeres, niños y adultos, jóvenes y viejos. Todos estamos llamados a ser santos.

Sorprende que esa llamada a la santidad no es sólo hecho por Jesús en el Nuevo Testamento, sino que nos viene desde mucho más atrás. La Primera Lectura es del Levítico, el tercer libro del Antiguo Testamento. Veamos:

Dijo el Señor a Moisés: “Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: «Sed santos, porque Yo, el Señor, soy santo»”. (Lev 19, 1-2)

Aquí Dios ordena a Moisés que le hable a toda la asamblea, donde estaba todo el pueblo de Israel, sin hacer distinción de Sacerdotes y laicos, ni de hombres y mujeres, ni de niños y viejos.

Y sucedió que unos 1.300 años después, Jesús, al comenzar su vida pública, repite este mismo mandato de ser santos a todo el pueblo que se reunió para escuchar su Sermón de la Montaña: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt. 5, 48).

Eso de la santidad o perfección (como la llama Jesucristo) abruma y asusta, porque la creemos imposible. Pero los santos canonizados que precisamente la Iglesia nos presenta como modelos a imitar, no nacieron santos -inclusive muchos fueron pecadores. Y eran personas iguales a nosotros. ¿Cuál es la diferencia? Que ellos tomaron este mandato de Dios en serio… y lo creyeron posible.

Ahora bien, la santidad sólo es posible porque Dios es Santo y nos ofrece todas las ayudas necesarias para imitarlo a El y llegar a la santidad.

La santidad es el tema más importante del Evangelio de hoy, tanto que la Liturgia nos lo presenta también en la Primera Lectura. Pero este Evangelio nos trae unos cuantos consejos que hemos de seguir para llegar a ser santos. Esos consejos pueden resumirse en esto: No devolver mal por mal y perdonar a los enemigos.

La más controvertido de estas instrucciones es la de poner la otra mejilla: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente; pero Yo os digo: Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda”.

Y es controvertido porque parece que Jesús nos está pidiendo dejarnos agredir más allá de la agresión inicial. ¿Será así? Parece que no, porque cuando Jesús fue interrogado por Caifás en el juicio antes de su condena a muerte, un guardia lo abofeteó. Y ¿qué hizo Jesús? Veamos cómo respondió al guardia:

Uno de los guardias que estaba allí le dio a Jesús una bofetada en la cara, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?» Jesús le dijo: «Si he respondido mal, demuestra dónde está el mal. Pero si he hablado correctamente, ¿por qué me golpeas?» (Jn 18, 22-23)

Si continuamos con el Sermón de la Montaña, vemos que Jesús da dos consejos más que van en la misma línea de mostrar la otra mejilla: el entregar el manto además de la túnica, es decir, quedarse sin ropas, y el caminar una milla extra (ir más allá de la distancia requerida y permitida por la ley, llevando la carga de un soldado romano).

Sin entrar en detalles legales y costumbristas de aquella época, vale la pena destacar que biblistas que sí han estudiado las leyes, las normas y las costumbres hebreas, piensan que estos tres consejos tenían como objetivo el poder desarmar anímica y moralmente al agresor. En ese sentido pueden tomarse como consejos para resistir las faltas de respeto y las injusticias sin tener que recurrir a la violencia.

Y para nosotros hoy –porque la Palabra de Dios es para todas las personas y para todos los tiempos- significan claramente lo que nos dice la Primera Lectura: No te vengues ni guardes rencor. No odies a tu hermano ni en lo secreto de tu corazón. A quien nos ha hecho daño debemos perdonar, no podemos guardarle rencor (éste hace más daño al rencoroso que a aquél a quien se le tiene rencor). Tampoco podemos distraer pensamientos de venganza y –mucho menos- realizar alguna acción de venganza personal.

Ama a tu prójimo como a ti mismo es otro de los mandatos. Es fácil decir esta frase y se oye mucho por todos lados; por cierto, de manera tergiversada, queriendo decir que Dios nos manda a amarnos a nosotros mismos. Dios no nos manda a amarnos a nosotros mismos. Lo que quiere decir el Señor es que usemos la medida con que nos amamos a nosotros mismos (somos egoístas y amamos muchísimo nuestra propia persona, y eso Dios lo sabe). De allí que nos ponga esa medida mínima para amar a los demás. Y ésa es la mínima, porque la máxima es la que Cristo nos mostró con su muerte por nosotros, y eso también nos lo va a pedir más adelante en su vida pública.

¿Cómo nos amamos a nosotros mismos? Fijémonos bien: ¡cómo nos consentimos a nosotros mismos! ¡cómo nos comprendemos a nosotros mismos! ¡cómo nos perdonamos nuestros errores y faltas! ¡cómo nos excusamos a nosotros mismos! Así debe ser nuestra comprensión, nuestro perdón, nuestras excusas, nuestro cuidados para con los demás: como a nosotros mismos.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Desde la afinidad o la discrepancia, pero siempre con respeto, te animamos a participar.

Por unas mínimas bases de hermandad, afecto y consideración, los comentarios anónimos inapropiados serán borrados.