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27/2/11

Nosotros somos la Providencia de Dios para los hermanos y para nosotros mismos

VIII Domingo del Tiempo Ordinario

Lecturas: Isaías 60,1-6 // Salmo 71 // Efesios 3,2-3a. 5-6 // Mateo 2,1-12

Queridos hermanos y hermanas en este domingo octavo del tiempo ordinario, la Palabra de Dios nos pone ante una realidad muy preocupante en nuestros días. En esta época de crisis, de paro, de personas que les cuesta llegar al final del mes... La Palabra de Dios que escuchamos hoy nos abre el corazón a confiar en la providencia divina.

Parece extraño, casi una broma, que el Señor nos diga que confiemos en Él. La realidad es dura, pero es nuestra condición de "FAMILIAS CRISTIANAS" y nuestras "PARROQUIAS" la que están sosteniendo en gran medida a muchas personas necesitadas. Gracias a que la mayoría de nuestros mayores tienen asumido y grabado en el corazón, el mandato del Señor de amar al prójimo, han recogido en sus casas a sus hijos necesitados, a las familias que se han quedado sin casas, etc... ¡Cuantos jóvenes han vuelto a sus casas y han sido acogidos con amor en estos momentos duros! Así se manifiesta la providencia de Dios, así va actuando la Gracia. La Gracia va calando en nuestros corazones y hace que la Caridad viva en nosotros. El Evangelio de hoy diciéndonos que no hay que agobiarse ni con el vestido ni con la comida ni con nada, que Dios nuestro padre proveerá por nosotros, que lo que tenemos que hacer es buscar el reino de Dios y su justicia y que lo demás se nos dará por añadidura. ¿Se puede entender?

Pues sí. Ciertamente se puede entender a Jesús. Si nos situamos en otra perspectiva: la perspectiva de Dios Padre. Desde ella ponemos las cosas de este mundo, nuestras relaciones personales, nuestra misma persona, en el debido orden de importancia. No se trata de decir que la comida y el vestido no tienen importancia. Jesús no nos dice que hay que dejar el trabajo para dedicarse a hacer el vago. Pero nos recuerda que en nuestra escala de valores la familia, por ejemplo, tiene que ser más importante que el trabajo. Y que las relaciones humanas son más importantes que el dinero o que el vestido. Y que Dios es el padre de todos que de todos cuida. Y que nosotros somo hoy parte fundamental de esa providencia de Dios para todos: para los que nos rodean, para la humanidad en su conjunto, para la creación y también, por qué no, para nosotros mismos.

Tener clara la providencia de Dios y la jerarquía de las cosas nos ayuda a saber comportarnos. Por ejemplo, si la persona es más importante que el vestido que lleva, está claro que debemos tratar y respetar por igual a todas las personas en su dignidad de hijas o hijos de Dios, independientemente del vestido. O lo que es lo mismo, independientemente del nivel social, de su riqueza, de sus estudios, de su poder. Dios no nos olvida

El trabajo tiene su importancia. Pero no hasta el punto de entregar la vida al trabajo. Hay gente, no sólo ricos, que entregan de tal modo su vida al trabajo que todo lo demás queda subordinado al trabajo. Y lo demás son las relaciones familiares, las amistades, la relación con Dios, etc.

La crisis económica de que hablábamos al principio ha tenido en gran parte su origen en la ambición y codicia de personas que estaban tan centradas en hacer dinero, en ganar mucho que les importaba nada hacer trizas las vidas de los demás. Tomaron decisiones equivocadas que han llevado a consecuencias terribles para muchos. Es el mejor ejemplo de que este Evangelio sigue siendo muy actual. No vale la pena agobiarnos. Hay que poner la confianza en Dios y saber que nosotros somos su providencia para nuestros hermanos y hermanas y para nosotros mismos, que nos debemos cuidar porque somos hijos e hijas de Dios.

Así hacemos que la Providencia sea real, que el amor de Dios se manifieste en nuestro mundo. Mirad si todos los cristianos asumiésemos estos criterios, si fomentasemos más la caridad, el compartir, el vivir en familia, en dejar un poco los agobios del trabajo, del tener, del poseer... posiblemente nos iría mejor, posiblemente tendríamos menos cosas pero las disfrutaríamos más con las personas que de verdad nos importan y queremos.

La Providencia de Dios actúa, si nosotros la dejamos actuar. Dios cambia nuestras vidas, si nosotros queremos vivir según los criterios evangélicos.
Que Dios Todopoderoso grabe en nuestros corazones estos cristerio y que su bendición abundante descienda sobre todos nosotros. Que paséis un feliz domingo.

Tomás Pajuelo. Párroco


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