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28/9/08

En la muerte de Mons. José María Cirarda

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:
Juan José Asenjo. Obispo de Córdoba

Como bien sabéis, el pasado miércoles 17 de septiembre fallecía en Vitoria D. José María Cirarda. Dos días después, fue enterrado, junto a sus padres, en el cementerio de Mundaka (Vizcaya), su tierra natal. En representación de la Diócesis, acudimos a su sepelio el Obispo, el Vicario General y el canónigo D. Juan Moreno, que fuera su Secretario particular.

La vida de D. José María ha sido rica en años, en trabajos, satisfacciones y sufrimientos apostólicos, en una dedicación generosa a la misión que el Señor le había confiado. De él se puede decir, como de San Pablo, que se ha gastado y desgastado por el Evangelio, por la Iglesia y por los fieles encomendados a su ministerio.
D. José María nació en el 23 de mayo de 1917. Estudió en el Seminario de Vitoria y en la Universidad Pontificia de Comillas. Ordenado sacerdote el día 5 de julio del año 1942, fue profesor de teología dogmática en el Seminario de Vitoria y canónigo magistral de su Catedral. Recibió la ordenación episcopal el 29 de junio de 1960. Fue Obispo auxiliar del Cardenal Bueno Monreal en Sevilla, con residencia en Jerez de la Frontera, Obispo de Santander y Administrador apostólico de Bilbao. En 1972 fue nombrado Obispo de Córdoba, y en 1978 Arzobispo de Pamplona, pasando a la condición de emérito en 1993.

D. José María era en estos momentos el único Obispo español que participó en las tres sesiones del Concilio Vaticano II, en el que tuvo varias intervenciones sobre la Iglesia, el ministerio episcopal y presbiteral, las actividad misionera y la libertad religiosa. Fue el Obispo responsable de las relaciones con la prensa española en Roma para informar del desarrollo del Concilio, cometido en el que actuó con sabiduría, tacto y generosidad. En la Conferencia Episcopal fue miembro de la Comisión de Medios de Comunicación Social y Vicepresidente de la propia Conferencia y miembro de su Comité Ejecutivo.

Quienes hemos tenido la suerte de conocerlo, hemos admirado su inteligencia, intuición, vitalidad, rapidez de reflejos, sencillez, cercanía, cordialidad, simpatía, capacidad de improvisación y sus extraordinarias dotes oratorias. Hemos admirado, sobre todo, su amor a la Iglesia, su piedad sencilla y ferviente y su amor grande a Jesucristo. En nuestra Diócesis le tocó aplicar el Concilio Vaticano II. En aquellos años difíciles, D. José María desplegó una gran capacidad de diálogo y de generosidad, recorriendo toda la rosa de los vientos de la geografía diocesana para estar cerca de los sacerdotes y de los fieles y anunciar sin descanso a Jesucristo a nuestro pueblo. Creó veinte parroquias, construyó veinte nuevos templos y cuarenta y cinco casas rectorales. Creó las cuatro Vicarías episcopales que hoy conocemos y se preocupó eficazmente del Seminario, iniciando la restauración del edificio de San Pelagio y adquiriendo una finca en la barriada del Brillante para la construcción del Seminario Menor.

D. José María, hasta el final de sus días, llevó a la Diócesis de Córdoba en el corazón. Más de una vez confesó que su episcopado cordobés, a pesar de la dificultad de los tiempos, fue el más sereno y el más gratificante. Soy testigo de primera mano de todo ello. Lo he podido comprobar en mis visitas anuales en el mes de agosto, bien en Vitoria, bien en Mundaka. Siempre bien informado de la vida diocesana, me preguntaba por las personas y las instituciones y recibía con gran alegría las noticias sobre los sacerdotes, el Seminario y las distintas realidades diocesanas o proyectos en marcha. Sus sabios consejos han sido para mí una ayuda muy valiosa. Aquí dejó muchos amigos, con los que seguía en contacto frecuente y que hoy lloran su muerte y le encomiendan fervientemente al Señor.

En medio de la fragilidad de su salud en los últimos años, D. José María siempre supo conservar la alegría. Mirando al Crucificado, con fe, amor y esperanza, se puso bajo su mirada compasiva, para invocarlo y ofrecerle sus sufrimientos por la Iglesia, en concreto por esta parcela del Pueblo de Dios que es nuestra Diócesis, como más de una vez me manifestó por escrito. Como San Pablo, al que tanto admiró por su fuego apostólico y misionero, que en las postrimerías de su vida escribe a Timoteo: “He combatido bien mi combate, he corrido hasta le meta, he mantenido la fe” (2 Tim 4, 47), D. José María puede ya hacer suyas estas palabras.

Que nuestra oración agradecida le acompañe en su tránsito y que él desde el cielo siga intercediendo por la Iglesia que peregrina en Córdoba, para que no desmayemos en el anuncio de Jesucristo, y todos, sacerdotes, seminaristas, consagrados y laicos, seamos fieles a nuestras respectivas vocaciones.

Recordándoos que el próximo día 20 de octubre, a las ocho de la tarde, tendremos el funeral por su eterno descanso en nuestra Catedral, al que todos estáis invitados, recibid mi saludo fraterno y cordial y mi bendición.

Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.

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