El Papa Benedicto XVI ha convocado el Año Paulino, a celebrar del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario del nacimiento del Apóstol San Pablo, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 después de Cristo, y cuyas reliquias se guardan bajo el altar papal de la basílica romana de San Pablo Extramuros, en el sepulcro recientemente descubierto por los arqueólogos.
Los objetivos que ha marcado el Papa para este año son redescubrir la figura y la actividad de San Pablo en sus múltiples viajes apostólicos, de los que guardan memoria los Hechos de los Apóstoles; volver sobre sus cartas, dirigidas a las Iglesias que él fundó y a algunos de sus colaboradores, un auténtico tesoro para la teología y la espiritualidad cristiana; acoger sus ricas enseñanzas; renovar nuestra fe y nuestro compromiso apostólico y evangelizador; y rezar y trabajar por la unidad de todos los cristianos en una Iglesia unida, que el Apóstol entendió como el único Cuerpo de Cristo.
Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, en Asia Menor, fue en su juventud un judío celoso y observante de la ley de Moisés. Por ello, tan pronto como el cristianismo comienza a expandirse fuera de las fronteras de Israel, pide permiso al sanedrín judío para perseguir a los cristianos de Damasco (Hech 9, 2). Allí se dirige, cuando una luz cegadora lo derriba del caballo. Tiene lugar entonces su encuentro decisivo con Cristo que marcará toda su vida. Luego de un periodo de interiorización orante, en el que comprende en toda su profundidad el misterio de Cristo, inicia su ministerio anunciando a Jesucristo, salvador y redentor, a los gentiles. En sus múltiples viajes misioneros, a lo largo y ancho del mundo mediterráneo, superando enormes dificultades, peligros, prisiones y naufragios, fundó numerosas comunidades cristianas, que fueron su gozo y su corona. En todas ellas anunció a Jesucristo resucitado y su Evangelio, poniendo al frente de ellas pastores a los que él mismo impuso las manos.
A lo largo de la historia de la Iglesia, San Pablo ha sido considerado como el prototipo del apóstol cristiano, el modelo de nuestro San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, de nuestro San Francisco Solano, apóstol de la América hispana, y de San Francisco Javier, apóstol en el lejano Oriente, y de tantos y tantos apóstoles y misioneros, sacerdotes, consagrados y seglares. ¿Cuál es el secreto de su ímpetu evangelizador y de su fuego misionero? La respuesta es muy sencilla: su amor ardiente a Jesucristo. No hay otra. A partir de su encuentro sorprendente con Cristo, el Señor es su razón de ser. No existe otro interés o móvil que vivir con Él y para Él, hasta poder afirmar: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).
De su identificación y comunión permanente con Jesucristo, nace su irrenunciable compromiso misionero, sus cartas, sus viajes incontables, la fundación de nuevas comunidades, sus sermones ante las muchedumbres y la tarea paciente de formación de sus continuadores. Siente la urgencia de evangelizar, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4, 2), hasta poder exclamar: “Ay de mí si no evangelizare” (1 Cor 9, 16). Y lo hace con convicción, valentía y audacia, sin temer incomprensiones y rechazos (2 Tim 1, 7), anunciando a Jesucristo muerto y resucitado, la Cruz de Cristo, que es escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para nosotros fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 18). Ella es el único camino que nos permite vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1) y la novedad de vida que el Señor nos brinda con la fuerza misteriosa de su resurrección (Rom 6, 4). Para ello, es necesaria la conversión, que nos permite vivir la vida según el Espíritu (Rom 8).
Sin perjuicio de las celebraciones diocesanas que en las próximas semanas, con la ayuda del Consejo Episcopal, pueda concretar para el próximo curso pastoral, ruego ya a los sacerdotes y religiosos con cura de almas, Rector del Seminario, Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Beata Victoria Díez” , Delegados diocesanos de Apostolado Seglar y de Hermandades y Cofradías y responsables de movimientos y grupos apostólicos, que propicien la difusión y lectura orante de las cartas de San Pablo, que organicen actividades para dar a conocer sus escritos y su estilo evangelizador, de modo que todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana crezcamos en vigor apostólico y misionero. En los próximos días haré publico también un decreto estableciendo los lugares y tiempos en que podremos lucrar la Indulgencia Plenaria que el Santo Padre ha concedido para este Año Paulino.
De momento, os convoco a la Peregrinación diocesana a Turquía, tras las huellas de San Pablo, que organizada por el Secretariado diocesano de Peregrinaciones, tendrá lugar entre los días 20 y 27 del próximo mes de septiembre y en la que yo mismo participaré. Estoy seguro de que será un verdadero acontecimiento de gracia para todos.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, en Asia Menor, fue en su juventud un judío celoso y observante de la ley de Moisés. Por ello, tan pronto como el cristianismo comienza a expandirse fuera de las fronteras de Israel, pide permiso al sanedrín judío para perseguir a los cristianos de Damasco (Hech 9, 2). Allí se dirige, cuando una luz cegadora lo derriba del caballo. Tiene lugar entonces su encuentro decisivo con Cristo que marcará toda su vida. Luego de un periodo de interiorización orante, en el que comprende en toda su profundidad el misterio de Cristo, inicia su ministerio anunciando a Jesucristo, salvador y redentor, a los gentiles. En sus múltiples viajes misioneros, a lo largo y ancho del mundo mediterráneo, superando enormes dificultades, peligros, prisiones y naufragios, fundó numerosas comunidades cristianas, que fueron su gozo y su corona. En todas ellas anunció a Jesucristo resucitado y su Evangelio, poniendo al frente de ellas pastores a los que él mismo impuso las manos.
A lo largo de la historia de la Iglesia, San Pablo ha sido considerado como el prototipo del apóstol cristiano, el modelo de nuestro San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, de nuestro San Francisco Solano, apóstol de la América hispana, y de San Francisco Javier, apóstol en el lejano Oriente, y de tantos y tantos apóstoles y misioneros, sacerdotes, consagrados y seglares. ¿Cuál es el secreto de su ímpetu evangelizador y de su fuego misionero? La respuesta es muy sencilla: su amor ardiente a Jesucristo. No hay otra. A partir de su encuentro sorprendente con Cristo, el Señor es su razón de ser. No existe otro interés o móvil que vivir con Él y para Él, hasta poder afirmar: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).
De su identificación y comunión permanente con Jesucristo, nace su irrenunciable compromiso misionero, sus cartas, sus viajes incontables, la fundación de nuevas comunidades, sus sermones ante las muchedumbres y la tarea paciente de formación de sus continuadores. Siente la urgencia de evangelizar, “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4, 2), hasta poder exclamar: “Ay de mí si no evangelizare” (1 Cor 9, 16). Y lo hace con convicción, valentía y audacia, sin temer incomprensiones y rechazos (2 Tim 1, 7), anunciando a Jesucristo muerto y resucitado, la Cruz de Cristo, que es escándalo para los judíos y necedad para los griegos, pero para nosotros fuerza de Dios y sabiduría de Dios (1 Cor 1, 18). Ella es el único camino que nos permite vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1) y la novedad de vida que el Señor nos brinda con la fuerza misteriosa de su resurrección (Rom 6, 4). Para ello, es necesaria la conversión, que nos permite vivir la vida según el Espíritu (Rom 8).
Sin perjuicio de las celebraciones diocesanas que en las próximas semanas, con la ayuda del Consejo Episcopal, pueda concretar para el próximo curso pastoral, ruego ya a los sacerdotes y religiosos con cura de almas, Rector del Seminario, Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas “Beata Victoria Díez” , Delegados diocesanos de Apostolado Seglar y de Hermandades y Cofradías y responsables de movimientos y grupos apostólicos, que propicien la difusión y lectura orante de las cartas de San Pablo, que organicen actividades para dar a conocer sus escritos y su estilo evangelizador, de modo que todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana crezcamos en vigor apostólico y misionero. En los próximos días haré publico también un decreto estableciendo los lugares y tiempos en que podremos lucrar la Indulgencia Plenaria que el Santo Padre ha concedido para este Año Paulino.
De momento, os convoco a la Peregrinación diocesana a Turquía, tras las huellas de San Pablo, que organizada por el Secretariado diocesano de Peregrinaciones, tendrá lugar entre los días 20 y 27 del próximo mes de septiembre y en la que yo mismo participaré. Estoy seguro de que será un verdadero acontecimiento de gracia para todos.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan J. Asenjo. Obispo de Córdoba.
Este año celebramos el 2000 aniversario del nacimiento de S.Pablo. Recomiendo el libro: Pablo, su hitoria. de Jerome Murphy-Oconnor. Editorial San Pablo.
ResponderEliminarEl autor es prpfesor de la escuela biblica de Jerusalem, es dominico.
Tomás.
Este sitio web, creado con motivo del Año Paulino, reúne una información estupenda, por lo concisa y a la vez completa, sobre San Pablo.
ResponderEliminarContiene su biografía, viajes apostólicos (en Google Maps y Earth), epístolas, oraciones, videos del Papa anunciando el Año Paulino... en fin todo para conocer y dar a conocer a Pablo.