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10/6/08

Entrevista con Cristina. La Historia de una Conversión (II)

“Ven y Sígueme”

( Ir a la 1ª Parte )

Continuemos con el camino de conversión iniciado por Cristina tras la muerte de su padre. Ella nos comenta que su proceso –“Ha sido como cocinar una paella: Se le van añadiendo, poco a poco, un ingrediente por aquí, otro por allá y al final resulta un plato estupendo”.

El primer ingrediente de ese plato es Enrique, su novio. Lo conoció al poco tiempo de morir su padre. Con él da un paso en su vida afectiva, sin embargo, en el plano religioso, en un principio, no le supone ningún cambio. “Quique” piensa igual que ella en aquel tiempo: -“Cree que hay algo superior al hombre, pero no le pone nombre. Ni va a misa, ni cree en la Iglesia”. A pesar de ello, Enrique va a ser una pieza fundamental en su conversión ya que al poco tiempo de conocerle deciden trasladarse a vivir a Córdoba.

Aquí, en Córdoba, conoce a los padres de Quique, Enrique y Araceli, miembros de nuestra comunidad parroquial. Ellos son el siguiente “ingrediente”. De ellos recibe mucho más cariño y apoyo del que cabía esperar. La acogen como a una verdadera hija y ella los considera como unos nuevos padres. Con su modo de vida, su forma de actuar, el calor familiar que se respira en su hogar, inconscientemente, van despertando en Cristina su admiración, cierta envidia sana y una incipiente curiosidad sobre la religión. Al respecto nos dice:

- “He tenido una suerte tremenda. A través de ellos he conocido a un montón de gente majísima y empecé a tener conocimiento de lo que era la parroquia. Ellos han sido la llave que me ha puesto en contacto con la Iglesia”.

En casa de sus suegros se trata todo lo relacionado con la religión con mucha naturalidad. Ella comienza a hablar con ellos sobre el tema y comienza a leer y a informarse de temas que hasta ahora desconocía. Poco a poco, va meditando, va atando cabos y comienza a vislumbrar que de alguna manera “alguien” le está marcando el camino. Un día su suegra le plantea: “¿A ti no te gustaría bautizarte?”. Cristina comienza a pensárselo.

Como consecuencia de la situación vivida por una persona del entorno familiar comienza a colaborar en “Proyecto Hombre”. Tenemos aquí un nuevo “ingrediente” de la “paella” y uno de los detonantes fundamentales en su proceso de conversión. En este tiempo toma conciencia de la gran labor social que lleva a cabo la Iglesia de manera desinteresada y altruista. Descubre la Caridad cristiana. Entusiasmada y llena de admiración por el padre Lázaro y todos sus colaboradores nos relata la magnífica labor que realizan.

Cristina continua meditando la propuesta de bautismo y al final toma la decisión: “Sí, quiero bautizarme”. Se lo comunica a Araceli y ésta la pone en contacto con D. Tomás, nuestro párroco. De éste nos dice: -“Si mi suegra me dio un empujoncito, Tomás fue el que me cogió en brazos y me lanzó definitivamente”- y se deshace en elogios hacia D. Tomás por la acogida que le dio y el trato que le ha dispensado tanto como formador como persona. He aquí que D. Tomás pasó de ser sacerdote a ser “ingrediente” (perdón por la broma).

Pero aún queda un “ingrediente” principal. Tras el proceso de formación y catequesis llevado personalmente por D. Tomás, éste le recomienda a Cristina hacer un Cursillo de Cristiandad a lo que ella accede sin mayor problema. Sin duda, Cristina no se podía imaginar lo que allí le esperaba.

Al hablar del Cursillo de Cristiandad la emoción se le nota a flor de piel, los ojos se le enrojecen y con voz entrecortada nos cuenta: –“Si en la catequesis conocí a Jesucristo de forma teórica allí lo conocí realmente. Allí me di cuenta de todo. Fue brutal....Fue increíble.”-. Y nos recomienda: -“ Hay que hacerlo. Sin duda, hay que ir y hacerlo”-.

No hay lugar a dudas, Cristina ha conocido a Jesús. Un Jesús que ha salido a su encuentro y la ha llamado. Y ella ha sabido escuchar su voz. Esa voz que dice: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y me siga.” (Mateo 16,24).

Cristina ha dicho SÍ a Jesús. Ha decidido seguirle. Y para ello ha renunciado a sí misma, a seguir pensando como antes, a seguir pensando como su familia. Y no le ha importado cargar con la cruz de la incomprensión (aunque siempre desde el respeto) de su madre, hermanos, novio, amigos y compañeros de trabajo, la cruz de que la llamen “chaquetera”, la cruz de ir contra corriente.

Me pregunto: Nosotros, cristianos de toda la vida, ¿Hubiésemos sido capaces de hacer algo parecido? ¿Somos capaces en nuestro día a día de renunciar a todo aquello que nos separa de Dios? ¿Estamos dispuesto a dar la cara como cristianos a pesar de los inconvenientes que ello nos pueda provocar?

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