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7/6/09

Homilía en la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Solemnidad de la Santísima Trinidad

Lecturas: Deuteronomio 4,32-34.39-40 // Salmo 33 // Romanos 8,14-17 // Mateo 28,16-20

La Trinidad. Icono de Andréi Rubliov. 1410. Galería Tretyakov. Moscú.Celebramos este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad. Es la afirmación de fe más caracteristicas de nuestra religión Católica y Apostólica. Somos la única religión en el mundo que profesamos una fe totalmente monoteista, creemos en un único Dios verdadero pero con tres personas distintas. Creemos y profesamos nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En un solo Dios y tres personas distintas.

Leyendo atentamente la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos infinidad de referencias a este ser único de Dios. Uno y Trino. En el Antiguo Testamento podemos leer y rezar textos como el que se proclama hoy del libro del Deuteronomio que nos presenta a Dios como el único Dios verdadero. Dios que crea el mundo, que crea al hombre. Dios que vive con el hombre de todos los tiempos un verdadera historia de Salvación, para mí mejor una verdadera historia de amor. Es Dios quien salva al pueblo de la esclavitud, le entrega la Tierra Prometida, está pendienta continuamente de toda la Humanidad. Frente al politeismo reinante en los tiempos y en los paises que rodeaban a Israel, el pueblo escogido tiene muy, muy, claro que Dios es solamente Uno. Un único Dios verdadero pero con tres personas diferentes.

La primera lectura de hoy nos presenta la primera persona de la Trinidad: El Padre. Creador, Salvador, Providente... La Segunda Lectura, de la carta de S. Pablo a los Romanos, nos presenta a Dios Espíritu Santo. Pablo recuerda que es el Espíritu Santo quien guía, sostiene, alienta, fortalece, inspira, al Nuevo Pueblo de Dios: LA IGLESIA.

El domingo pasado celebramos la gran fiesta del Espíritu Santo, PENTECOSTÉS. Ya reflexionamos sobre el papel del Santo Espíritu en la vida de la comunidad eclesial y personal. Es imprescindible para vivir la fe personalmente y comunitariamente la vivencia honda de la presencia del Espíritu Santo.

El Evangelio nos recuerda la grandeza de Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad que se encarnó, se hizo hombre para ganarnos la Salvación. Hay muchos textos del Nuevo Testamento en los que Jesús habla a sus apóstoles y los que le seguían de Dios, su Padre, y del Espíritu Santo. Si repasamos las lecturas que hemos proclamado en los siete domingos de Pascua descubriremos las palabras de Jesús refiriéndose siempre al Padre que lo ha enviado, a él como el Hijo de Dios que se ha encarnado y la promesa del envío del Espíritu Santo. Jesús siempre nos habla de la Santísima Trinidad: habla siempre del Padre, de él que es el Hijo y del Espíritu Santo, que se nos ha enviado.

Como podéis comprobar, el dogma de la Santísima Trinidad no es una invención de los teólogos católicos, es una profesión de fe que nace de la Sagrada Escritura, de las Palabras de Jesús, el Hijo de Dios que nos ha salvado y que nos sostiene con la Gracia del Espíritu Santo.

Son muchos los momentos cruciales en la vida de Cristo en lo que aparece la acción de la Santísima Trinidad:

  • LA ANUNCIACIÓN: El ángel habla a María de parte de Dios Padre, le dice que por obra y Gracia del Espíritu Santo, concebirá en su seno a Jesús el Hijo bendito de Dios.

  • EL BAUTISMO DEL SEÑOR: Jesús recibe de manos de Juan el bautismo en el Jordán, se oye una voz del cielo, del Padre, que dice: "este es mi Hijo..." y descienda sobre el Espíritu Santo.

  • LA ASCENSIÓN: Jesús dice a sus apóstoles: " Id y haced discípulos de todos los pueblos y bautizadles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

Podríamos seguir mencionando textos en la Sagrada Escritura que hacen referencia a la Santísima Trinidad, pero creo que sería más bien conveniente que proclamemos hoy gozosamente nuestra fe trinitaria. Que vivamos el MISTERIO de nuestra fe recuperando el sentido profundo de la divinidad, de lo religioso, de lo transcendente, de lo totalmente distinto. En un mundo que vive por y para la demostración empírica de las cosas, que vivamos, que nos entreguemos, que seamos capaces de dar la vida por Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo le rechina, le denuncia su falta de fe y de transcendencia. No todo en la vida en demostrable, medible. Esto no significa que no exista. ¿Quién puede medir la cantidad de amor de una madre a un hijo? ¿Quién puede medir la implicación emocional de dos amigos? ¿Quién puede medir y pesar el amor verdadero entre dos personas? ¿Esto significa qué estas realidades NO EXISTAN en nuestras vidas? Digan a una madre que no tiene amor a su hijo, por el que es capaz de dar la vida, porque la ciencia de nuestros ordenadores no puede medir la cantidad de amor, no puede demostrar científicamente la cantidad de amor.

Digan a los mártires cristianos de todos los tiempos, que Dios no existe, porque no se puede demostrar empíricamente.

Digan a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, que el amor vivido en la Contemplación y Oración Mística es falso porque no se puede demostrar con parámetros científicos.

No seamos ingenuos, seamos profundamente creyentes, orantes, hermanos, practicantes y demostremos al mundo con nuestra vida que Dios nos ama, que nos ha salvado y sigue viviendo en medio de nosotros.

Tomás Pajuelo. Párroco

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