Queridos fieles de la diócesis de Córdoba:
El Santo Padre Benedicto XVI me ha nombrado Obispo de Córdoba. Desde que he recibido la noticia de este nombramiento, he sentido el deseo de conoceros más para poder serviros mejor, he comenzado a quereros con toda mi alma, estoy deseando encontrarme con vosotros.
He oído hablar mucho de vosotros, y muy bien. Y ahora todo me resuena cuando oigo hablar de la diócesis de Córdoba, que Dios en su infinita misericordia me confía. «Os habéis convertido en modelo para todos los creyentes» (1Ts 1,7) en España y más allá de nuestras fronteras. «La Palabra de Dios y vuestra fe en Dios se ha difundido por todas partes» (Ib.). Tenéis una enorme responsabilidad, que a partir de ahora voy a compartir con vosotros. «Al que mucho se le dio, mucho se le pedirá» (Lc 12,48).
A partir de este momento la historia de la diócesis de Córdoba, vuestras historias personales y mi propia historia se entrecruzan, gracias al designio amoroso de Dios para todos nosotros en su santa Iglesia. Ni yo os he elegido a vosotros, ni vosotros me habéis elegido a mí. Es Dios el que nos llama, es Él quien nos precede, Él quien nos envía y acompaña, Él quien suscita la fe y el amor de la mutua acogida. Miremos con ojos de fe estos acontecimientos, porque es Dios, a través de tantas mediaciones humanas, el que dirige vuestros pasos y los míos para que caminemos juntos, bajo la protección del arcángel san Rafael, en Córdoba. ¡Bendito sea Dios, que nos muestra su amor de tantas maneras!
Por lo que ya conozco de vosotros y de lo que Dios hace en medio de vosotros, voy lleno de esperanza a una diócesis viva. Le pido al Señor –hacedlo también vosotros– que me haga capaz de alentar más y más esa vida, que el Hijo eterno Jesucristo, por su encarnación redentora, ha venido a traer para todos los hombres, «para que tengan vida y vida abundante» (Jn 10.10), porque «esta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Ts 4,3).
Córdoba es la sede del obispo Osio, con quien he tratado frecuentemente en mis clases de cristología. Córdoba tiene una larga historia de santos y de mártires, testigos de un amor que vence todas las dificultades, en la época visigótica, en la época musulmana, en el medioevo, en la época contemporánea y reciente. Que con todos ellos podamos experimentar también nosotros que «en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos amó» (Rm 8,37) y podamos presentar al mundo de hoy la belleza de la vida cristiana.
Saludo particularmente a Mons. Juan José Asenjo, mi hermano y amigo, que ha sido vuestro obispo en los últimos años, y que ahora es nuestro arzobispo metropolitano desde Sevilla y administrador apostólico de Córdoba. Os saludos a todos vosotros, queridos hermanos sacerdotes, mayores y jóvenes, que tenemos en san Juan de Ávila un estímulo permanente para arder en el amor a Cristo y en el celo por las almas. Y con los sacerdotes, a todos los seminaristas que se preparan al sacerdocio. Dichosos los que habéis sido llamados por el Señor y dichosos por haber respondido generosamente a esta vocación.
Saludo a todos los consagrados en los distintos y abundantes carismas que enriquecen nuestra diócesis, en la vida apostólica y en la vida contemplativa. Constituís una enorme riqueza para la vida de la Iglesia y de nuestra diócesis.
Os saludo, queridos fieles laicos, porque «vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Mi corazón se dirigen especialmente a los jóvenes, «porque habéis vencido al Maligno» (1Jn 2,13) y en san Pelayo y en el beato Bartolomé Blanco tenéis un referente de vida cristiana.
Presento mis respetos a las autoridades civiles, militares y culturales, tanto locales y provinciales de Córdoba, como autonómicas y estatales en Andalucía. Por todos ellos ruego «para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad» (1Tm 2,2). Y ofrezco mi colaboración desde el Evangelio para el bien común de los cordobeses.
Mi saludo especial y mi cercanía para todos los que sufren por cualquier causa, por la enfermedad, por el paro, por el desamor, por la carencia de Dios. El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para sanar los corazones afligidos.
Que la Virgen de la Fuensanta nos preceda y acompañe. A todos, mi abrazo y mi afecto, mientras os bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Hasta pronto:
† Demetrio Fernández, obispo de Tarazona y obispo electo de Córdoba
He oído hablar mucho de vosotros, y muy bien. Y ahora todo me resuena cuando oigo hablar de la diócesis de Córdoba, que Dios en su infinita misericordia me confía. «Os habéis convertido en modelo para todos los creyentes» (1Ts 1,7) en España y más allá de nuestras fronteras. «La Palabra de Dios y vuestra fe en Dios se ha difundido por todas partes» (Ib.). Tenéis una enorme responsabilidad, que a partir de ahora voy a compartir con vosotros. «Al que mucho se le dio, mucho se le pedirá» (Lc 12,48).
A partir de este momento la historia de la diócesis de Córdoba, vuestras historias personales y mi propia historia se entrecruzan, gracias al designio amoroso de Dios para todos nosotros en su santa Iglesia. Ni yo os he elegido a vosotros, ni vosotros me habéis elegido a mí. Es Dios el que nos llama, es Él quien nos precede, Él quien nos envía y acompaña, Él quien suscita la fe y el amor de la mutua acogida. Miremos con ojos de fe estos acontecimientos, porque es Dios, a través de tantas mediaciones humanas, el que dirige vuestros pasos y los míos para que caminemos juntos, bajo la protección del arcángel san Rafael, en Córdoba. ¡Bendito sea Dios, que nos muestra su amor de tantas maneras!
Por lo que ya conozco de vosotros y de lo que Dios hace en medio de vosotros, voy lleno de esperanza a una diócesis viva. Le pido al Señor –hacedlo también vosotros– que me haga capaz de alentar más y más esa vida, que el Hijo eterno Jesucristo, por su encarnación redentora, ha venido a traer para todos los hombres, «para que tengan vida y vida abundante» (Jn 10.10), porque «esta es la voluntad de Dios, que seáis santos» (1Ts 4,3).
Córdoba es la sede del obispo Osio, con quien he tratado frecuentemente en mis clases de cristología. Córdoba tiene una larga historia de santos y de mártires, testigos de un amor que vence todas las dificultades, en la época visigótica, en la época musulmana, en el medioevo, en la época contemporánea y reciente. Que con todos ellos podamos experimentar también nosotros que «en todo esto vencemos fácilmente por Aquel que nos amó» (Rm 8,37) y podamos presentar al mundo de hoy la belleza de la vida cristiana.
Saludo particularmente a Mons. Juan José Asenjo, mi hermano y amigo, que ha sido vuestro obispo en los últimos años, y que ahora es nuestro arzobispo metropolitano desde Sevilla y administrador apostólico de Córdoba. Os saludos a todos vosotros, queridos hermanos sacerdotes, mayores y jóvenes, que tenemos en san Juan de Ávila un estímulo permanente para arder en el amor a Cristo y en el celo por las almas. Y con los sacerdotes, a todos los seminaristas que se preparan al sacerdocio. Dichosos los que habéis sido llamados por el Señor y dichosos por haber respondido generosamente a esta vocación.
Saludo a todos los consagrados en los distintos y abundantes carismas que enriquecen nuestra diócesis, en la vida apostólica y en la vida contemplativa. Constituís una enorme riqueza para la vida de la Iglesia y de nuestra diócesis.
Os saludo, queridos fieles laicos, porque «vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Mi corazón se dirigen especialmente a los jóvenes, «porque habéis vencido al Maligno» (1Jn 2,13) y en san Pelayo y en el beato Bartolomé Blanco tenéis un referente de vida cristiana.
Presento mis respetos a las autoridades civiles, militares y culturales, tanto locales y provinciales de Córdoba, como autonómicas y estatales en Andalucía. Por todos ellos ruego «para que podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad» (1Tm 2,2). Y ofrezco mi colaboración desde el Evangelio para el bien común de los cordobeses.
Mi saludo especial y mi cercanía para todos los que sufren por cualquier causa, por la enfermedad, por el paro, por el desamor, por la carencia de Dios. El Espíritu del Señor me ha ungido y me ha enviado para sanar los corazones afligidos.
Que la Virgen de la Fuensanta nos preceda y acompañe. A todos, mi abrazo y mi afecto, mientras os bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Hasta pronto:
† Demetrio Fernández, obispo de Tarazona y obispo electo de Córdoba
Mons. Juan José Asenjo ha sido un buen obispo, querido en la dióceis y creo que Dios nos vuelve a bendecir con el pastor que nos manda. Con todo mi afecto a nuestro nuevo obispo.
ResponderEliminarhola quisiera saber donde queda la parroquia de beato alvaro en cordoba capital, si alguien conoce por favor le agradeceria la respuesta.
ResponderEliminarEn el siguiente enlace tienes un mapa con la localización.
ResponderEliminarhttp://www.parroquiabeatoalvaro.org/2008/03/delimitacin-de-la-parroquia.html
Lo puedes ver en información general de la parroquia (localización o delimitación)
Espero que haya quedado resuelta tu duda. Un abrazo.