V DOMINGO DE CUARESMA
Lecturas: Isaías 43, 16-21 // Salmo 125 // Filipenses 3,, 8-14 // Juan 8, 1-11
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Han pasado ya cuatro semanas desde que comenzamos la cuaresma, han sido cuatro semanas en las que la riqueza de las lecturas que hemos escuchado cada domingo, la oración, el ayuno y la limosna deberían haber ido transformando nuestros corazones para vivir plenamente el triduo pascual. Puede ser que al revisar el tiempo transcurrido descubramos que no lo hemos aprovechado y que, a pesar de llevar cuatro semanas de cuaresma, no estamos mejor, no hemos avanzado o incluso estamos peor.
No os desaniméis, nunca es tarde para el Señor, lo importante es que no dejemos pasar en vano esta cuaresma y aunque sea estos últimos días vamos a vivirlos con un profundo deseo de conversión, de vuelta a Dios nuestro Señor.
Han pasado ya cuatro semanas desde que comenzamos la cuaresma, han sido cuatro semanas en las que la riqueza de las lecturas que hemos escuchado cada domingo, la oración, el ayuno y la limosna deberían haber ido transformando nuestros corazones para vivir plenamente el triduo pascual. Puede ser que al revisar el tiempo transcurrido descubramos que no lo hemos aprovechado y que, a pesar de llevar cuatro semanas de cuaresma, no estamos mejor, no hemos avanzado o incluso estamos peor.
No os desaniméis, nunca es tarde para el Señor, lo importante es que no dejemos pasar en vano esta cuaresma y aunque sea estos últimos días vamos a vivirlos con un profundo deseo de conversión, de vuelta a Dios nuestro Señor.
Las lecturas de este domingo nos invitan precisamente a esa confianza extrema en la misericordia de Dios. Él quiere nuestra conversión, que le pidamos perdón por nuestros pecados, está deseando perdonaros. Está deseando que el desierto de nuestras vidas se transforme en vergel de santidad, donde corran los arroyos de la Gracia, del Amor, de Gloria. Como nos dice el profeta Isaías, el Señor hará brotar la vida en nuestros corazones escogidos. Quiere apagar la sed de Salvación que tienen los hombres y mujeres que aman a Dios. Quiere que al final de estos días podamos exclamar con el salmista:"¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!". ¡Qué grande sería que pudiésemos reconocer la grandeza de la conversión en nuestras vidas, la grandeza de la Gracia en nuestros corazones, la grandeza de Dios en nuestras obras! "¡Que el Señor cambie nuestra suerte, como los torrentes del Negueb!" Que el Señor cambie nuestras malas obras en obras de misericordia.
Pero no sólo Dios tiene que obrar la conversión, es muy necesario nuestro esfuerzo. No podemos estar esperando pasivamente a que el Señor nos cambie, debemos actuar nuestra conversión. El Apóstol San Pablo en su carta a los Filipenses nos dice que es necesario fijar nuestra mente, nuestro corazones, nuestra vida toda en Cristo para poder dejarnos guiar por Él. Estimar basura todo lo de este mundo, es decir, comparado con Cristo todo lo de este mundo no vale para nada. Cuando uno vive el amor de Cristo, nada de este mundo puede igualar esa experiencia. Cuando uno vive lleno de Dios todo es relativo en esta vida excepto el amor divino. Los grandes santos de nuestra Iglesia así lo vivieron, sufrieron hambre, persecuciones, soledad, incomprensión, cárceles, martirio, etc... pero sus corazones estaban llenos de Dios y nada de esto les impidió ser los hombres y mujeres más felices del Mundo. Es muy curioso que nosotros buscamos la felicidad en el tener cosas de este mundo que es pasajero y todo lo que acumulemos se va a quedar aquí. Sin embargo todo lo que acumulemos de amor, buenas obras, santidad,etc... se viene con nosotros hasta la eternidad.
Es verdad que nos cuesta mucho desapegarnos del mundo, que caemos y caemos y volvemos a caer... pero ante la lectura del Evangelio de hoy, esas caídas no pueden apartaros del amor de Dios, porque Él está deseando que le pidamos perdón, que reconozcamos nuestras culpas y él no dará su perdón en el Sacramento de la Confesión.
Jesús se muestra tremendamente misericordioso con la mujer adúltera pero inmisericorde con el pecado que ha cometido. Mirad, todos leemos este texto y nos fijamos en la bondad de Dios que perdona a la mujer. Es cierto, pero fijaos como le pone ante la gravedad de su pecado, Jesús dice: "¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra...!" Jesús hace que la ley de Moisés se cumpla, que se ejecute la sentencia pero pone una condición que nadie puede cumplir, estar libre de pecados. Si por una casualidad remota e imposible hubiese habido alguien libre de pecado, habría arrojado la primera piedra.¿Qué quiero deciros con esto? que Jesús no le resta ni un ápice de la gravedad al pecado que había cometido aquella mujer. No dice: "¡no tiene importancia lo que has hecho...! Sí que la tiene y mucha, pero yo que soy Dios, a pesar de la gravedad del pecado "¡te perdono pero vete y no vuelvas a pecar..!" Vive santamente, evita caer de nuevo en algo tan grave. El señor es inmisericorde con el pecado, en modo alguno justifica el pecado pero es entrañablemente misericordioso con el pecador, al que perdona, ama y reconforta. Nosotros no tenemos que tener miedo a acercarnos a recibir el perdón de Dios, es verdad que nos sentimos abrumados por el peso de nuestras culpas, pero al recibir su perdón todo se olvida y queda en nosotros el consuelo de la Misericordia infinita de Dios. Sólo desde una frecuente y verdadera recepción del sacramento de la penitencia, podrá hacer cambiar nuestras vidas. Los grandes Santos de la Iglesia no son los que no cometieron pecados, son los que cayeron en el pecado pero se acercaron humildemente y recibieron el perdón. Caían como nosotros pero recibían frecuentemente el perdón confesando sus pecados y fueron transformando sus vidas según esa Gracia recibida de la Misericordia de Dios.
Que el Señor Jesús nos ayude a recuperar la práctica de la confesión, a saber valorar su grandeza en nuestra vida cristiana. Que sepamos darnos cuenta que es el sacramento que mejor realiza la misericordia de Dios, pues perdona nuestros pecados. Aprovechemos lo que resta de cuaresma para confesar convenientemente nuestros pecados y llenadnos de la Gracia santificante de Dios Misericordioso.
Que Dios os bendiga a todos.
Pero no sólo Dios tiene que obrar la conversión, es muy necesario nuestro esfuerzo. No podemos estar esperando pasivamente a que el Señor nos cambie, debemos actuar nuestra conversión. El Apóstol San Pablo en su carta a los Filipenses nos dice que es necesario fijar nuestra mente, nuestro corazones, nuestra vida toda en Cristo para poder dejarnos guiar por Él. Estimar basura todo lo de este mundo, es decir, comparado con Cristo todo lo de este mundo no vale para nada. Cuando uno vive el amor de Cristo, nada de este mundo puede igualar esa experiencia. Cuando uno vive lleno de Dios todo es relativo en esta vida excepto el amor divino. Los grandes santos de nuestra Iglesia así lo vivieron, sufrieron hambre, persecuciones, soledad, incomprensión, cárceles, martirio, etc... pero sus corazones estaban llenos de Dios y nada de esto les impidió ser los hombres y mujeres más felices del Mundo. Es muy curioso que nosotros buscamos la felicidad en el tener cosas de este mundo que es pasajero y todo lo que acumulemos se va a quedar aquí. Sin embargo todo lo que acumulemos de amor, buenas obras, santidad,etc... se viene con nosotros hasta la eternidad.
Es verdad que nos cuesta mucho desapegarnos del mundo, que caemos y caemos y volvemos a caer... pero ante la lectura del Evangelio de hoy, esas caídas no pueden apartaros del amor de Dios, porque Él está deseando que le pidamos perdón, que reconozcamos nuestras culpas y él no dará su perdón en el Sacramento de la Confesión.
Jesús se muestra tremendamente misericordioso con la mujer adúltera pero inmisericorde con el pecado que ha cometido. Mirad, todos leemos este texto y nos fijamos en la bondad de Dios que perdona a la mujer. Es cierto, pero fijaos como le pone ante la gravedad de su pecado, Jesús dice: "¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra...!" Jesús hace que la ley de Moisés se cumpla, que se ejecute la sentencia pero pone una condición que nadie puede cumplir, estar libre de pecados. Si por una casualidad remota e imposible hubiese habido alguien libre de pecado, habría arrojado la primera piedra.¿Qué quiero deciros con esto? que Jesús no le resta ni un ápice de la gravedad al pecado que había cometido aquella mujer. No dice: "¡no tiene importancia lo que has hecho...! Sí que la tiene y mucha, pero yo que soy Dios, a pesar de la gravedad del pecado "¡te perdono pero vete y no vuelvas a pecar..!" Vive santamente, evita caer de nuevo en algo tan grave. El señor es inmisericorde con el pecado, en modo alguno justifica el pecado pero es entrañablemente misericordioso con el pecador, al que perdona, ama y reconforta. Nosotros no tenemos que tener miedo a acercarnos a recibir el perdón de Dios, es verdad que nos sentimos abrumados por el peso de nuestras culpas, pero al recibir su perdón todo se olvida y queda en nosotros el consuelo de la Misericordia infinita de Dios. Sólo desde una frecuente y verdadera recepción del sacramento de la penitencia, podrá hacer cambiar nuestras vidas. Los grandes Santos de la Iglesia no son los que no cometieron pecados, son los que cayeron en el pecado pero se acercaron humildemente y recibieron el perdón. Caían como nosotros pero recibían frecuentemente el perdón confesando sus pecados y fueron transformando sus vidas según esa Gracia recibida de la Misericordia de Dios.
Que el Señor Jesús nos ayude a recuperar la práctica de la confesión, a saber valorar su grandeza en nuestra vida cristiana. Que sepamos darnos cuenta que es el sacramento que mejor realiza la misericordia de Dios, pues perdona nuestros pecados. Aprovechemos lo que resta de cuaresma para confesar convenientemente nuestros pecados y llenadnos de la Gracia santificante de Dios Misericordioso.
Que Dios os bendiga a todos.
Tomás Pajuelo. Párroco
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